ARGUMENTO
PARA LA NOVELA NEGRA
«UN
CUENTO NORTEAMERICANO»
Cuaderno
de trabajo del Camarero
Llorad llorad las muertes que
ruedan por los tejados a cada instante después de la lluvia.
Eduardo Anguita
Anguita es similar al real: bigotes, papada
prominente, ojos amplios y redondos, expresión de serio aburrimiento. Su
atuendo constaría frecuentemente de ternos a medida, y corbatas rayadas. A
menudo, sobre todo en las pesquisas, utilizará anteojos grandes y con gran
aumento.
El comienzo mismo a modo cinematográfico
se presenta del siguiente modo: una ciudad en penumbras, el reloj de la catedral
señalando las 3 de la madrugada, un viento frío que perpetra los escondrijos y
pasillos ocultos, que obliga a las ratas, cobijadas en sus insospechadas
cavernas, a cambiar de postura, a recurrir a un rincón un poco más cálido. Una
bola de fuego orbitando en su propio eje se puede vislumbrar luego de una
panorámica abrupta con la cámara que busca un sector ominoso de la ciudad, en
una calle sin salida, donde la halla girando, solitaria y solemne. Un hombre de
mediana edad, de traje gris, y sombrero de ala, yace en su despacho, en una
posición afectada. Millones de papeles arrugados forman a su alrededor una
suerte de aura material. El silencio, obviando al viento, es hermético. Sucede
que la ciudad está desierta. Los habitantes al parecer la han abandonado todos
de una vez, en una migración masiva y calculada. La ciudad se parece a un
muerto, como si se le hubiese volado el alma de repente. La bola de fuego —se
da uno cuenta después de un enfoque más nítido de la cámara— es en realidad una
fogata encendida por un grupo de vagabundos. La ciudad es Nueva York: se ve a
la lejanía el Empire States.
Pero no pasa nada fuera de lo común. Está lloviendo. Intermitentemente. Y digamos
que es ese el acontecimiento que acciona el resto. La cámara vuela, cruza todo
Manhattan, luego hace un salto por el East River, hasta llegar a Queens, para
fijarse en el techo de una casa. Una casa promedio de una familia
norteamericana. Un olor putrefacto. La hermana menor lleva muerta casi una
semana en el entretecho. La madre, el padre y el hermano duermen en el garaje. Llueve
a cántaros. Anguita al amanecer recibe una llamada. Y luego de eso estas dos
dimensiones, totalmente disímiles, comienzan a danzar.
El primer capítulo —oh! miserable problema—
en estricto rigor literario, debería ser un retrato naturalista de la vida
norteamericana, ni caricaturas ni parodias, sino un cuadro realista que
evidencie la majadería y la ignorancia absoluta del ciudadano norteamericano promedio.
La familia llevará por apellido los «Applebaum», lo que nada significa. El
padre será torpe y bruto. La madre, insidiosa y espléndidamente cínica. El
hermano, gordo y estúpido. Y la hermana…bueno, la hermana será como un agujero
que se irá tragando, consecutivamente, no sólo a la familia completa, sino que
a todo el país y sus fantasmas.
El asesino siempre está en casa; de
hecho, puede que duerma con ellos en la misma cama, que coma de sus platos, que
riegue su pasto. En fin, el cadáver de la hermana estará pudriéndose una semana
completa en la buhardilla de los Applebaum; y sólo cuando todo parezca
inevitable, aparecerá Anguita para abrir los ojos en medio del sueño americano.
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