martes, 28 de noviembre de 2017

LA ESCRITURA DE UN TIRÓN/ 1 ensayo








         Franz Kafka escribió su novela corta La Condena entre las diez y las seis de la madrugada del 23 de septiembre de 1912.

         Como se ve, ocho horas de escritura incesante y enrevesada, de largo trance y tensión. Kafka no sólo se contentó con ser quien descubrió (como antiguas ruinas, o ciudades inhóspitas) sino también fue un eximio inventor, el creador de una nueva forma de escribir —la más utilizada, la más abusada—­ la escritura de un tirón.

         El país jamás explorado de la imaginación —la alegoría burocrática y épica― escribiéndose de un tirón en un pequeño y oscuro cuarto de Praga.

         Hablo no sólo de un método, sino también de una posible ética: las obras que no son gestadas de un tirón pierden la vida, o se escriben íntegras simultáneamente o, lisa y llanamente, no deben existir. Método ético: las obras jalonadas por muchas horas pierden la vida, mueren en el dintel del útero.

         «En el primer momento el comienzo de todo cuento es ridículo. Parece imposible que ese nuevo, e inútilmente sensible cuerpo, como mutilado y sin forma, pueda mantenerse vivo», escribe en su diario dos años después.

         El nacimiento muerto, la fragilidad del comienzo, se ve, son las circunstancias que el escritor debe evitar. No obstante, tanto para el surrealismo como para la prosa espontánea kerocuaniana, y como en toda tradición —un saber original a partir de un hito fundacional— se muestra en formas específicas de expresión. Entonces, lo que para Kafka es la intermitencia del procedimiento, para el Surrealismo es el boicot de la conciencia, las formas de arrancarla y sacar a relucir lo inconsciente, en la escritura autómata.

         ¿Hay relaciones concordantes entre Kafka, Surrealismo y carnaval freudiano? El doctor Freud, no muy lejos de allí, en su consulta, dado al encierro cerebral escribe en sus apuntes: Methode der freien Einfälle.

         En otras palabras, es el cuerpo quien escribe, la memoria contenida en el cuerpo, a saberse, lo inconsciente. Por supuesto, algo interesante que sacar a colación, a propósito: Kafka a la mañana siguiente al hito de La Condena, escribe en su diario que mientras ocurría su cuento, entre otros, pensó en su compatriota austriaco Sigmund Freud.

         Quién como Freud, digo, sino a quien atribuirle la autoría de toda estas técnicas —demasiado literarias por lo demás—, que surgieron como formas de explicar la existencia real y concreta de lo inconsciente, ese último territorio descubierto por el humano.

         Los surrealistas demandaron credibilidad cuando se esmeraban por explorar lo inconsciente, tal como lo hiciera a su modo la psiquiatría con su bastión de supremacía. Por qué no podían tener su rédito allí donde los otros ejercían su ciencia, ellos también querían investigar, con la misma seriedad y procedimiento.

         La coherencia, no obstante, en el discurso surrealista es prescindible; incoherencia que a Kafka e incluso a Kerouac le parecían abominables, para ellos era un efecto buscado. En cambio, éstos querían que sus discursos se entendieran, que se lograran comunicar: el automatismo, pues, era una fuente de forma estética, como también de preocupación moral.

         La técnica del automatismo se aprovechó de instancias biológicas para llevar a cabo la tarea escritural: sensación de somnolencia, utilización de drogas, meditación con lápiz en mano.

         Cuando llegamos al tiempo de Kerouac, los años 50, los surrealistas venían de baja y procuraban enterrarse en las cloacas del arte moderno (Breton dixit) para, desde allí, seguir operando (cosa que lograron). Sin embargo, Kerouac entendía la prosa como lo hicieran los escritores del siglo de oro español, o Dante, o Milton, o los poetas épicos, es decir, como música, como ritmo.

         Ritmo no métrico, no susceptible de matematizarse. Kerouac, ángel de la cultura híbrida, moderna, de masas: conjunto de fragmentos, de una sucesión no repetitiva, el universo fractal.  Su origen está, por supuesto, inspirado del fraseo improvisado del Jazz, del Bebop específicamente. Kerouac quería improvisar en la prosa como lo hiciera Charlie Parker en el saxo. Los puntos, comas, guiones, paréntesis, son para él figuras musicales y tempos puestos allí por la necesidad de determinar el ritmo suscitado por una corriente de conciencia frenética e irrefrenable.

         Hay una diferencia fundamental, para los que lo ligan de inmediato a la escritura automática surrealista: su improvisación es dirigida, el escritor se reconcentra en una escena de la memoria la cual bombardea con significados que se van disponiendo en el papel, de manera a veces caótica pero siempre con la mesura de la necesidad de contar algo concreto. «Fijación del trance soñando sobre un objeto ante ti», señala en el punto 12 de sus consejos sobre prosa espontánea, Belief and Technique for Modern Prose.

         Asi es que vemos tres variantes, tres éticas distintas, sobre la escritura de un tirón; que a su modo viene a demostrarnos que las condiciones cosmológicas y biológicas determinan, cómo no, no sólo el contenido, sino la calidad de lo escrito.


         Jack Kerouac escribe su novela corta Los Subterráneos en ocho noches, bajo el efecto de la anfetamina, del 3 al 11 de julio de 1953.





Una primera versión de este ensayo apareció en: Vox Horrísona, N 1, 2016


martes, 21 de noviembre de 2017

COCHINA CARNICERÍA DEL MUNDO/ 9 poemas de Carl Sandburg










LA NIEBLA

La niebla llega
con pisadas de gato.

Se sienta
sobre sus ancas
silenciosas
para observar
el puerto y la ciudad.
Luego se marcha.




EL PASTO

Amontonen los cuerpos en Austerlitz y Waterloo.
Remuévanlos con una pala y déjenme trabajar—
                            Yo soy el pasto. Todo lo cubro.

Amontonen los cuerpos en Gettysburg, Ypres y Verdun.
Remuévanlos con una pala y déjenme trabajar.
Pasarán dos o diez años y los pasajeros
preguntarán al conductor:
                            ¿Qué lugar es éste?
                            ¿Dónde estamos?
                           
                            Yo soy el pasto.
                            Déjenme trabajar.




ASTILLA

El canto del último grillo
cruza por el frío
de la primera nevada,
y así se despide de nosotros.
Esa astilla delgada que canta.




EL ENJUAGUE DEL MAR

El mar enjuaga sin fin.
Se repite y se repite el enjuague del mar.
¿Sólo conoce las viejas canciones?
¿Eso es todo lo que sabe el mar?
         ¿Solo canciones de
         vieja potencia?
         ¿Eso es todo?
El enjuague del mar se repite y
se vuelve a repetir.




BOSQUEJO

Las sombras de los barcos
se mecen encima,
sobre el brillo azul claro
del tardo y suave redoblar
de la marea.

La larga playa color de lana,
donde el cielo se moja,
forma un brazo de arena
sobre un trecho de sal.

Los pliegues infinitos y diáfanos
del agua, seductores,
se deslizan y se van.
Las migajas de las olas
y las blancas burbujas reventadas
lavan la playa.

         Se mecen encima,
         sobre el brillo azul claro,
         las sombras de los barcos.



TRANSCURRIR

La arena del mar
se torna roja
cuando llega y tiembla
la puesta del Sol.
La arena del mar
se torna amarilla
cuando, incierta,
la Luna se inclina




JACK

Jack fue un negro garboso y baquetón.
Durante 30 años trabajó en el ferrocarril, 10 horas al día, y sus manos se volvieron más duras que las suelas de sus zapatos.
Se casó con una mujer fuerte y tuvieron 8 hijos y la mujer murió y los niños crecieron y se largaron y le escribieron cartas al viejo cada dos años.
Murió en una pobre casa, sentado en un banco bajo el sol contando sus recuerdos a otros viejos cuyas mujeres murieron y sus hijos se largaron.
Mostró gozo en su rostro al morir igual que mostró gozo durante el tiempo en que vivió —él fue un negro garboso, arrogante y baquetón.




CIRCO DEL AIRE

         ¿Había muchos espejos giratorios?
         ¿Se juntaban las luces plateadas y rosas?
         Los jinetes llegaron llorando (resuélvanme este enigma).
         Los jinetes, montando horquillas de oro, lloraron y siguieron su marcha mientras los planes truculentos (de caza y combate, helicópteros y bombarderos) llegaron,
         bañados en luz, arrojando banderas—
         ¿Cada jinete recogió un espejo giratorio?
         ¿Cada jinete se trenzó con el plateado y el rosa




CHICAGO

Cochina carnicera del mundo,
fabricante de herramientas,
granero de trigo.
Juegas con los trenes y con
el flete comercial de la nación.
Despellejada, tormentosa, alborotada,
ciudad de espaldas anchas:

Me dicen que eres impía, y yo lo creo, pues he visto a tus mujeres pintarrajeadas, bajo faroles, engatusando a los jóvenes rancheros.
También me dicen que estás torcida y yo respondo: Sí, es verdad, pues he visto a sus pistoleros que asesinan y son puestos en libertad para volver a asesinar.
Y me dicen que eres bestial y yo respondo: En los rostros de mujeres y niños he visto huellas del hambre desenfrenada.
Y después de responder eso, miro a los que hacen escarnio de mi ciudad y les regreso su escarnio diciendo:
Muéstrenme otra ciudad con la frente en alto que cante con orgullo por estar viva y tosca y fuerte y ser una marrullera.
Arrojando improperios magnéticos en medio de la faena que amontona trabajo sobre trabajo, está un gran zángano.
Temerario que obstinadamente resplandece en suaves ciudades chicas;
Fiereza de perro con su lengua lamiendo la acción, solapado como un abismo salvaje en contra del salvajismo,
Cabeza rapada,
Mercenaria,
Náufraga,
Calculadora
Que construye destruye y reconstruye
Bajo el humo, con tierra en la boca, mostrando sus dientes blancos en la carcajada,
Bajo la carga terrible del destino, riendo a carcajadas como sólo la juventud sabe reír
Riendo con la ignorancia del combatiente que ríe porque nunca ha perdido una batalla
Jactancia y carcajada que marca el pulso en su muñeca y bajo sus costillas late el corazón del pueblo.
¡Carcajada!
Carcajada tormentosa, robusta, risa alborotada de la

Juventud, medio desnuda, sudorosa, con el orgullo de ser una cochina carnicera, fabricante de herramientas, granero de trigo, la que juega con trenes, flete comercial de la nación.




sábado, 18 de noviembre de 2017

LAVAR LA LOZA ES SAGRADO/ 1 poema






lavar la loza es un acto sagrado
diseñar una ciudad sumergida

un tótem figurativo de pollock
o una cajita de joseph cornell

ollas y platos se amontonan
y navegan por el agua sucia

los tenedores se hunden a fondo
y los restos tapan el desagüe

un caldo se revuelve
y se llena de espuma
de un detergente gelatinoso









sábado, 11 de noviembre de 2017

EL LECTOR COMÚN/ 1 texto de Virginia Woolf





Hay una frase en la «Vida de Gray», del doctor Johnson, que bien pudo ser escrita en todas esas salas, demasiado humildes para ser llamadas bibliotecas, aunque llenas de libros, donde gente anónima se entrega a la lectura: «… me regocijo de coincidir con el lector común; pues el sentido común de los lectores, incorrupto por prejuicios literarios, después de todos los refinamientos de la sutileza y el dogmatismo de la erudición, debe decidir en último término sobre toda pretensión a los honores poéticos». Define sus cualidades; dignifica sus fines; se dedica a una actividad que devora una gran cantidad de tiempo, y sin embargo tiende a no dejar tras de sí nada muy sustancial: la sanción al reconocimiento del gran hombre.

El lector común, como da a entender el doctor Johnson, difiere del crítico y del académico. Está peor educado, y la naturaleza no lo ha dotado tan generosamente. Lee por placer más que para impartir conocimiento o corregir las opiniones ajenas. Le guía sobre todo un instinto de crear por sí mismo, a partir de lo que llega a sus manos, una especie de unidad —un retrato de un hombre, un bosquejo de una época, una teoría del arte de la escritura. Nunca cesa, mientras lee, de levantar un entramado tambaleante y destartalado que le dará la satisfacción temporal de asemejarse al objeto auténtico lo suficiente para permitirse el afecto, la risa y la discusión. Apresurado, impreciso y superficial, arrancando ora este poema, ora esa astilla de un mueble viejo, sin importarle dónde lo encuentra o cuál sea su naturaleza siempre y cuando sirva a su propósito y complete su estructura, sus deficiencias como crítico son demasiado obvias para señalarlas; pero si, como afirmaba el doctor Johnson, tiene voz en el reparto último de los honores poéticos, entonces, tal vez, merezca la pena anotar unas cuantas de las ideas y opiniones que, insignificantes por sí mismas contribuyen, no obstante, a tan grandioso resultado.



jueves, 2 de noviembre de 2017

UN SUEÑO/ de, los años de la demolición








había un animal extraño
un cetáceo en forma de flor,
o girasol, gigante
rosa
húmedo

alguien me enseñaba
sus partes: alma gelatinosa,
tallo o centolla y hojas

el ser respiraba por el centro,
por un orificio similar a un ano,
húmedo como una vagina en éxtasis

nos comíamos el cetáceo a las brasas de un pino
no recuerdo el sabor ni el olor, sí que los restos
los maceraba con sal y los ponía junto al fuego
para ahumarlos

mientras el humo me llegaba a la cara
la escuché decir: esta güeá da cáncer[1]











[1]Anotación al margen: ¿Qué diferencia sustancial existe entre esta escena y un sueño? Los ojos son pinceles, pero en el sueño no hay ojos. ¿Dónde se desarrollan los sueños? ¿En algún intersticio del cerebro? Como si se hallase instalado en ese lugar un set cinematográfico, en donde un director-guionista que conoce todos tus secretos –incluso aquellos que aún no existen- está pronto, en alguna de estas noches blancas, a exhibir.

BARTHES Y LA NOVELA/ 1 txt de Alberto Giordano






Éric Marty recuerda, en “Memorias de una amistad”, que después de la muerte de su madre, la idea de escribir una novela se tornó obsesiva para Barthes, lo presionaba extrañamente, como un imperativo más que como una aspiración. “No entendíamos qué quería hacer.” Los frutos de ese trance perturbador fueron, como se sabe, extraordinarios: La cámara lúcida, los apuntes del curso La preparación de la novela y “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”, el ensayo de Barthes que incluiríamos en una antología del género, de Montaigne a la actualidad, en caso de que solo pudiéramos incluir uno. Antes de que se convirtiera en obsesión, con más de una década de anterioridad, la idea de que “la novela siempre es el horizonte del crítico”, que el crítico, como el Narrador proustiano, es un escritor aplazado, ya había sido propuesta en el Prefacio de Ensayos críticos, un texto programático de múltiples alcances (de esos en los que la mirada retrospectiva se complace al reconocer que entre sus enunciados ya estaba dicho “todo”). Siempre entendí que la novela como horizonte, en el caso de un crítico para el que la verdad de su ejercicio reposa, fundamentalmente, en la intensidad del deseo de escribir, no sería un más allá del ensayo, sino más bien su límite exterior, ese que Barthes alcanzó, magistralmente, en La cámara lúcida. Nunca se trató de la composición de un relato, de imaginar una trama ficticia. Y sin embargo, en La preparación de la novela, justifica su imposibilidad de fabular narrativamente, y lo hace a través de un argumento curioso: no sabe mentir, no porque no quiera sino porque no puede, aunque tampoco pueda decir la Verdad. “Lo que está fuera de mis límites es la invención de la Mentira, la Mentira lujuriosa, la Mentira que hace espuma…” Este argumento recuerda el de otro crítico que nunca dejó de serlo, pese a su intimidad con la literatura, Charles Du Bos, cuando se lamenta en una entrada del Diario de su escrupulosa y muy literal concepción de la sinceridad: “aun cuando poseyera esa imaginación creadora que no tengo, no estoy absolutamente seguro de que consintiese en servirme de ella, de que llegara a imponer silencio a ese aspecto profundo y como intratable de mi naturaleza que se revela contra toda transposición, cualquiera que sea”. Con el psicoanálisis de su lado, Barthes le añade al argumento moral un giro revelador: “el rechazo de ‘mentir’ puede remitir a un Narcisismo: no tengo, me parece, más que una imaginación fantasmática (no fabuladora), es decir, narcisista”. Movido por el deseo de escribir, el crítico se retiene más acá del punto a partir del cual, por fidelidad a ese deseo, podría perderse: elige el saber antes que la experiencia, incluso si concibe el saber en los términos del ensayo: como experiencia de búsqueda.