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Así que
se metía la cuchara llena de Froot Loops
con leche en la boca, sin mover ni un otro músculo. Su cara pálida y las
eminentes ojeras que llevaba no eran de notar para el resto de los Applebaums;
ya habían terminado de comer y uno leía el periódico —la sección de yates— , la
madre el suplemento sobre vida saludable que traía el periódico, y Matt…Matt la
miraba.
El señor
Nash se levantó de su silla, y dirigiéndose a todos les dijo, frotándose con
una servilleta la boca, que iría a comprar al Supermarket. Eso quería decir que
si alguno quería algo especial para comer o beber sólo tenía que hacérselo
saber.
No
recibió respuesta. —Bah, bueno, entonces voy—. Cogió las llaves del automóvil y
se le oyó, ya en el pasillo, ponerse su traje de agua y las botas, entre varios
casi inaudibles oh, mierda (oh, shit en inglés) pues sus
proporciones de sumo no le ayudaban mucho.
Matt
Applebaum, inocentón, seguía mirándola.
— ¿Qué mierda
miras? ―le dijo frunciendo el ceño.
—Nada Sylvia
–como un eructo– no seas tan amargada. No sé cómo te aguantas verte todas las
mañanas, eres como una bruja enana —se metió un brownie de una zampada en la
boca, y mientras lo masticaba, siguió— además eres aburrida. No hablas. Sólo te
pones como bruja.
—Dejen de
fastidiarse niños –dijo de espaldas la señora Applebaum, sin mucho ahínco,
mientras lavaba los platos.
—Es Sylvia
Ma –acusó el gordo– dijo mierda (shitt en inglés) Ma.
La señora
Applebaum no dijo nada. Refregaba absorta una sartén con restos de hamburguesas
quemadas.
Sylvia
siguió con sus cereales, y Matt, no satisfecho con sus odiosidades, y con una
expresión indefinidamente obscena, por provocarla, le hacía gestos con su
lengua como si fuera un perrito sediento.
De
pronto, cuando era lo convenido un ataque de ira como los de entonces, a Sylvia
parecióle que la indignación amainaba. La indigestión que le provocaba ese ser
repulsivo y canalla, ya pronto a convertirse en un sucio y cochino ciudadano
americano —si su mínima inteligencia se lo permitía— se esfumaba, y en su lugar
aparecía la más graciosa de las comedias negras. Podía contemplar como
ventajosa espectadora el espectáculo mismo del absurdo humano, en el ejemplo
más que sintomático que era su propia familia. No podía creer el nivel de
maquinal inconsistencia al que habían llegado los cerebros de una familia
promedio del condado de Queens. Aparentaban ya no razonar.
Afuera, a
pesar de la intensidad del Sol, aún llovía raudo.
No había
motivos para desesperarse.
—En fin
hermanito— le dijo Sylvia repentinamente, con un tono en la voz que nunca había
tenido —simplemente me das pena, ya no puedo hacer nada más por ti.
Siguió
lentamente, y con aires de satisfacción, comiendo sus Froot Loops.
Cuando se
retiró de la cocina, su madre la siguió con la mirada hasta perderse su cuerpo
subiendo la escalera.
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