Lo que ha venido sucediendo con la obra de Milan Kundera no deja de ser curioso. Ha provocado debilidad tanto en señoras lectoras del eterno "género" (si es que se pudiera llamar género) romántico, como de aquellos lectores afincados en sus cápsulas existencialistas y meditabundas. Curioso no deja de ser, pues, se trata de una obra que se ha permitido esta transversalidad sin siquiera buscarla. Lo que tienen, a mi parecer, las novelas de Kundera es que son hiperlegibles, y que, a pesar de comenzar con desvaríos metafísicos (la conocidísima La insoportable levedad del ser comienza con una reflexión sobre el mito del eterno retorno en Nietzsche, por ejemplo), no conlleva con esto un rechazo o un anegamiento hacia el lector común y silvestre, quien perfectamente puede continuar la lectura haciendo, incluso, caso omiso a estos devaneos, para proseguir con una historia sencilla, pero no por ello menos profunda, sobre dos sujetos enamoradísimos (casi siempre), y las vicisitudes de sus vidas desaforadas. Este atributo exótico, me parece, es sino la característica fundamental de su narrativa.
Dejo aquí un breve texto extraído de su libro de ensayos El arte de la novela (cuyo título habla por sí mismo) en que logramos una aproximación a estos efectos y peculiaridades que su obra nos depara, sin mostrar jamás sus costuras, ni trucos. Que Kundera sea devoto de escritores tan poco comunes, o, mejor dicho, heterodoxos, como Sterne y Diderot, nos habla de un artesano complejo y conciente, cuyos plagios o técnicas ajenas guarda recelosamente tras las fachadas de sus libros agradables y fáciles de leer.
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Pero ¿no llega la novela al fin de su camino por su propia lógica interna? ¿No ha explotado ya todas sus posibilidades, todos sus conocimientos y todas sus normas? He oído comparar su historia con las minas de carbón desde hace ya largo tiempo agotadas. Pero ¿no se parece quizá más al cementerio de las ocasiones perdidas, de las llamadas no escuchadas? Hay cuatro llamadas a las que soy especialmente sensible.
La llamada del juego.– Tristam Shandy de Laurence Sterne yJacques el fatalista de Denis Diderot se me antojan hoy como las dos más importantes obras novelescas del siglo XVIII, dos novelas concebidas como un juego grandioso. Son las dos cimas de la levedad nunca alcanzadas antes ni después. La novela posterior se dejó aprisionar por el imperativo de la verosimilitud, por el decorado realista, por el rigor de la cronología. Abandonó las posibilidades que encierran esas dos obras maestras y que hubieran podido dar lugar a una evolúcion de la novela diferente de la que conocemos (sí, se puede imaginar también otra historia de la novela europea…).
La llamada del sueño.– Fue Franz Kafka quien despertó repentinamente la imaginación dormida del siglo XIX y quien consiguió lo que postularon los surrealistas después de él sin lograrlo del todo: la fusión del sueño y la realidad. Esta es, de hecho, una antigua ambición estética de la novela, presentida ya por Novalis, pero que exige el arte de una alquimia que sólo Kafka ha descubierto unos cien años después. Este enorme descubrimiento es menos el término de una evolución que una apertura inesperada que demuestra que la novela es el lugar en el cual la imaginación puede explotar como en un sueño y que la novela puede liberarse del imperativo aparentemente ineluctable de la verosimilitud.
La llamada del pensamiento.– Musil y Broch dieron entrada en el escenario de la novela a una inteligencia soberana y radiante. No para transformar la novela en filosofía, sino para movilizar sobre la base del relato todos los medios, racionales e irracionales, narrativos y meditativos, que pudieran iluminar el ser del hombre; hacer de la novela la suprema síntesis intelectual. ¿Es su proeza el fin de la historia de la novela, o más bien la invitación a un largo viaje?
La llamada del tiempo.– El período de las paradojas terminales incita al novelista a no limitar la cuestión del tiempo al problema proustiano de la memoria personal, sino a ampliarla al enigma del tiempo colectivo, del tiempo de Europa, la Europa que se gira para mirar el pasado, para hacer su propio balance, para captar su propia historia, al igual que un anciano capta con una sola mirada su vida pasada. De ahí el deseo de franquear los límites temporales de una vida individual en los que la novela había estado hasta entonces encerrada incorporando a su ámbito varias épocas históricas. (Aragon y Fuentes ya lo han intentado).
Pero no quiero profetizar sobre los futuros derroteros de la novela, de los que nada sé; quiero decir únicamente: si la novela debe realmente desaparecer, no es porque esté completamente agotada, sino porque se encuentra en un mundo que ya no es el suyo.
Extraído de El Arte de la Novela, Tusquets editores, 1987
Milan Kundera (1929, Checoslovaquia) escribió parte de su obra en su idioma materno, para pasarse luego al francés, con el que ha publicado una buena porción de su obra. Expulsado del Partido Comunista de su país luego de presuntas actividades contrarias a la ideología del partido. Entre sus obras más destacadas encontramos: La Broma (1967), La vida está en otra parte (1972), El libro de la risa y del olvido (1979) y su famosísima La insoportable levedad del ser (1984).
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