Hoy me despertó un rugido
de taladro. Hay unos maestros en el piso de abajo, arreglando algo que no puedo
detectar desde mi balcón. No crean que por decir esto estoy develando mi faceta
de voyeur. Para nada. Ya bastante películas he visto sobre ello. Puedo nombrar
especialmente la del decálogo de Kieslowski, del chico que se enamora de su
vecina que acaba humillándolo en una escena clásica de impotencia: eyacular en
los pantalones. Luego, la de Doble de cuerpo,
la peli que me recomendó Rocío. Es increíble cómo Brian de Palma logra ser
siniestro sin dejar de ser pop.
Yo hablaba de que no
sabía sino hasta ayer que el apartamento de abajo estaba vacío y que hoy, al
parecer, lo preparan para poblarlo. ¿Pero por qué no llamarle departamento?
Haré una breve distinción. Departamento proviene de departir, que significa la
división de un lugar común. En cambio apartamento conlleva la intención de
apartarse. Y es que no me he sentido más que apartado con los fantasmas del
piso de abajo y mi vecina con rostro de insistente molestia. El otro día cayeron
mis fusibles y le pedí la llave de los medidores. Su cara de orto fue
inolvidable.
No soy voyerista,
pero he visto a amigos que se desempeñan tranquilamente en esos menesteres
cuando la confianza ya es íntima. He notado la marca de los binoculares en el
contorno de sus ojos. Después de Heisenberg el oficio de voyeur perdió gran
parte de su misterio. Me explico, si según el físico el observador modifica lo
observado, entonces la ilusión del voyeur de ver a su objeto de deseo sabiéndose
a solas pierde toda la libido; siempre será un espectáculo: ese es el meollo de
la película de Palma. (A todo esto Brian Palma suena a obrero de la
construcción). La chica a cierta hora hace striptease para el protagonista que se
cree envuelto en una trama ajena. Él acaba siendo el observado.
En el sexto decálogo de Kieslowski,
en cambio, el voyeur opera como una fuente de poder. Boicotea los encuentros sexuales
de su vecina enviando a su domicilio a la emergencia del gas, o haciendo
llamadas telefónicas inoportunas. El ojo que la observa sin ella saberlo (¿o lo
intuye?) manipula su deseo. Esa sensación es la libidinosa, y no el encuentro
sexual posterior, que como dije es un fracaso. El deseo se sostiene a larga
distancia, jamás en el cuerpo a cuerpo. En Palma definitivamente es otro el
cuerpo con el que contacta, de ahí el título.
¿A qué viene toda esta
reflexión sobre los voyeurs? Claro, ahora que el departamento de abajo será
poblado, mi balcón quedará expuesto a su mirada. No he visto rostros, sólo el
ruido del taladro. Creo tener problemas de sociabilidad no en el sentido de no
hacer contacto, sino de no tener precaución con los que hago, me amigo de
cualquiera. Esto me ha llevado a envolverme en círculos de los que luego no
puedo salir. Es terrible esta sensación. No puedo creer que a esta altura
envidie a los tímidos.
Una tarde salgo en
calzoncillos al balcón (estoy suponiendo) y no me percato que alguien de abajo
mira. Precisamente me gustaba porque además de estar sus dos metros cuadrados pobladísimos
de suculentas y un arbusto de eneldo, nadie te ve a menos que sea el flash de
algún automóvil que va a cien de vuelta de la despedida de quien se fuera a
otro país. Mi panorámica es eso: casas bajas que bordean el conurbano con
Lanús, un corral de bondis y la carretera que te lleva al Aeropuerto de Ezeiza.
Suelo (¿o solía?) salir
cada mañana en calzoncillos a fumarme un porro y beber café con leche de
almendras. Era mi ritual. ¿Acabará este hábito (como el del monje) y tendré que
deshacerme de él, o acabaré siendo cómplice junto a mis vecinos de nuestra mutua
observancia? ¿Fumarán porros? ¿Tendrán hijos? Por las proporciones de su balcón
supongo esto. ¿Tendrán mascotas? Espero gatos. ¿Discutirán? ¿Y si es solo uno? ¿Escuchará
música a todo volumen? ¿Tendrá problemas con eso? ¿Se escucharán mis pasos
sobre su techo? ¿Será sapo?
Los sapos, mucho más que
los voyeurs, son detestables. No lo digo solo por su etiqueta política (en Chile
sapos eran los que entregaban gente a los milicos) sino como censor de la
realidad. El sapo siempre ejecuta su maniobra luego de consumados los hechos. Opera
tras bambalinas. Recubre de terror moral un evento que distorsiona con saña.
Los sapos en las borracheras colectivas son peligrosísimos. Pueden desfigurar
la fiesta hasta hacerla parecer una guerra civil.
Tanto o más peligrosos
que los parásitos coreanos que al menos lavan la ropa de los hogares que hacen
uso, los sapos viven del error ajeno como si se tratara de un fruto en lo alto
de su pirámide alimenticia. A veces desforestan personas, poblaciones completas.
Quizás los ojos saltones y la lengua larga sean el origen de esta metonimia. Quien
se fija demasiado y luego habla demás. ¿Será sapa mi vecina? No lo creo. No
toda la gente con cara de orto es sapa. ¿Cómo no apartarme sino departir tanta
simpatía siendo extranjero? Tan solo no quiero interrumpir mi ritual matutino,
siento que me empuja a escribir el resto del día. Y bueno, todo esto es una suposición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario