miércoles, 23 de septiembre de 2015

ARGUMENTO PARA LA NOVELA NEGRA «UN CUENTO NORTEAMERICANO»

ARGUMENTO PARA LA NOVELA NEGRA
«UN CUENTO NORTEAMERICANO»
Cuaderno de trabajo del Camarero



Llorad llorad las muertes que ruedan por los tejados a cada instante después de la lluvia.

Eduardo Anguita



Diseñaré de una vez por todas el argumento y estructura del policial. Primero el detective: se llamará Eduardo Anguita, como el poeta chileno; el alcance de nombre no significará que el tipo no tenga ciertos rasgos del poeta, tanto físicos como psicológicos; de hecho, será hipocondríaco, afección que se le conoce tanto al real como a este imaginario. El exceso de análisis que desborda su intelecto lo llevan a menudo a sospechar de su propio cuerpo, lo que se traduce en constantes quejas por afecciones imaginarias, curiosamente casi siempre referentes al estómago y a los pies; para lo que no quiero tener explicaciones más acabadas. (Consultar a David Oliphant por traducciones de sus escritos periodísticos y filosóficos.) Me ha rondado últimamente la idea de que un psiquiatra ayude a Eduardo; pongámoslo así: el psiquiatra funcionaría como la parte racional de este detective sensible e intuitivo, una manera de hacer su contraparte, tal y como un Sancho Panza. Este psiquiatra, que manejaría todo tipo de información científica sobre la conducta humana, aconsejaría e instruiría a Anguita en la consecución de sus casos. Anguita es un hombre reposado la mayoría del tiempo, sobre todo cuando la actividad primordial es pensar; no obstante, entra en sendos ataques de furia cuando la nerviosidad del asunto se acrecienta, es capaz de golpear sin razón o insultar a inocentes. El aspecto físico del detective

                                                                                                      Anguita es similar al real: bigotes, papada prominente, ojos amplios y redondos, expresión de serio aburrimiento. Su atuendo constaría frecuentemente de ternos a medida, y corbatas rayadas. A menudo, sobre todo en las pesquisas, utilizará anteojos grandes y con gran aumento.
            El comienzo mismo a modo cinematográfico se presenta del siguiente modo: una ciudad en penumbras, el reloj de la catedral señalando las 3 de la madrugada, un viento frío que perpetra los escondrijos y pasillos ocultos, que obliga a las ratas, cobijadas en sus insospechadas cavernas, a cambiar de postura, a recurrir a un rincón un poco más cálido. Una bola de fuego orbitando en su propio eje se puede vislumbrar luego de una panorámica abrupta con la cámara que busca un sector ominoso de la ciudad, en una calle sin salida, donde la halla girando, solitaria y solemne. Un hombre de mediana edad, de traje gris, y sombrero de ala, yace en su despacho, en una posición afectada. Millones de papeles arrugados forman a su alrededor una suerte de aura material. El silencio, obviando al viento, es hermético. Sucede que la ciudad está desierta. Los habitantes al parecer la han abandonado todos de una vez, en una migración masiva y calculada. La ciudad se parece a un muerto, como si se le hubiese volado el alma de repente. La bola de fuego —se da uno cuenta después de un enfoque más nítido de la cámara— es en realidad una fogata encendida por un grupo de vagabundos. La ciudad es Nueva York: se ve a la lejanía el Empire States. Pero no pasa nada fuera de lo común. Está lloviendo. Intermitentemente. Y digamos que es ese el acontecimiento que acciona el resto. La cámara vuela, cruza todo Manhattan, luego hace un salto por el East River, hasta llegar a Queens, para fijarse en el techo de una casa. Una casa promedio de una familia norteamericana. Un olor putrefacto. La hermana menor lleva muerta casi una semana en el entretecho. La madre, el padre y el hermano duermen en el garaje. Llueve a cántaros. Anguita al amanecer recibe una llamada. Y luego de eso estas dos dimensiones, totalmente disímiles, comienzan a danzar.
El primer capítulo —oh! miserable problema— en estricto rigor literario, debería ser un retrato naturalista de la vida norteamericana, ni caricaturas ni parodias, sino un cuadro realista que evidencie la majadería y la ignorancia absoluta del ciudadano norteamericano promedio. La familia llevará por apellido los «Applebaum», lo que nada significa. El padre será torpe y bruto. La madre, insidiosa y espléndidamente cínica. El hermano, gordo y estúpido. Y la hermana…bueno, la hermana será como un agujero que se irá tragando, consecutivamente, no sólo a la familia completa, sino que a todo el país y sus fantasmas.
El asesino siempre está en casa; de hecho, puede que duerma con ellos en la misma cama, que coma de sus platos, que riegue su pasto. En fin, el cadáver de la hermana estará pudriéndose una semana completa en la buhardilla de los Applebaum; y sólo cuando todo parezca inevitable, aparecerá Anguita para abrir los ojos en medio del sueño americano.


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