Muchos
años pasaron hasta que supe que Arango se había matado tan solo tres años
después desde aquella primera lectura, en el 76´. El motivo, aunque esto no
esté del todo comprobado, fue que su madre se había casado por tercera vez,
pero ahora con un miembro de la generación del 38´, o sea, escritor igual que
él. Este hecho lo sumió en una depresión desproporcionada que lo dejó tan
incongruente y radical que decidió meter la cabeza en el horno, como la Plath.
No estoy seguro de que él haya manejado esta información, la Plath se había
suicidado en el 63´, pero no fue una poeta leída ni estudiada sino hasta el
84’.
Por lo que tengo entendido, releyendo al psicoanalista francés André
Green, las muertes voluntarias de estas características (otra es la de morir ahogado
en el agua, de la que es conocida, por ejemplo, la de Virginia Woolf que se
sumergió en el río hasta que el agua le llegara hasta la coronilla) manifiestan
un signo peculiar que ordinariamente se analiza a partir del hecho de la
asfixia, pero que más bien contienen como factor común, lo que se dice en el
psicoanálisis, el impulso inconsciente del retorno a la matriz. Ahora,
aprovechando los dos ejemplos citados (Plath, Woolf) se podría dar una
explicación comparada más acabada sobre la simbología de ambos suicidios. En el
caso de Arango, el horno, dadas sus características tanto físicas (cavidad)
como utilitarias (dar calor), se entienden metafóricamente como propias del
útero materno. En el caso de V. Woolf, el signo es genérico: el mar o el río como
arquetipo esencial de la Madre, y en concreto, de hecho, de la matriz misma.
Sea
dicho que ignoro las circunstancias emocionales concretas que llevaron a Sylvia
Plath al suicidio, con morbo me contenté con conocer la forma en que se había
suicidado, es decir, el relato de su muerte. Para el caso de Arango, en cambio,
después de haber estudiado su perfil psicológico, el hecho es más que evidente:
un nudo edípico con trastorno psicótico consecuencia de la pérdida afectiva y
sexual de la madre (el padre está muerto), quien realiza ―en la primera etapa
adulta del poeta― una sustitución erótico-filial del hijo por otro hombre. Se
vuelve a casar, esta vez con un escritor de derecha, lo que genera en Arango,
un convencido revolucionario, un desencanto que se transfigura en el impulso
incontenible de volver a la madre y, para más exageración, poseerla
introduciéndose en ella emulando una violación. Simbólicamente la cabeza
representa el pene, como también el contenedor del intelecto, ese espacio donde
se libra la competencia salvaje con ese otro hombre, ajeno, pero como él mismo:
hombre de letras. Este otro hombre, el objeto de su impotencia, no contento con
plantearse superior como escritor, lo hace también con sus logros sexuales,
pues es él quien se fornica a su madre, el objeto de deseo. Por lo tanto, el
impulso erótico básico y persistente del complejo de Edipo decanta en tanático,
y el éxtasis ―y por fin, el objetivo: ilusión perversa e infantil― en la
Muerte.
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