Ejercicios
1
Pero necesito un héroe. Y ya tengo uno: su nombre es Raymond Queneau.
2
Raymond Queneau publicó su Exercices de style en París en 1947.
Por aquel entonces, Queneau era novelista. Pronto, escribiría su obra de
ficción más famosa, Zazie darts le métro. Pero Queneau también era
poeta, matemático y editor en Gallimard. Más adelante, junto a Georges Perec e
Italo Calvino, entre otros, se convertiría en miembro del grupo literario
OuLiPo: el Ouvroir de Littérature Potentielle. Pero en 1947 lo que le hizo
repentinamente famoso fue este libro: Exercices de style. Y al
principio, supongo, al lector desprevenido le puede parecer una recopilación de
pequeños relatos. El primero, titulado «Notación», dice así:
En el S, en
hora punta. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en
lugar de cinta, cuello demasiado largo, como si alguien hubiera tirado de él.
La gente desciende. El tipo en cuestión se enfada con el que va a su lado. Le
reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono lloriqueante que
pretende pasar por duro. Al ver un sitio libre, se precipita hacia él.
Dos horas
más tarde, lo vuelvo a ver en la plaza de Roma, delante de la estación de
Saint-Lazare. Está con un amigo que le dice: «Deberías hacerte poner un botón
más en el abrigo.» Le indica dónde (en el escote) y por qué.
El siguiente relato, sin embargo, muestra por qué definitivamente esto
no es
un libro de relatos. Su título es «Por
partida doble».
Hacia la
mitad de la jornada y a mediodía, me encontré y subí a la plataforma y terraza
trasera de un autobús y vehículo de transporte común abarrotado y casi completo
de la línea S que va de la Contrescarpe a Champerret...
Y así sucesivamente, querido lector boquiabierto...
¡Qué locura! El libro de Queneau repetía la misma historia noventa y
nueve veces, cada vez en un estilo y de un modo distintos. Estos cambios podían
ser retóricos («Litotes»), genéricos («Publicidad editorial»), gramaticales
(«Imperfecto»), métricos («Alejandrinos»), o simplemente un cambio de humor
(«Ampuloso», «Torpe»). Era un libro de efectos lingüísticos.
Y la razón por la que Queneau es mi héroe es que, si bien puede
parecer que con estos ejercicios está demostrando la pura arbitrariedad de los
signos lingüísticos -su total frivolidad-, en realidad yo creo que con este
experimento demuestra otra cosa: que el mismo relato es distinto según las palabras
de las que se componga. Hasta la menor de las reescrituras crea una nueva
proyección de lo real.
1
Y quizá hay un modo más estrafalario de exponer esto. Una frase es
como un boceto, o una caricatura.
2
Tras el gran éxito de su novela vuelta del revés, Tristram Shandy,
cuyos primeros volúmenes fueron publicados en 1759, el novelista inglés
Laurence Sterne le pidió al pintor William Hogarth que hiciera dos
frontispicios para la novela que ilustraran dos de sus escenas. En parte,
Sterne lo hizo porque le impresionaba el hecho de que Hogarth fuera una
celebridad. A Sterne le gustaba la fama. Pero también había una razón menos
obvia: tanto Hogarth como Sterne compartían una estética vanguardista. Creían en
el arte como velocidad; opinaban que el mundo podía mejorarse rápidamente y con
precisión mediante signos. Y es que, a pesar de que los cuadros y los grabados
de Hogarth están repletos de detalles urbanos, el inglés también era famoso por
su economía: sí, era famoso por sus caricaturas. Con tres líneas podía
conseguir el mismo resultado que con trescientas. Así, escribió Sterne:
Imagínense
ustedes la pequeña figura, rechoncha y poco elegante de un doctor Slop de un
metro veinte de estatura y con una anchura de espaldas y una barriga
sesquipedal dignas de un sargento de la guardia montada.
Así era la
figura del doctor Slop, quien, como sabrán ustedes si han leído el análisis de
la belleza de Hogarth -y si no lo han hecho se lo recomiendo-, sin duda podría caricaturizarse
y representarse mentalmente igual de bien en tres trazos que en trescientos.
Al igual que a Hogarth, a Sterne le fastidiaba la
idea de que una representación tuviera que ser descriptivamente exhaustiva. Lo
que le interesaba era la verdad de los atajos. Y hay un homenaje a Hogarth en
el hecho de que comparara al doctor Slop con un «sargento». Según un biógrafo
contemporáneo, a Hogarth le gustaba que los rasgos necesarios para representar
a un personaje fueran muchos menos de lo que se podría pensar. De hecho, solía
afirmar que un sargento con una pica entrando en una taberna con su perro se
podía representar simplemente con tres líneas rectas.
A.
La línea de la puerta.
B.
Punta de la pica del sargento, que ha entrado.
C.
Punta de la cola del perro, que lo sigue.
Este dibujo es una provocación, una revolución en el arte de los
signos. El arte de la caricatura no se distingue fácilmente del de la
caracterización. Esto es lo que Hogarth quería demostrar, y lo que Sterne también
había comprendido. El arte de la representación es mucho más paradójico de lo
que la gente parece pensar. Admite tanto una gran cantidad de detalle como el
esbozo más básico/ El principio estético central de la novela de Sterne era que
la franca admisión de artificialidad no evita en modo alguno la creación de
momentos de verdad mediante el signo. Si uno quería, podía incluso interrumpir
las frases con sus propios dibujos para demostrarlo. Como el intento que hace
Tristram de describir al cabo Trim evocando la vida de soltero:
-¡Mientras un hombre es
libre...! -exclamó el cabo al tiempo que describía con su bastón una fioritura como ésta en el aire-:
Ni un
millar de los más sutiles silogismos de mi padre podría haber dicho más en
favor del celibato.
3
No hay signos naturales. Una caricatura no es más real que una frase.
Al mismo tiempo, sin embargo, el hecho de que algo sea un signo no significa
que no sea verdad. Ésta es la sabiduría vanguardista a la que llegó Laurence
Sterne con doscientos años de antelación. Y es que quien más se le acerca es
Picasso.
En una conversación con el fotógrafo Brassai, Picasso comentó que
siempre aspiraba «a la semejanza. El pintor ha de observar la naturaleza, pero
nunca debe confundirla con la pintura. La naturaleza sólo puede trasladarse al
cuadro mediante signos». En el collage que Picasso hizo en 1912-1913
titulado Botella y vaso, por ejemplo, la botella ha sido esbozada en
carboncillo. Y está medio llena. Lo sabemos porque un trozo de periódico, que
ha sido recortado y pegado dentro del contorno de la botella, ocupa la mitad.
El pintor ha de observar la naturaleza, pero nunca debe confundirla con la
pintura. Sólo puede trasladarla al cuadro mediante signos. El periódico no se
parece al vino, pero lo interpretamos como tal. «El signo no se inventa»,
añadió Picasso en esa charla con Brassaí, «uno debe esforzarse en el parecido
para llegar a él.» En una conversación con su esposa, Fran^oise Gilot, Picasso
fue más preciso: «Lo que realmente importa es el papier collé», dijo.
«Con la hoja de periódico no pretendía representar un periódico, sino una
botella o algo parecido. No se utilizó de forma literal sino como un elemento
al que se le ha otorgado un significado distinto del habitual.»16 Al
igual que una metáfora, el periódico del collage de Picasso, con sus
palabras impresas, conseguía dos cosas a la vez: lo mucho que el ojo puede
ignorar y simplificar en busca de un parecido realista. Era una broma que
confirmaba la irreductible artificialidad del cuadro; y, al mismo tiempo, su
precisión realista.
De igual modo, las caricaturas de Sterne eran un modo de confirmar
que, al final, todo es un signo, pues una novela no es más real que un cuadro
(si bien ambas cosas son, al mismo tiempo, verdaderas). Como el caso de ese
otro artista acrobático, Saúl Steinberg, quien una vez describió su «filosofía bauhasiana
de transformación de la escritura en dibujo...», su uso de la línea, como «una
forma de escritura».
Y esto, creo yo, no es ninguna contradicción.
Adam Thirlwell nació en 1978 en el norte de Londres y estudió en Oxford. Política, su primera novela, se hizo acreedora al Premio Betty Trask y fue traducida a numerosas lenguas. La revista Granta, el gran árbitro del gusto de las letras inglesas, lo incluyó en su lista de «los mejores escritores jóvenes ingleses» tras la lectura en manuscrito, antes de su publicación, de su primera novela, Política. (Fuente: www.anagrama-ed.es)
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