sábado, 28 de octubre de 2017

BJORK/ 1 poe






el congelador está lleno, por fin
por la mañana había una mantequilla
a medias, con un resto plumífero
congelado y descongelado, un par de veces ya

no puedo creer la canción que escucho
y soy como ese pájaro encerrado
en un invernadero, en una catedral de luz

no tenemos plata, es como hacer nomadismo
como deporte extremo, ingeniárselas

ahora el friser luce unas hojas de betarraga
y unos sostenes de achicorias,
                   morrones cromáticos
y no puedo creer la canción que escucho

la Ne ha ido a la feria;
         yo ando con psique
sin cuerpo ni órganos
tantos porros que me fumo
diarios, en el comedor
de diario donde, también, escribo

y los pájaros lloran por sus nidos
han cortado y botado la madera
otro depa más se vendió en verde

un pelícano trina en el alfeizar

de mi ventana




viernes, 27 de octubre de 2017

VERSOS DE SMS








29

escribir bajo los efectos de la luna

en el sueño iba sin el zapato izquierdo
el maestro besaba mi espalda
era una bendición?

31

las mujeres dan a luz en una combi

27

re parar
es parar con ahínco
detenerse de abrupto

inspeccionar el objeto

arreglarlo

que cumpla su objetivo

señalarle un punto de fuga

4

Es como ir bordeando un espejo.

5

un tipo a mi lado se come los restos de un hueso de pollo; lo hace con un gesto de lavarse los dientes

16

mira hacia atrás a la muchacha
usa lentes para vestirse los ojos

19

vine hasta aquí por dos cervezas
qué violenta que es la belleza
no he desembolsado ni un peso de mí

busco conversación en el otro

27

es una breve fama

porque es más breve que fama



sábado, 21 de octubre de 2017

THE EMPIRE NEVER ENDS/ Aproximación Airiana











1

  (El presente texto se trata de un informe antropológico.)
El libro de aquel pobre escritor, de aquel escritor ya muerto hace tantos años, sin ningún peso en los bolsillos, poco menos que desahuciado, demente y solo, pero sobre todo pobre, pobre como una rata, uno de sus libros, quiero decir, cuesta en la librería de la New Directions Publishing de la 8th Avenue con West 14th Street, 55.50 US$.
Por otra parte, aunque no lo parezca es terminantemente necesario precisar que un camarero que trabaja jornada completa en el Benny’s Burritos de la Greenwich Avenue, pese a estar vendiendo su fuerza de trabajo en el centro neurálgico del capitalismo americano, no gana lo suficiente como para satisfacer sus necesidades culturales básicas.
En otras palabras, le es prácticamente imposible adquirir este libro.




2

El protagonista de este informe, como vemos, es un camarero.
El Camarero —con mayúsculas, lo denominaremos— trabaja en Benny’s Burritos, un establecimiento de expendio de comida rápida mexicana. Consideremos que se trata de un obrero, en el sentido estrictamente marxista. Un obrero norteamericano: carece de conciencia de clase, no se reconoce en ningún grupo socioeconómico (pues, virtualmente los grupos en esta ciudad no existen) y por ende, no le es posible canalizar sus demandas en lo social, lo que lo ha llevado, paradójicamente, a practicar religiosamente el individualismo más estricto. Por esto, y otras condiciones anexas, se trata de un tipo con una mecánica psicológica irregular, una persona  muy, pero muy indecisa y nerviosa.
Como adelantamos en el primer fragmento, lo vemos entrar a la New Directions Publishing de la 8th Avenue con West 14th Street. Se topa con esta colección de la Library of America en la que se halla editada la novelística del escritor norteamericano Philip K. Dick. No considera los cuentos. El último volumen es el que le provoca más intriga.




3


Asi, despojado de sus habituales benzodiacepinas, sucumbe a un tremendo problema en la decisión de una compra. Un problema no sólo económico, sino existencial. El sueldo más las propinas que ha recibido aquel día son de lo más miserables en meses, dignas para matar de hambre a un canario; una cantidad de plata sinvergüenza, horrorosa y canallesca; situación que, además, amenaza con seguir así. No se conocen casos de camareros del Benny’s Burritos muertos de inanición, pero se ha descubierto que gran parte del personal de este establecimiento sobrevive comiendo burritos robados entre hora y hora, cuando el supervisor sale a fumar o va al baño; o simplemente robando inescrupulosamente dinero de la caja registradora, cuando es hora de cierre.



4


Nuestro Camarero tiene el libro entre las manos: Valis and Later Novels, el tercer volumen de la mencionada colección. El día es luminoso, prístino. Hay un librero parado a un costado de él, con la rostro plagado de acné, que lo mira impávido, esperando alguna respuesta. ¿Lo compra o no lo compra?, parece insinuar el Camarero, ansioso. ¡Qué decisión! La frustración, más algunos atavíos del día, comienzan a enloquecerlo un poco.
Sus nervios se desatan. Se toma disimuladamente medio clonazepam de 5 mg. que lleva de emergencia en su bolsillo de la camisa. Logra pensar mejor, ordena sus ideas y concluye, por un simple cálculo matemático, que no puede comprar ese libro; que si compra ese libro no probará bocado a lo menos por tres semanas, por lo que pondría en riesgo su vida. Le devuelve el libro al librero con acné. Más allá, el cajero —que al parecer es el encargado— que observaba en suspenso la escena, ahora blasfema tras la caja, agachado, al ver al Camarero desistir. Quizás también ellos se estén muriendo de hambre allí, y el amague del Camarero les haya dado la minúscula esperanza de llevarse algo al estómago; cosa que evidentemente no ocurrió.
Se ha confirmado que estos no son casos aislados. Todo Nueva York se está muriendo de hambre, y esto no es una alegoría kafkiana sobre el sistema productivo americano, ni tampoco alguna manera populista de decir crisis. Todo tiene una explicación comercial y financiera, que es la siguiente: el ciudadano americano promedio, o sea, el que es capaz de mantener una Master Card y una American Express a la vez, ha salido de vacaciones. ¡Los consumidores han emigrado! ¡No hay quien compre lo producido! Así como si fueran pingüinos en temporada de apareamiento, o pelícanos que se van a comer el pescado de otra playa, se han ido a otros países. Deben de estar gastando su dinero en algún recodo inhóspito de Latinoamérica, o en la India; intentando captar la “pureza” en alguna fotografía digna de aquellos otros pobres rostros muertos de hambre, en el Tercer Mundo.


  
        4


Así, a Nueva York, como costillas, se le empiezan a notar las larvas.


  
       5

  
El Camarero, en vez de llegar a su habitación ubicada frente a la US Post Office, en una suerte de conventillo para latinos y otras inmundicias (al decir popular de los texanos), sube a la azotea del edificio, enciende un resto de cigarrillo de marihuana que dejara la noche anterior en el bordillo y se sienta en posición de meditación budista a escribir en su diario.
Es el ocaso.
Será la náusea por la falta de barbitúricos, o simplemente el hambre atroz y la anemia, que lo hacen quedarse dormido. 



6


Philip K. Dick aparece en su sueño, y a pesar de esa personalidad nada amigable, algo fría, algo torpe, aparentemente altanera (de hecho, le ha caído pésimo el escritor de ciencia ficción), le envía un mensaje, algo reaccionario en su contenido y carente completamente de emoción.
Dick le dice que se deje de tonterías, que en el siguiente sueño debe conquistar a la chica que no conquistó en la primaria, que si se deja de ser un homosexual consumado y la besa a la fuerza, a ésta le crecerán automáticamente los senos y el culo. De este modo llevaría a cabo su deseo infantil reprimido, termina.
Luego, en el segundo acto, le señala que tome de una vez el hacha en la cocina apócrifa de su niñez, y que mate a su padre lentamente, que se bañe en su sangre y que verifique uno por uno sus miembros interiores, para que se asegure que no se transmigrará. El comportamiento claro de un psicópata.
El tercer acto dependería de los otros dos anteriores, concluye.
Philip Dick se da media vuelta y se retira del sueño sumergiéndose en una especie de coliseo romano fluorescente, que si no fuera por todo el humo que despide, podría decirse que flota.




7

Lo despierta un escozor en su oreja. Nota que un cuervo se la picotea confundiéndola quizás con la carroña desprendida de un cadáver.
Ya es de noche.
No se ven las estrellas en West Village.
En su libretita ha escrito antes de la rara siesta: melancolía de los apartamentos de solteros.
El sueño había sido extático.
Así que sin más preámbulos, va hacia lo único que le queda: arroparse en su camarote y quedarse dormido, con el humilde calor de su hambre.
Y se queda dormido.
Y sueña.



8

El sueño se describe así, en oposición a lo propuesto por K. Dick en el sueño anterior:
La muchacha de la primaria no aparece, en su lugar está Madonna, pero la más erótica, o sea, la del True Blue, la del 86’; con la que se masturbaba copiosamente en su adolescencia. No puede hacer mucho, porque está encerrado en un armario, y sólo puede mirar por la abertura de una llave antigua. Alguien más está en la habitación. Puede que sea un hombre o una mujer. Puede que follen. No se escucha la respiración de Darth Vader, ni hay sesgos de alguna película lyncheana. No es Blue Velvet. Madonna está de rodillas con un espejo largo entre las piernas revisándose la vagina. Pasa un rato y no ocurre nada. Sólo la escucha murmurar oh, Ditta. Así que se contenta con contemplar sus tetas, que, después del culo de la Monroe, son lo más maravilloso que ha visto en su vida.
En el siguiente sueño, el segundo de la secuencia, fuera de toda predicción a la que mata es a su madre. Se baña en sus vísceras, se restriega con sus intestinos, machaca con su cabeza hueca de sesos sus senos cercenados, y otro montón de obscenidades innecesarias de nombrar. Sólo rescata una escena final: su madre, ya decapitada, mueve los labios pronunciando yes yes como Molly Bloom.



9

Se despierta como de una pesadilla.
Aún es de noche, y aún siente hambre.
Se vuelve a dormir.



10

Por la mañana, paradójicamente, se levanta con una sensación de alivio insólita. ¿Por qué Madonna? ¿Y su padre? ¿Dick es un farsante?, se preguntaba lavándose los dientes. Ya no son temas ―se dice.
Debe salir a trabajar.
Qué extraño ―piensa― trabajar para morirse de hambre.
Afuera llueve, pero la verdad eso no logra deprimirle ni en lo más mínimo. Se pone su traje de agua, y sin paraguas, sale del edificio de piedra en dirección a la calle.

  

         11


Enfila por Hudson Street. Se demora diez minutos hasta llegar a la esquina con Horatio Street. Pide fiada una cajetilla de cigarrillos de menta en The Yerbas Buenas, un minimarket regentado por un mexicano chillón que dice haber sido torero y amante de Penélope Cruz.
Se va fumando en dirección a Greenwich Avenue, pero antes se refugia en el Jackson Square, y se termina, al alero de unas palmeras, su cigarrillo.
Corre el agua como una cortina de vidrio.
De ocioso decide caminar por un pequeño pasaje, en forma de laberinto, que cruza de Greenwich Avenue hasta Jane Street, en cuyo extremo se halla el Benny´s Burritos, su lugar de trabajo.



12

En vez de entrar de una sola vez, pasa corriendo por el frontis sin mirar, da una vuelta larga por la 7ma Avenida, y luego corta por la 14th West Street y, al llegar a la esquina, se mete en la librería de la New Directions. Se dirige a la caja. Está allí el encargado, vestido ahora con una floreada guayabera cubana, haciendo con ello una broma que sólo él comprende.
Se detiene entre dos estanterías. Luego de un suspiro se dice para sus adentros: a la mierda. Y le pide al librero, que no es el muchacho con acné del día anterior, sino un viejo flaco y barbudo (como un don Quixote, o un John Berryman), Valis and Later Novels de Philip K. Dick, editado por la Library of America, tapas duras, a casi 51 dólares.
Lo paga en tres cuotas precio contado con su tarjeta de crédito Visa, que guarda sigilosamente bajo la plantilla de su zapato derecho.
La decisión la había tomado mientras fumaba bajo esas palmeras salvajes. Debe casi 500 dólares al banco por adelantos en efectivo, pero a la mierda, como se ha dicho.
Coge la mayor cantidad de separadores de páginas que están sobre el mesón, en un gesto abusivo. El cajero se limita a mirarlo, pues cree que quizás su jefe le pague alguna comisión por esa miserable compra, por lo que no emite comentarios y se da por satisfecho.
Nuestro camarero guarda el libro en su mochila envuelto en su correspondiente bolsa con el logo New Directions. 
Cuando sale, el librero, o sea, esa especie de don Quixote o John Berryman, le hace una seña de aprobación. Se dirige por fin a su trabajo, con una sonrisa enorme, y con la plena convicción de que en la vida de un camarero de Nueva York no puede faltar la deuda ni la ruina.

  






miércoles, 18 de octubre de 2017

YO VIVO SOLO, AL BORDE DEL AGUA/ 10 poemas de Derek Walcott





III (Midsummer)


En el Hotel Queen's Park, con sus blancos dormitorios de cielos altos
vuelvo a entrar a mi primer espejo local. Una cucaracha babosa
se desvía de su camino al Parnaso en el lavatorio de porcelana.
Cada palabra que he escrito equivocó el sentido. No
puedo relacionar estas líneas con las líneas en mi rostro.
El niño que murió en mí ha dejado su huella sobre
las enmarañadas sábanas, y fue su pequeña voz
la que susurró desde la garganta gutural del lavatorio.
Afuera, sobre el balcón, recuerdo cómo era la mañana
Era cual ángulo de granito en la "Resurrección"
de Piero della Francesca, el pie adormilado y frío
picando como las pequeñas palmeras cerca del Hilton.
En la húmeda Savanah, guiados suavemente por sus lacayos,
bufando, ejercitan corceles de tobillos graciosos
tan graciosos como el humo marrón de las panaderías.
El sudor oscurece sus flancos, y el rocío ha escarchado la piel
de los enormes taxis americanos detenidos durante la noche en la calle.
En oscuras callejuelas de pavimento, iluminadas por un rayo de sol
el rostro hermético de las chozas se conmueve con esa frase de Traherne:
"El maíz era naciente y el trigo inmortal",
y los cañaverales de Caroni. Con todo el verano por delante
una brisa camina hacia los muelles, y el mar comienza.

VII (Midsummer)


Nuestras casas están a un paso de la alcantarilla. Cortinas de plástico
o vulgares reproducciones ocultan lo sombrío tras las ventanas –
la máquina de coser a pedales, las fotos, la rosa de papel
sobre su paño. El sendero de entrada está indicado por tarros rojos.
La altura de un hombre al pasar es idéntica a la de sus puertas
y las puertas mismas, usualmente no más anchas que ataúdes,
han tallado a veces medias lunas en sus grecas.
Los montes carecen de ecos. No el eco de las ruinas.
Los sitios eriazos cabecean con sus palanquines de verde.
Cualquier fisura en la vereda fue labrada por la falla original
del primer mapa del mundo, sus fronteras y poderes.
Cerca de un montón de arena roja, de la siembra, de la gravilla abandonada
cerca de un lote quemado, una selva fresca exhibe sus verdes
y salvajes orejas elefantinas de ñame y dasheen.
Si quisieras, al otro lado del pequeño muro, es posible
recapturar una infancia cuyas enredaderas inmovilizarán tus pies.
Ese es el destino de todo vagabundo, así su marca,
que mientras más vagabundea, más ancho se le hace el mundo.
Por eso, no importa cuan lejos hayas viajado, tus
pasos hacen más hoyos y la maraña se multiplica –
o por qué pensarías tan repentinamente en Tomás Venclova
y ¿por qué ha de importarme a mí lo que fuera que le hicieran a Heberto
cuando los exiliados deben dibujar sus propios mapas, cuando este asfalto
te lleva lejos de la acción, más allá de los setos de flores no alineadas?

XI (Midsummer)


Cansado de la mañana, mi doble cierra la puerta
del baño del motel; luego, mientras limpia el espejo empañado,
se niega a aceptar que yo lo miro fijamente.
Con el más suave gruñido, estira mi cuello, cuidando
de dejarlo limpio, su atención desapasionada
semejante a un barbero que jabona un cadáver - la extrema unción.
El antiguo ritual hubiese sido así de sombrío
si los minúsculos mechones ensortijados ahí en el lavatorio
hubiesen sido, no vellos, sino pequeños serafines.
El poda nuestro bigote con pequeños cortes de tijera,
luego se detiene, y medita como en el aire. Algunos dolores
no son inmensos, más son fatales, algo así como la sensación de pecado
al afeitarse. Y los roperos vacíos donde alguna vez brilló
su ropa. Pero díganme, por qué el tirar una cadena,
con su vorágine en la que giran trocitos de pelo, puede hacer
que algunos hombres aparten sus rasuradoras silenciosamente
y sientan sus venas cual inmundicia que flota río abajo
después del doloroso trabajo del sexo,
es, una pregunta que pueden plantear los cisnes con sus cuellos blancos,
y que el gallo puede contestar sin demora, pisando a sus gallinas.


XIII (Midsummer)


Hoy respeto la estructura, la antítesis del ingenio.
La sobre trabajada inmundicia de mis pinturas, ¡mis líneas deficientes! Más
cuando el aire está vacío, no dejo de escuchar la conversación de los actores
el eco de aquello que es ordinario y sabio a la vez.
Los espectros se multiplican con el tiempo, la cabeza abarrotada
rebasa de personajes inquietos, los oídos están firmemente clausurados;
detrás, escucho el murmullo y el alboroto de los actores –
el escenario iluminado está vacío, el estudio a punto,
y yo no puedo encontrar la llave para dejarlos salir.
Oh Cristo, ¡cuánto demora mi oficio!
A veces, es posible ver el destello, cual súbito alborozo
de relámpagos poniendo a la tierra en su lugar; la piel del asfalto
huele a infancia fresca en la lluvia que se evapora.
Entonces creo que aún es posible la alegría
de la verdad, y el poeta joven que se yergue en el espejo
sonríe con aprobación. Se ve hermoso desde este lugar.
Y espero ser lo que él vio, una ruina perdurable.


XLI (Midsummer)


Los campos mantienen su distancia - castañas marrones y humo gris
enroscadas como alambre de púa. Aún es posible lucrar con la culpa.
Palomas color castaño marchan a paso de ganso, las
ardillas apilan bellotas como si fueran pequeños zapatos,
y el musgo, cual humo silencioso, acalla los cuerpos descascarados
tal como lo hacen las brasas solitarias. En pozas cristalinas atraídas por señuelo
unas truchas gordas burbujean en umlaut*.
Hace cuarenta años, durante mi infancia isleña, pensaba que
el don de la poesía me convertía en un elegido,
que toda experiencia era leña para el fuego de la Musa.
Ahora la veo en otoño sentada sobre ese banco de pino,
su color nuez marrón ideal, con trenzas de oro y lederhozen*,
las gotas de sangre de unas amapolas bordadas sobre su blanco corsé,
el espíritu del otoño para cada Hans y Fritz
cuyas miradas escudriñaban el rastrojo de los campos en el preciso momento                                                                                                          en que el grito ahumado
de los cuervos era casi humano. Apoyaron su causa
en el pelillo de su corona y en su harina de maíz,
aventadores de hollejos para quienes las swastikas brillan
en cosechas esqueléticas. Mas, si hubiese sabido yo entonces
que la vegetación de mi isla era objeto de tortura y su arena la ceniza
de campos lejanos, ¿hubiese roto yo mi lapicera
de saber que las pastorales de este siglo estaban siendo escritas
por las chimeneas de Dachau, de Auschwitz, de Sachsenhausen?

*en el alemán original.
 *en el alemán original.



NEGACIONES


Un recorte de diario, la invasión a Biafra:
negros cadáveres envueltos en luz solar
tendidos en el brillo blanco que entra en ¿cómo-es-que-se-llama la ciudad principal?
Alguien que es blanco
ilumina las noticias detrás de la noticia,
quizás, sus ojos brillan de lástima:
"Los Ibos, sabe Ud., son como los judíos,
bastante similar a la situación en la Alemania de Hitler,
me refiero al resentimiento de los Hausas". Yo trato de entender.
Nunca te conocí. Cristopher Okigbo,
sólo logré verte cuando un actor gritó "¡Las Tribus!
¡Las Tribus!" Columbro
esos rostros ardientes,
e incendiados de los Ibos,
esos tartamudeantes prisioneros de ojos saltones
a merced de un consejo de guerra celebrado en el campo de batalla.
Las sombras con cascos de soldados
podrían haber sido blancas y tuyo
uno de esos cuerpos acariciados por el sol sobre el camino blanco
entrando en escena ... las tribus, las tribus, su vergüenza -
¡Cristo!, esa ciudad principal, ¿cuál será su nombre?



DESENLACE

Yo vivo solo
al borde del agua. Sin esposa ni hijos.
He girado en tomo a muchas posibilidades
para llegar a lo siguiente:
una pequeña casa a la orilla de un agua gris,
con las ventanas siempre abiertas
hacia el mar añejo. No elegimos estas cosas.
más somos lo que hemos hecho.
Sufrimos, los años pasan,
dejamos caer el peso pero no nuestra necesidad
de cargar con algo. El amor es una piedra
que se asentó en el fondo del mar
bajo el agua gris. Ahora, ya no le pido nada a
la poesía sino buenos sentimientos,
ni misericordia, ni fama, ni curación. Mujer silenciosa,
podemos sentarnos a mirar las aguas grises,
y en una vida inundada
por la mediocridad y la basura
vivir al modo de las rocas.
Voy a olvidar la sensibilidad,
olvidaré mi talento. Eso será más grande
y más difícil que lo que pasa por ser la vida





CAÑAVERAL MARINO


La mitad de mis amigos ha muerto.
Te haré unos nuevos, dijo la tierra.
No, grité. Devuélvemelos
tal como eran, con sus fallas y todo.
Esta noche puedo arrebatar su conversación
a la pálida resaca monótona
entre los cañaverales, pero no puedo caminar
sobre las hojas marinas iluminadas por la luna
solo, por ese camino albo
o flotar en el estado de sueño
en que las lechuzas abandonan la carga del mundo.
Oh tierra, el número de amigos que tú guardas
excede en mucho al de aquellos que quedan por amar.
Los cañaverales marinos al borde del acantilado despiden
un fulgor verde y plata;
eran ellos las lanzas seráficas de mi fe,
pero de aquello que se ha perdido nace algo aún más fuerte
que posee el brillo racional de la piedra,
que resiste el claro de luna, más allá de la desesperación,
tan fuerte como el viento, que nos apersona a aquellos que amamos
por entre los cañaverales divisores, tal como eran,
con fallas y todo, no perfectos, simplemente así.





SARGAZOS


Esa vela que descansa en la luz,
hastiada de las islas,
una goleta que surca el Caribe
en dirección al hogar, podría ser Odiseo,
camino a casa en el Mar griego;
aquel ansia de padre y esposo
bajo las arrugadas uvas agrias, es
como aquél adultero que escucha el nombre de Náusica
en el grito de cada gaviota.
Esto no tranquiliza a nadie. La vieja batalla
entre la obsesión y la responsabilidad
no terminará nunca y ha sido la misma
tanto para el navegante como para el que se retuerce allá en la orilla
sobre sus sandalias al encaminar sus pasos hacia el hogar,
desde que Troya suspiró su última llama,
y la roca del gigante ciego sacó la batea
de cuyo pozo surgen los grandes hexámetros
que terminan en marejadas exhaustas.
Los clásicos pueden consolar. Más no lo suficiente.




VOLCAN


Joyce temía al trueno,
mas durante su funeral los leones del zoológico de Zurich rugieron
¿Fue en Zurich o en Trieste?
No importa. Son leyendas, así como
es leyenda la muerte de Joyce,
o el rumor obsesivo de que Conrad
ha muerto, y Victoria es irónica.
Desde esta casa en el acantilado
sobre la franja del horizonte nocturno
es posible ver el resplandor de dos grúas a lo lejos
en el mar
hasta la hora del amanecer; es como
el resplandor del cigarro
y el resplandor del volcán
al final de Victoria.
Uno podría abandonar la escritura
por esas señas de los grandes
que lentas se consumen, y ser en cambio,
su lector ideal, meditativo y
voraz, haciendo que el amor por las obras maestras
sea superior al intento
de repetirlas o mejorarlas,
y ser así el mejor lector del mundo.
Por lo menos eso necesita del asombro
que se ha perdido en nuestro tiempo;
tanta gente lo ha visto todo
tanta gente es capaz de predecir
tanta que se niega a aceptar el silencio
de la victoria, el desinterés
que arde en la médula,
tantos no son más que
ceniza erguida cual cigarro,
tantos dan al trueno por hecho.
¡Cuán común es el relámpago, qué perdidos están los leviatanes
que ya ni siquiera buscamos!
Habían gigantes en aquel entonces.
En aquel entonces se liaban buenos cigarros.
Debo leer con más cuidado.






Traducidos por Verónica Zondeck







lunes, 16 de octubre de 2017

ME ACUERDO, YO/ 1 ensayo biográfico







         Me acuerdo que la población que quedaba al lado de la mía tenía un número, se llamaba los 600. Después supe que no tenía 600 casas, ni mucho menos. Eran extrañas estas casas, o al menos el contraste con las nuestras, que eran de dos pisos, pareadas, con forma de caja de fósforo. Las vecinas, en cambio, eran tipo le corbusier, de blanco enteras, de un piso y muy amplias. Era cosa de cruzar la calle y cambiar de estilo. 

           Nunca me aventuré mucho en esa población. Un amigo mío vivía en ella, pero en una casa cercana a la mía. Jugábamos Nintendo 64.

         600, 64, mi apellido es 10. Hay algo raro en mi relación con los números. Pero bueno, eso es otra cosa.

         Me acuerdo que con mis primas íbamos por ahí andando en bici, cantando canciones obscenas y que no pasábamos de una cuadra, lo que venía después era un completo misterio. 

            Fue un día, ya mayor, viviendo en Santiago, que soñé con esa población, esa villa digámosle mejor, la mía era una pobla, entre comillas, pues las casas en Chuquicamata –con la excepción, quizás, de la población Los hundidos (qué nombre)― eran medianamente de buena hechura, patrimonio dejado allí por los gringos que fundaron ese pueblo.
         
           En el sueño me adentraba con unos amigos más allá de los límites conocidos y allí encontraba un desierto pero no de arena, sino de restos industriales, cáscaras de camiones, motores a la intemperie, cables como serpientes, restos limpios de máquinas, y más allá aún encontraba una micro abandonada, era verde con cortinas azules, acondicionada para vivir. 
         
          ¿Quién vivía allí? no había nadie. Supuse que su morador había salido y que volvería dentro de poco, pero eso en el sueño era lo de menos. Algo me provocaba terror, quizás el puro hecho de ir más allá de lo conocido.
       
           Conocido en mi infancia, precisaría. Con el norte (el norte es el desierto, para quienes viven en Chile) tengo una relación rarísima, basada ante todo en la imagen del padre.
         
            Creo haber compuesto un poema, hace algunos meses, que resumiría un poco mi evocación de aquellos años.

per saécula saeculorum
por los siglos de los siglos

mi padre me dijo
eso dura siglos y siglos

eso qué, le pregunté

por encima nuestro
volaban pelícanos

un techo de malla
azul a rayas blancas

una alfombra de arena
y una lamparilla
que es el sol