martes, 19 de septiembre de 2017

PSICOANÁLISIS DIFERIDO DEL POETA ARANGO





         Muchos años pasaron hasta que supe que Arango se había matado tan solo tres años después desde aquella primera lectura, en el 76´. El motivo, aunque esto no esté del todo comprobado, fue que su madre se había casado por tercera vez, pero ahora con un miembro de la generación del 38´, o sea, escritor igual que él. Este hecho lo sumió en una depresión desproporcionada que lo dejó tan incongruente y radical que decidió meter la cabeza en el horno, como la Plath. No estoy seguro de que él haya manejado esta información, la Plath se había suicidado en el 63´, pero no fue una poeta leída ni estudiada sino hasta el 84’. 
      Por lo que tengo entendido, releyendo al psicoanalista francés André Green, las muertes voluntarias de estas características (otra es la de morir ahogado en el agua, de la que es conocida, por ejemplo, la de Virginia Woolf que se sumergió en el río hasta que el agua le llegara hasta la coronilla) manifiestan un signo peculiar que ordinariamente se analiza a partir del hecho de la asfixia, pero que más bien contienen como factor común, lo que se dice en el psicoanálisis, el impulso inconsciente del retorno a la matriz. Ahora, aprovechando los dos ejemplos citados (Plath, Woolf) se podría dar una explicación comparada más acabada sobre la simbología de ambos suicidios. En el caso de Arango, el horno, dadas sus características tanto físicas (cavidad) como utilitarias (dar calor), se entienden metafóricamente como propias del útero materno. En el caso de V. Woolf, el signo es genérico: el mar o el río como arquetipo esencial de la Madre, y en concreto, de hecho, de la matriz misma.

         Sea dicho que ignoro las circunstancias emocionales concretas que llevaron a Sylvia Plath al suicidio, con morbo me contenté con conocer la forma en que se había suicidado, es decir, el relato de su muerte. Para el caso de Arango, en cambio, después de haber estudiado su perfil psicológico, el hecho es más que evidente: un nudo edípico con trastorno psicótico consecuencia de la pérdida afectiva y sexual de la madre (el padre está muerto), quien realiza ―en la primera etapa adulta del poeta― una sustitución erótico-filial del hijo por otro hombre. Se vuelve a casar, esta vez con un escritor de derecha, lo que genera en Arango, un convencido revolucionario, un desencanto que se transfigura en el impulso incontenible de volver a la madre y, para más exageración, poseerla introduciéndose en ella emulando una violación. Simbólicamente la cabeza representa el pene, como también el contenedor del intelecto, ese espacio donde se libra la competencia salvaje con ese otro hombre, ajeno, pero como él mismo: hombre de letras. Este otro hombre, el objeto de su impotencia, no contento con plantearse superior como escritor, lo hace también con sus logros sexuales, pues es él quien se fornica a su madre, el objeto de deseo. Por lo tanto, el impulso erótico básico y persistente del complejo de Edipo decanta en tanático, y el éxtasis ―y por fin, el objetivo: ilusión perversa e infantil― en la Muerte.



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