trabaja sobre el pasto seco
en el
patio de la casa
capturando moscas. se deja ver,
se esconde
y si bien pienso
que esto
tiene algo que ver
con la codicia, hoy pareciera
tener que
ver
con el trabajo. le tomó casi
media hora
enhebrar
cerca de tres metros de césped,
tan lento
entre las hojas, que no podías
verla
mover. vi
que el rastro de su cuerpo en el pasto
de pronto
desaparecía
sólo para reaparecer
un poco
más allá
una cabeza anudada y negra en alto
y sus ojos puestos en una mariposa
sería este un progreso perfecto
donde el
movimiento
se desvanece, una reparación
de lo
visible
por lo invisible ―tal como
suturamos
la tierra,
me parece, cada vez
que
morimos, en retroceso
subiendo de nuevo...
es la
puntada
más simple, este ir a donde se debe,
dejando un
rastro
nunca suficiente por defecto.
pero
saciar el hambre
por cosas pequeñas ―moscas, palabras― ir
porque el
cuerpo de uno
va. y en esta criatura desconcertante,
un hambre
leve,
ese que ni siquiera arrancaría
un diente
de león,
atrapa una ineludible libélula tornasolada
que acaba de aterrizar en un capullo...
todo esto
para decir:
no les tengo miedo
hoy, ni
jamás,
creo. no estamos, no estuvimos,
nunca
equivocados. el deseo
es el trabajo más honesto del cuerpo,
su ingeniería,
su viento.
¿debiera tener también sus velas? ―alas
en esta
boca diminuta, válvulas
en el corazón humano, representados por unos veleros
que zarpan
desde la mente. la pasión es un trabajo
que nos
recupera,
las puntadas perdidas. hace de urdimbre,
nos amarra
a una trama
más consistente
sin
duda...
No hay comentarios:
Publicar un comentario