sientan cadáveres a su banquete
por mandato de la usura
Ezra Pound
En la sala de esperas de la Feria Chilena del Libro,
mientras aguardo a que los señores de la usura firmen mi finiquito,
padezco de la feliz indigestión de quien se hubiese tragado el Mundo.
Y si en algún punto de la Historia la batalla fuese perdida,
tengo al menos el consuelo de haber gozado observar,
al suceder de la burocracia —esa máquina hueca, motor de pelo y eructo—
la ridiculez, la mezquindad terrible de estos obscenos caballeros.
Estas vacas que pastan en nuestras vastas praderas mugiendo «el Estado es
[nuestro, el Estado es nuestro!»
Me limité a posar mi cara desvergonzada en sus escritorios
—llenos de nada y para nada, Enrique—y sin hablar mucho, o modulando otra especie
[de nada,
los escuché declamar sus masturbaciones porcentuales, sus más profundas
[especulaciones.
O mientras dejaban de pastar, de masticar, escupían y se lo metían todo de nuevo,
[baboso y verde, a la boca.
Cuando al fin deglutían, paraban y me decían: «usted es un caballero,
pero lamentamos informarle que plata no tenemos,
solemos estar en banca rota, me aventuraría a decir que casi desde nuestro
[nacimiento,
no podemos no dejar de acumular. Verá, padecemos de un miedo terrible:
las vacas flacas son muy mal vistas en nuestros connotados abolengos.
Pero, lo sabemos: ha hecho usted un buen trabajo sin duda, desearíamos darle
[la mano pero nos da asco.
Se le ve un poco negro a usted. O quizás sea su mala cuna, pero no se enfade.
Cada uno a lo suyo, ya tendrá en otra vida su oportunidad.
En fin, decidimos con el comité que era mejor que se fuera.
Lo hemos despedido.
En la gran pajarera que es el Mundo no le quepa la menor duda: tendrá
[su cielo para volar.
Mínimo, pero lo tendrá.
No se meta con nosotros.
Por qué no firma acá este encantador papel que le dejará igualmente en la
[miseria?»
Me niegan el derecho a ser miserable siquiera -pensé- ni Maquiavelo lo hubiera
hecho mejor.
Medité un momento con ese papel como servilleta cochina al frente, y firmé.
Firmé y les dije: «pues ahora sí que me permito comentarles».
«¿Qué cosa?», me preguntaron guardando sus implementos.
«Pues que se metan su feo negocio por el culo, por supuesto».
«No sé de qué nos habla», me contestaron
(Confirmé mis sospechas: carecen de culo, incluso de aparato digestivo)
y me invitaron a esperar afuera.
En ello estoy, en la sala de espera de la Feria Chilena del Libro
esperando a que los señores de la usura firmen mi finiquito.