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Ya era la
hora del almuerzo. La habitación de Matt estaba cerrada con una liga que
prohibía el paso. La alfombra mojada se asomaba por debajo.
El señor
Nash procuró tapiar la gotera con un pegamento especial, que había comprado por
televisión, y que suponía la panacea a las goteras. Como es de esperar se
llamaba No More Leaks! ―con el signo
de exclamación incluido―. Era una especie de silicona que podía utilizarse
mientras el agua escurría. Por lo tanto, se podía aplicar directamente sin
previo secado, y actuaría sin problemas deteniendo la filtración. Era la
primera vez que la usaba, y se sentía ansioso.
El caso
es que cierta composición química de No
More Leaks! reaccionó con el poliestireno que recubría el techo por dentro.
Éste empezó a consumirse echando una delgada estela de humo. El agujero se
convirtió en un hueco en el techo, y ya no sólo caía agua, sino cualquier
porquería que se estuviese pudriendo allí desde quizás qué tiempos. Como una
corriente del alcantarillado, todo le caía en la casi calva cabezota al señor
Nash.
―¡Oh,
mierda!― gritó saliendo pronto de allí. Corrió la cama hacia un recodo de la
habitación y, haciéndole el quite con saltitos al agua que la inundaba, llamaba
a la señora Applebaum.
―¡Cariño,
cariño! ¡Tráeme la bañera de bebé que está en el garaje! mierda carajo (esto lo decía mientras esquivaba el agua sucia)
¡Cariño! ¡Cariño! ¡Apúrate! ah, mierda
(le había entrado agua en los calcetines) ¡Vamos cariño, me está entrando agua
hasta por las pelotas!
La señora
Applebaum le secaba el pelo a su bebé de 90 kilos en el baño, y el ruido del
molinete le impedía oír.
―
¡Cariñoooo! mierda, perra sorda estúpida (fucking
deaf bitch en inglés). ―no solía insultar a su mujer, pero claramente esto lo
dijo en un susurro. Miró a todos lados desconcertado, y como en una repentina
ocurrencia pensó en Sylvia.
―Sily!
Sily! ―gritaba con una ternura maquinal, insulsa por la urgencia― ¿Puedes venir
un momento? ¡¡Sily!! ¡¡Hey!! ¡¡Siiiilvyyyyaaaa!! ―gritó largo y agónico,
haciendo pucheros― Niña estúpida, bastarda y maldita ―terminó por despotricar
contra su hija, ya resignado.
La señora
Applebaum en ese preciso instante apagaba la secadora de pelo, y le daba un
cariñoso beso en la cabeza a su enorme hijo.
―Ya bebé
(baby en inglés), vamos a prepararte
algo de comer. Ven, vamos, vamos, arriba― intentó cogerlo de los sobacos, pero
desistió casi de inmediato.
Iban por
el pasillo ―el gordo Matt envuelto en una bata blanca que lo semejaba a un oso
polar adulto― cuando el señor Nash salía como podía de la habitación, empapado,
con restos de lodo y chucherías en su cabeza y sudadera ―para más colmo―
blanca.
La señora
Applebaum emitió uno de sus característicos espasmos. La miró:
―¡Pero es
que en dónde mierda han estado! ¡Me estaba ahogando aquí! ―exclamó mientras se
sacaba una especie de bola de pelusa, pelo y pequeñas mierditas de un pómulo.
―Pero,
papi (daddy en inglés) no te escuchábamos
―le dijo Matt seriamente preocupado.
―
Sí, amor, debe haber sido el ruido de la secadora. Lo lamento tanto (i’m so sorry en inglés), cariño ―se
acercó a limpiarlo con una de las puntas de la bata de Matt.
―Ma!
―chilló el chico quitándole el trozo de bata― ¡Está asqueroso!
―¡Es
tu padre Matt! ¡Dame eso! ―y le arrancó la bata de un tirón hasta dejarlo completamente
desnudo. El niño hacía pucheros y tiritaba como si se muriera de frío, mientras
la señora Applebaum abrigaba a su esposo con la bata blanca, ahora llena de
inmundicias.
―Vamos
bebé, corre a tu habitación, hay que vestirse ―dijo, volviendo a su tono matinal―
Y tú cariño, ve, tómate un baño, te dejaré ropa limpia en nuestra habitación.
Yo voy a buscar algo para retener la gotera.
―La
bañera del garaje, eso es lo que estaba gritando ―dijo el señor Nash,
paladeando sus palabras.
―Ok
cariño, voy al garaje.
Entonces,
los tres se separaron frente a la puerta cerrada de Sylvia.
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