Ni
un millar de los más sutiles silogismos de mi padre podría haber dicho más en
favor del celibato.
Laurence Sterne
Un mes antes de arribar a Nueva York dando por
terminada su labor diplomática en Odessa, Sergei Pitoniev le envía una última a
carta al Camarero. En ella le descubre uno de los autores que desde allí en
adelante lo acompañará hasta su muerte, nunca menguando el regocijo que le
despertara aquella primera lectura. La parte de la carta en que le hace el
hallazgo dice así:
Leyendo a Boris Pilniak me he acordado de ti, sobre
todo a raíz de los últimos textos que me has enviado y que, sin intención de
ser desmesurado, los considero espléndidos. Espero pues que, de no conocerlo, le
eches un vistazo; me parece haber visto unos cuantos títulos en la New York
Public Library de la Quinta Avenida. Hay un texto extrañísimo que Pilniak
publicó poco después de salida su novela The
Naked Year, llamado Materials for a
Novel, en el que, como podrás imaginarte a partir del título, lleva al límite
los procedimientos comunes de escritura novelesca: uso de fragmentos extraídos
de fuentes muy diversas; eliminación aparente de la trama y abolición de la
cronología; aparición y desaparición de personajes sin explicación alguna.
Pilniak, en sus términos, describía ese trabajo como
una creación de «asociaciones de paralelos y antítesis, donde el tiempo como la
historia es un constante estado del ser, una unidad que hace simultáneos todos
los acontecimientos y experiencias»[i].
Pocos años después escribió un texto excepcional, en la misma línea, que
tituló, no sin sutil ironía, A Story
about how Stories are Written, que haciendo gala de un estilo primoroso,
reflexiona subterráneamente sobre la literatura rusa y la manufactura de los
relatos. Es interesante la conexión que hace entre la literatura y el cortejo,
poniéndolos no al mismo nivel cultural, sino en el mismo estricto orden
estético.
Es entendible que a primeras se piense que el texto
es meramente ensayístico, pero siendo fieles al título, en efecto, es un
cuento, un relato bastante tradicional sobre alguien que narra un relato —a lo
Conrad: una narración dentro de otra narración— que trata sobre una muchacha rusa
que se enamora de un militar y escritor japonés en plena ocupación del ejército
imperial de la Rusia Oriental. Los japoneses fracasan, como se sabe, y son
expulsados por los revolucionarios. Atada la muchacha a un compromiso de
matrimonio, emigra a la ciudad japonesa de Suruga, de donde el escritor es
oriundo y en donde vive su familia. Provista de una especie de testamento que
su enamorado le entregara antes de volver a la guerra, llega a la casa de su
prometido con la esperanza de que aquel documento acredite su bienvenida en la
familia. Así ocurre. Se casan y viven en el país nipón a la espera de que a
ella se le conceda la vuelta a su país. El trámite de repatriación se demora,
en tanto él se convierte en un escritor famoso. Ella, siempre ajena a los
asuntos literarios de su marido, goza de los favores y ventajas propios de la
esposa de un escritor de renombre, pero así y todo se mantiene ignorante
respecto al tema de la tan aclamada novela. El narrador, mientras se bebe una cerveza
con un compatriota ruso —quien, a propósito, es de hecho el que le refiere toda
la historia antes descrita— nos revela que acaba de conocer en Tokio,
precisamente, a un importante escritor de ese país, quien hubo alcanzado la
fama con una novela en la que describía a una mujer europea. El lector da por
hecho de que se trata de la muchacha rusa.[ii]
Y más abajo remata con grandilocuencia:
La literatura es un cortejo. Piensa en ello. A mí me
ha abierto un mundo de posibilidades de escritura.
PD:
Hay una antología buenísima de Emil Vodek sobre el formalismo ruso. Te
recomiendo echarle un vistazo. Aparece, a mi parecer, lo esencial sobre el
tema.
Pues se dirige sin preámbulos a la Public Library de
la Quinta Avenida. El arrobo lo tiene hecho un muchacho. Está empezando a
escribir el capítulo sobre el desastre de la Gran Guerra, y no puede parar de
tomar notas de lo que sea. Parece una amapola al viento tempestuoso de la
primavera, soltando sus hojas con gracia, dejándose llevar por los acontecimientos,
por sus más vertiginosas imaginaciones. El capítulo es un relato cruzado, la
voz de ella y de él, caóticamente anudadas, obedeciendo no a un orden temporal
de los hechos, sino a las distintas intensidades de lo vivido. Lo que para ella
ha sido el tronar de bombas en las callejas, para él ha sido el llanto de sus
hijas oído desde su habitación. Lo que él cree es una admonición histórica,
para ella es el fin del mundo. En los límites de la muerte, sin embargo, el
único recuerdo de cada uno es la vida del otro.
Trabaja todo el capítulo en un lapso de cuatro días
de ardua escritura, en el salón de lecturas de la biblioteca. Sobre el mesón,
además de su cuaderno y su bolígrafo, está un volumen de relatos de Boris
Pilniak y la antología recomendada por Pitoniev. Estos dos libros, aunque
parezcan fuera de lugar, son la fuente de la que bebe el Camarero para
inspirarse en la escritura de aquellas escenas tan macabras como emotivas.
Con esta parte del trabajo finiquitado, sólo queda
por terminar —según el plan maestro de la novela— tres capítulos más y un
epílogo. Decide descansar un momento del trance que implica escribir
incesantemente. Visita a Treepine en su nuevo departamento de soltero, a la
vuelta de su casa, en la misma Quinta Avenida. Da por hecho la entropía de ese
lugar como fuera del tiempo: Treepine no sale de su frustración. Su novela
sobre las barbas parlantes no avanza ni en lo más mínimo, y cada párrafo que
escribe —le comenta— carece a tal punto de gracia, que me corren las lágrimas
cuando los releo. El Camarero lo oye gimotear a lo largo de una hora, hasta que
se aburre de mantener su forzada empatía y arma un canuto del tamaño del dedo
gordo de un pie. En pleno viaje psicotrópico, el Camarero le comenta acerca de su
descubrimiento, motivado por Pitoniev, del autor ruso que le ha roto la
mollera. Treepine contesta con monosílabos, quizás por la tristeza o adormilado
por la marihuana. En un momento de pleno y profundo silencio, le consulta al Camarero
por algo que no le ha quedado muy claro.
—¿De qué me hablabas?
—Ah, de Materials
for a Novel, pendejo.
Treepine se sumerge en sus pensamientos un momento más
sin hacer caso del improperio del Camarero.
—¿Crees que pueda…?
El Camarero entiende de inmediato la intención, y le
contesta con una pregunta.
—¿Cuánto llevas escrito?
—Unas ochenta páginas, máximo.
—Es suficiente.
Se levantan maquinalmente de sus sofás, y se sientan
en el suelo a releer y analizar los desparpajos de papeles que Treepine hace
llamar su novela. La idea, en apariencia mediocre y poco elegante, consiste en
coger estos fragmentos y ensayar sobre ellos la historia de un autor (Treepine
le bautiza infantilmente como Penman)
que intenta escribir una novela que no logra terminar. Deciden describir los
desaires existenciales de Mr. Penman,
intercalando los fragmentos de la novela inacabada sobre las barbas parlantes.
Es una buena idea; buena para alguien que ya no tiene fuerzas para seguir
forzando una trama mal definida, muerta desde el nacimiento. El Camarero se
entusiasma de tal forma que escribe algunos apuntes que luego Treepine incluye
textuales. No por ello le exige créditos en su obra; le dice que podría armar
incluso un libro con fragmentos ajenos, plagiados, y que así y todo la
verdadera artesanía —y, en fin, autoría— del asunto será siempre la labor del
montajista. Como en las películas: ni guionistas ni camarógrafos determinan la
obra, a pesar de formar parte de ella. El verdadero creador es quien monta las
escenas. El Camarero le cita a Treepine in
extenso algunas partes de Towards a
Theory of Montage de Einsentein, como para aclarar aún más su postura.
Hilarantemente Treepine la termina en menos de dos
semanas. La llama, con una falta de originalidad modélica (al decir del
Camarero), Materials for a Novel about Talking
Beards[iii]. Oliphant y
Samsa la demandan de inmediato como un título excelente para su colección de
textos contemporáneos, TXT. Se
publica así, un mes después, en el n°7 de dicha colección. El número exacerba
el ánimo de Treepine, quien además de estar soltero, cada vez se vuelve más supersticioso.
En la tapa figura un detalle minúsculo de la frondosa barba de Tolstoi, un
microscópico fragmento de una pintura del famoso retratista ruso Iliá Repin, de
tal escala que no se logra dilucidar a simple vista que se trate de una barba. El
libro se presenta con un prólogo de Robert Silverberg, un octogenario escritor
de ciencia-ficción, autor de culto de las cloacas de la literatura. El prólogo
comienza con una mala leche memorable:
¿QUIEN ES TREEPINE? ¿QUÉ ES TREEPINE?
El apellido Treepine no figura en la guía de
teléfonos de Manhattan de 2004, la más moderna que poseo. Yo no esperaba hallar
el nombre de James Treepine, en la guía de Manhattan porque sé que recibe su
correspondencia en un suburbio de Miami Beach. Pero no había ningún Treepine en
la guía, y esto me pareció significativo porque durante mucho tiempo he creído
que cualquier nombre humano se puede encontrar en la guía de Manhattan. Por lo
tanto, Treepine es un apellido insólito. (No se encuentran Treepines en las guías de teléfonos de la región de San Francisco,
donde vivo, y sospecho que tampoco en las guías de los suburbios de Washington.
Nada se encuentra sub Treepine en la Encyclopaedia Britannica, excepto una
referencia a Treepine Heath, en Essex, donde, según mi edición de 1910, las
condiciones son excepcionalmente favorables para el cultivo de fresas,
frambuesas y grosellas. Un nombre insólito, Treepine).
Y también un escritor insólito.[v]
Este mes acaba sin muchas novedades, descontando el
destranco de Treepine, a quien al fin puede verse tranquilo y disfrutando de su
corriente carrera de editor y director de revistas de tercera categoría. En
cuanto al Camarero, se ha propuesto hasta principios del año venidero terminar
de una vez Centripetal Valleys. A novel, como se repite en su cabeza.
[i]Parte del presente texto está
contenido textual, con pequeñas modificaciones, en el prólogo de Sergio Pitol a
su traducción de Pedro, su Majestad
Emperador de Boris Pilniak. 2008. Universidad Veracruzana: México
[ii]Los títulos mencionados en
español son: El año desnudo, Materiales para una Novela y Un cuento sobre cómo se escriben los cuentos.
[v]Primer párrafo del prólogo de
Robert Silverberg al volumen de relatos de ciencia-ficción WarmWorlds and Otherwise de James Tiptree Jr., 1975