Tales
indirectas ―advertencias de una posible resolución o inversión con mayor
verosimilitud cuando tenga lugar― son bastante comunes en las novelas de
misterio. En el relato de Conan Doyle, “El hombre del labio torcido”, un hombre
se pone el traje de un mendigo con el fin de recoger limosnas. Una serie de
coincidencias no demasiado complicadas conduce a la detención de St. Clair en
su disfraz profesional. El mendigo es acusado de su propio asesinato.
Sherlock Holmes investiga el caso pero
presenta una falsa resolución. El punto es que St. Clair ha sido declarado
desaparecido, mientras que en el canal no muy lejos del lugar del supuesto
asesinato, se encuentra un abrigo, cuyos bolsillos están llenos de monedas.
Sherlock Holmes construye una nueva
hipótesis:
«No, señor, los datos pueden ser muy engañosos.
Suponga que este tipo, Boone, ha tirado a Neville St. Clair por la ventana, sin
que le haya visto nadie. ¿Qué hace a continuación? Por supuesto, pensará
inmediatamente en librarse de las ropas delatoras. Coge la chaqueta, y está a
punto de tirarla cuando se le ocurre que flotará en vez de hundirse. Tiene poco
tiempo, porque ha oído el alboroto al pie de la escalera, cuando la esposa
intenta subir, y puede que su compinche el marinero le haya avisado ya de que
la policía viene corriendo calle arriba. No hay un instante que perder. Corre
hacia algún escondrijo secreto, donde ha ido acumulando los frutos de su
mendicidad, y mete en los bolsillos de la chaqueta todas las monedas que puede,
para asegurarse de que se hunda. La tira, y habría hecho lo mismo con las demás
prendas de no haber oído pasos apresurados en la planta baja, de manera que
sólo le queda tiempo para cerrar la ventana antes de que la policía aparezca.»
Esta es una resolución falsa.
Mientras tanto, se hace alusión a la
identidad de St. Clair y Boone de la siguiente manera: durante la búsqueda del
apartamento de Boone, la policía descubre restos de sangre en el alféizar de la
ventana, así como en el suelo de madera. Al ver la sangre, la señora St. Clair
se desmaya, y la policía la envía a su casa en un taxi, ya que su presencia no
ayuda en la investigación. El inspector Barton busca más pistas y no encuentra
nada. Ha cometido un error al no arrestar a Boone en el acto, dándole la
oportunidad de hablar sobre el asunto con el Malayo. Remendando su error a tiempo,
la policía detiene a Boone y lo examina. Sin embargo, no se encuentra evidencia
incriminatoria contra su persona. Si bien encuentran manchas de sangre en la
manga derecha de su camisa, pero las explica mostrándoles un dedo con un prominente
corte. Con toda probabilidad, explica, esas manchas de sangre en el alféizar de
la ventana provienen de este corte. Después de todo, caminaba hacia la ventana
cuando su dedo empezó a sangrar.
Vemos que el corte en el dedo de Boone
se muestra indirectamente. El foco principal está en el alféizar de la ventana
con sus manchas de sangre.
Por otro lado, la señora St. Clair, refiriéndose
a los profundos sentimientos que tiene con su esposo, dice:
«Existe entre nosotros una comunicación tan
intensa que si le hubiera pasado algo malo, yo lo sabría. El mismo día en que
le vi por última vez, se cortó en el dormitorio, y yo, que estaba en el
comedor, subí corriendo al instante, con la plena seguridad de que algo había
ocurrido.»
El autor hace hincapié en que la señora
St. Clair se refiera al hecho de que su marido se ha herido a sí mismo, en vez
de referirse a la lesión misma. Mientras tanto, se establece un motivo para
identificar a St. Clair con Boone, ya que ambos tienen cortes en sus dedos.
Estos elementos coincidentes, sin
embargo, se muestran de forma incongruente. Aquí el propósito del autor no es
tanto proporcionar un "reconocimiento" sino brindarle verosimilitud al
relato cuando ya ha sucedido en éste el acontecimiento clave: Chejov dice que
si en una historia nos describen un arma colgada en la pared, con el correr de
la historia esta arma inevitablemente tendrá que disparar.
Este motivo, presentado con fuerza,
cambia a lo que se denomina "inevitabilidad" (Ibsen). Este principio,
en su forma habitual, corresponde en realidad al principio general del arte. En
una novela de misterio, sin embargo, el arma que cuelga en la pared no dispara.
Otra pistola dispara en su lugar.
Es interesante observar cómo al artista prepara
gradualmente su material para que se produzca tal desenlace. Tomemos un ejemplo
lejano: en Crimen y castigo,
Svidrigailov escucha la confesión de Raskolnikov pero no la comunica en
absoluto. Svidrigailov representa una amenaza de una naturaleza distinta.
Sin embargo, es bastante incómodo para
mí hablar de Dostoievski como una nota a pie de página de un capítulo sobre
Conan Doyle.
Previo a estas divagaciones, había
observado que la palabra "banda" (en virtud de su doble significado)
así como la referencia a los gitanos nos preparan para un falso desenlace.
Sherlock Holmes dice:
«Si combinamos los silbidos en la noche, la
presencia de una banda de gitanos que cuentan con la amistad del viejo doctor,
el hecho de que tenemos razones de sobra para creer que el doctor está muy
interesado en impedir la boda de su hijastra, la alusión a una banda por parte
de la moribunda, el hecho de que la señorita Helen Stoner oyera un golpe
metálico, que pudo haber sido producido por una de esas barras de metal que
cierran los postigos al caer de nuevo en su sitio, me parece que hay una buena
base para pensar que podemos aclarar el misterio siguiendo esas líneas.»
Obviamente, la persona responsable de
esta "falsa resolución" es el propio Sherlock Holmes. Esto se explica
por el hecho de que el detective oficial que generalmente construye la falsa
resolución está ausente en "La banda de lunares" (precisamente es de
esta manera que Watson, invariablemente, interpreta erróneamente la evidencia).
Dado que esto es así, corresponde al propio Sherlock Holmes cometer el error.
Lo mismo ocurre con "El hombre del
labio retorcido".
Un crítico ha explicado el paulatino
fracaso del investigador estatal ante la victoria eterna del detective privado
de Conan Doyle como la confrontación existente entre el capital privado y el
estado público.
No sé si Conan Doyle tenía alguna base
para enfrentar al Estado inglés contra la burguesía inglesa. Sin embargo, creo
que si estas historias fueran escritas por un escritor que viviese en un estado
proletario, entonces, aunque él mismo fuera un escritor proletario, todavía así
haría uso de la otra parte, del detective fracasado. Lo más probable es que en
este caso sea el detective del Estado el victorioso, mientras que el detective
privado se mantenga, invariablemente, vacilando en vano. En una historia tan
hipotética Sherlock Holmes sin duda estaría trabajando para el Estado, mientras
que Lestrade se dedicaría a la práctica privada, pero la estructura de la
historia (el tema de fondo) no cambiaría. Volvamos ahora a ella.
Sherlock Holmes y su amigo Watson,
habiendo viajado a la escena del supuesto crimen, inspeccionan la casa.
Inspeccionan la habitación de la
difunta, donde su hermana, asustada por su vida, ahora reside.
«¿Con
qué comunica esta campanilla?», preguntó por fin, señalando un grueso cordón de
campanilla que colgaba junto a la cama, y cuya borla llegaba a apoyarse en la
almohada.
«Con
la habitación de la sirvienta.»
«Parece
más nueva que el resto de las cosas.»
«Sí,
la instalaron hace sólo dos años.»
«Supongo
que a petición de su hermana.»
«No;
que yo sepa, nunca la utilizó. Si necesitábamos algo, íbamos a buscarlo
nosotras mismas.»
«La
verdad, me parece innecesario instalar aquí un llamador tan bonito. Excúseme
unos minutos, mientras examino el suelo.»
Se
tumbó boca abajo en el suelo, con la lupa en la mano, y se arrastró velozmente
de un lado a otro, inspeccionando atentamente las rendijas del entarimado. A
continuación hizo lo mismo con las tablas de madera que cubrían las paredes.
Por último, se acercó a la cama y permaneció algún tiempo mirándola fijamente y
examinando la pared de arriba a abajo. Para terminar, agarró el cordón de la
campanilla y dio un fuerte tirón.
«¡Caramba,
es simulado!», exclamó.
«¿Cómo?
¿No suena?»
«No,
ni siquiera está conectado a un cable. Esto es muy interesante. Fíjese en que
está conectado a un gancho justo por encima del orificio de ventilación.»
«¡Qué
absurdo! ¡Jamás me había fijado!»
«Es
muy extraño», murmuró Holmes, tirando del cordón. «Esta habitación tiene uno o
dos detalles muy curiosos. Por ejemplo, el constructor tenía que ser un
estúpido para abrir un orificio de ventilación que da a otra habitación,
cuando, con el mismo esfuerzo, podría haberlo hecho comunicar con el aire
libre.»
«Eso
también es bastante moderno», dijo la señorita.
«Más
o menos, de la misma época que el llamador», aventuró Holmes.
«Sí,
por entonces se hicieron varias pequeñas reformas.»
«Y
todas parecen de lo más interesante… cordones de campanilla sin campanilla y
orificios de ventilación que no ventilan.»
Tenemos tres objetos delante de
nosotros: (1) la campana, (2) el piso, (3) el ventilador. Me gustaría precisar que Sherlock Holmes está especulando
sólo a una de estas tres opciones, y que la tercera se muestra en forma de
pista. Véase la primera historia relativa al crimen, es decir, la cláusula
subordinada del primer punto.
Sigue un examen de la habitación
contigua perteneciente al médico.
Sherlock Holmes examina la habitación y
pregunta, señalando la caja fuerte que ha sobrevivido al fuego:
«¿Y
no podría haber, por ejemplo, un gato?»
«No.
¡Qué idea tan extraña!»
«Pues
fíjese en esto», y mostró un platillo de leche que había encima de la caja.
«No,
gato no tenemos, pero sí que hay un guepardo y un babuino.»
«¡Ah,
sí, claro! Al fin y al cabo, un guepardo no es más que un gato grandote, pero
me atrevería a decir que con un platito de leche no bastaría, ni mucho menos,
para satisfacer sus necesidades. Hay una cosa que quiero comprobar.»
Se
agachó ante la silla de madera y examinó el asiento con la mayor atención.
«Gracias.
Esto queda claro», dijo levantándose y metiéndose la lupa en el bolsillo.
Como se puede ver, las conclusiones de
Holmes no se dan a conocer. Luego examina la cama.
Los resultados de este examen tampoco se
revelan de inmediato, mientras que nuestra atención se dirige por primera vez a
un zócalo: "El objeto que había llamado su atención era un pequeño látigo
de perro colgado en una esquina de la cama".
Sigue la conversación de Sherlock Holmes
con Watson.
Sherlock Holmes saca los detalles aún no
enfatizados acerca del ventilador y dice lo que no ha dicho antes, es decir,
que la cama está atornillada.
«Yo
no vi nada destacable (dice Watson), a excepción del cordón de la campanilla,
cuya finalidad confieso que se me escapa por completo.»
«¿Vio
usted el orificio de ventilación?»
«Sí,
pero no me parece que sea tan insólito que exista una pequeña abertura entre
dos habitaciones. Era tan pequeña que no podría pasar por ella ni una rata.»
«Yo
sabía que encontraríamos un orificio así antes de venir a Stoke Moran.»
«¡Pero
Holmes, por favor!»
«Le
digo que lo sabía. Recuerde usted que la chica dijo que su hermana podía oler
el cigarro del doctor Roylott. Eso quería decir, sin lugar a dudas, que tenía
que existir una comunicación entre las dos habitaciones. Y tenía que ser
pequeña, o alguien se habría fijado en ella durante la investigación judicial.
Deduje, pues, que se trataba de un orificio de ventilación.»
«Pero,
¿qué tiene eso de malo?»
«Bueno,
por lo menos existe una curiosa coincidencia de fecha. Se abre un orificio, se
instala un cordón y muere una señorita que dormía en la cama. ¿No le resulta
llamativo?»
«Hasta
ahora no veo ninguna relación.»
«¿No
observó un detalle muy curioso en la cama?»
«No.»
«Estaba
clavada al suelo. ¿Ha visto usted antes alguna cama sujeta de ese modo?»
«No
puedo decir que sí.»
«La
señorita no podía mover su cama. Tenía que estar siempre en la misma posición
con respecto a la abertura y al cordón… podemos llamarlo así, porque,
evidentemente, jamás se pensó en dotarlo de campanilla.»
De esta manera, el nuevo detalle se
expresa y luego se conecta a los demás detalles de la historia.
Ventilador, campana, cama. Lo que
permanece desconocido es lo que vio Holmes en la mesa y cuál sería el
significado del látigo.
Watson, como de costumbre lento en la
comprensión, todavía no entiende. Holmes no le aclara nada y, en consecuencia,
nos dice a nosotros, por tratarse Watson mismo del narrador, tampoco nada.
Sherlock Holmes en general no se molesta
en explicar nada. Simplemente finiquita el asunto con un frase iluminadora.
Pero esta frase siempre viene precedida por un anticipo.
El detective y su compañero están
sentados en una habitación donde se prevé un crimen. Han estado esperando
durante mucho tiempo.
¿Cómo podría olvidar aquella angustiosa vigilia?
No se oía ni un sonido, ni siquiera el de una respiración, pero yo sabía que a
pocos pasos de mí se encontraba mi compañero, sentado con los ojos abiertos y
en el mismo estado de excitación que yo. Los postigos no dejaban pasar ni un
rayito de luz, y esperábamos en la oscuridad más absoluta. De vez en cuando nos
llegaba del exterior el grito de algún ave nocturna, y en una ocasión oímos, al
lado mismo de nuestra ventana, un prolongado gemido gatuno, que indicaba que,
efectivamente, el guepardo andaba suelto. Cada cuarto de hora oíamos a lo lejos
las graves campanadas del reloj de la iglesia. ¡Qué largos parecían aquellos
cuartos de hora! Dieron las doce, la una, las dos, las tres, y nosotros
seguíamos sentados en silencio, aguardando lo que pudiera suceder.
De
pronto se produjo un momentáneo resplandor en lo alto, en la dirección del
orificio de ventilación…
No quiero criticar a Conan Doyle. Sin
embargo, debo señalar su costumbre de repetir no sólo esquemas de trama, sino
también elementos de su ejecución.
Permítanme presentar un paralelo de
"La liga de los pelirrojos":
¡Qué
larguísimo resultó aquello! Comparando notas más tarde, resulta que la espera
fue de una hora y cuarto, pero yo tuve la sensación de que había transcurrido
la noche y que debía de estar alboreando por encima de nuestras cabezas. Tenía
los miembros entumecidos y cansados, porque no me atrevía a cambiar de postura,
pero mis nervios habían alcanzado el más alto punto de tensión, y mi oído se
había agudizado hasta el punto de que no sólo escuchaba la suave respiración de
mis compañeros, sino que distinguía por su mayor volumen la inspiración del
voluminoso Jones, de la nota suspirante del director del Banco. Desde donde yo
estaba, podía mirar por encima del cajón hacia el piso de la bodega. Mis ojos
percibieron de pronto el brillo de una luz.
En ambos casos la espera (un caso obvio
del uso del dispositivo de retraso de la acción) termina con la ejecución del
crimen.
El criminal suelta una serpiente. La
serpiente se arrastra a lo largo de la cuerda del ventilador. Holmes golpea a
la serpiente, y poco después se escucha un grito. Holmes y sus asistentes
corren a la habitación contigua:
Una escena extraordinaria se ofrecía a nuestros
ojos. Sobre la mesa había una linterna sorda con la pantalla a medio abrir,
arrojando un brillante rayo de luz sobre la caja fuerte, cuya puerta estaba
entreabierta. Junto a esta mesa, en la silla de madera, estaba sentado el
doctor Grimesby Roylott, vestido con una larga bata gris, bajo la cual asomaban
sus tobillos desnudos, con los pies enfundados en unas babuchas rojas. Sobre su
regazo descansaba el corto mango del largo látigo que habíamos visto el día
anterior, el curioso látigo con el lazo en la punta. Tenía la barbilla
apuntando hacia arriba y los ojos fijos, con una mirada terriblemente rígida,
en una esquina del techo. Alrededor de la frente llevaba una curiosa banda
amarilla con lunares pardos que parecía atada con fuerza a la cabeza. Al entrar
nosotros, no se movió ni hizo sonido alguno.
«¡La
banda! ¡La banda de lunares!», susurró Holmes.
Las piezas comienzan a encajar: la banda
en la cara y finalmente el látigo improvisado del bucle que se había utilizado.
Aquí está el análisis de Holmes:
«Yo
había llegado a una conclusión absolutamente equivocada,» dijo, «lo cual
demuestra, querido Watson, que siempre es peligroso sacar deducciones a partir
de datos insuficientes. La presencia de los gitanos y el empleo de la palabra
“banda”, que la pobre muchacha utilizó sin duda para describir el aspecto de lo
que había entrevisto fugazmente a la luz de la cerilla, bastaron para lanzarme
tras una pista completamente falsa. El único mérito que puedo atribuirme es el
de haber reconsiderado inmediatamente mi postura cuando, pese a todo, se hizo
evidente que el peligro que amenazaba al ocupante de la habitación, fuera el
que fuera, no podía venir por la ventana ni por la puerta. Como ya le he
comentado, en seguida me llamaron la atención el orificio de ventilación y el
cordón que colgaba sobre la cama. Al descubrir que no tenía campanilla, y que
la cama estaba clavada al suelo, empecé a sospechar que el cordón pudiera
servir de puente para que algo entrara por el agujero y llegara a la cama. Al
instante se me ocurrió la idea de una serpiente y, sabiendo que el doctor
disponía de un buen surtido de animales de la India, sentí que probablemente me
encontraba sobre una buena pista. La idea de utilizar una clase de veneno que
los análisis químicos no pudieran descubrir parecía digna de un hombre
inteligente y despiadado, con experiencia en Oriente. Muy sagaz tendría que ser
el juez de guardia capaz de descubrir los dos pinchacitos que indicaban el
lugar donde habían actuado los colmillos venenosos. A continuación pensé en el
silbido. Por supuesto, tenía que hacer volver a la serpiente antes de que la
víctima pudiera verla a la luz del día. Probablemente, la tenía adiestrada, por
medio de la leche que vimos, para que acudiera cuando él la llamaba. La hacía
pasar por el orificio cuando le parecía más conveniente, seguro de que bajaría
por la cuerda y llegaría a la cama. Podía morder a la durmiente o no; es
posible que ésta se librase todas las noches durante una semana, pero tarde o
temprano tenía que caer.
»Había
llegado ya a estas conclusiones antes de entrar en la habitación del doctor. Al
examinar su silla comprobé que tenía la costumbre de ponerse en pie sobre ella:
evidentemente, tenía que hacerlo para llegar al respiradero. La visión de la
caja fuerte, el plato de leche y el látigo con lazo, bastó para disipar las
pocas dudas que pudieran quedarme. El golpe metálico que oyó la señorita Stoner
lo produjo sin duda el padrastro al cerrar apresuradamente la puerta de la caja
fuerte, tras meter dentro a su terrible ocupante.
Por supuesto, todos estos recursos están
enmascarados en un grado u otro. Toda novela nos asegura su realidad. Es una
práctica común para cada escritor comparar su historia con la "literatura".