jueves, 28 de septiembre de 2017

MAINLANDER MUERE/ 1 relato






Es 31 de marzo de 1876. El filósofo alemán Philipp Batz contempla no sin admiración la portada del primer ejemplar de su primera obra. Acaricia el lomo plomizo de género, escucha cantar a un canario. Apenas tiene 34 años. Camina con la displicencia que lo caracteriza por el empedrado que lo conduce a su casa. De una mano le cuelga un abultado maletín con varios ejemplares de su libro. Toma asiento en el comedor, enciende su pipa con el mismo tabaco renegrecido de la pasada noche. Expulsa unas volutas amplias y grises como sus libros. Acerca algunas hojas dispersas sobre la mesa y revisa sus apuntes. Odia su caligrafía que ha ido tomando, con el tiempo, los contornos y ondulaciones de la caligrafía árabe. Entra a su estudio en penumbras y escudriña a tientas en un cajón. Da con un cuaderno de su adolescencia, la letra es timbrada, negra y locuaz. Siente una ridícula nostalgia. En un gesto, que aparenta revisar de reojo, pasa velozmente las páginas y se detiene en una al azar.
         Lee lo siguiente:

febrero de 1860. Entré en una librería y le eché un vistazo a los libros frescos llegados de Leipzig. Ahí encontré El Mundo como Voluntad y Representación de un tal Schopenhauer, pero ¿Quién era Schopenhauer? El nombre nunca lo había oído hasta entonces. Hojeo la obra, leo sobre la negación de la voluntad de vivir y me encuentro con numerosas citas conocidas en un texto que me hace preso de sueños.[1] 

Luego de una panorámica absorta a su casa, cierra el cuaderno. A eso de las 7 toma un baño, se prepara comida y se la lleva a su habitación, junto con un libro de Kierkegaard.
         Lee a la luz de una bujía.
         Cerca de la media noche se levanta, va a la cocina a buscar su maletín.
         Apila los libros como una torre irregular a un costado de su camarote. Coge un lazo que cuelga del techo y se lo ata al cuello. De la cama se encarama a la pila de libros y, sin preámbulos, los deja derrumbarse



[1] Von Verwesen der Welt und anderen Restposten, Leipzig: Edition Sonderwege bei Manuscriptum.






martes, 19 de septiembre de 2017

PSICOANÁLISIS DIFERIDO DEL POETA ARANGO





         Muchos años pasaron hasta que supe que Arango se había matado tan solo tres años después desde aquella primera lectura, en el 76´. El motivo, aunque esto no esté del todo comprobado, fue que su madre se había casado por tercera vez, pero ahora con un miembro de la generación del 38´, o sea, escritor igual que él. Este hecho lo sumió en una depresión desproporcionada que lo dejó tan incongruente y radical que decidió meter la cabeza en el horno, como la Plath. No estoy seguro de que él haya manejado esta información, la Plath se había suicidado en el 63´, pero no fue una poeta leída ni estudiada sino hasta el 84’. 
      Por lo que tengo entendido, releyendo al psicoanalista francés André Green, las muertes voluntarias de estas características (otra es la de morir ahogado en el agua, de la que es conocida, por ejemplo, la de Virginia Woolf que se sumergió en el río hasta que el agua le llegara hasta la coronilla) manifiestan un signo peculiar que ordinariamente se analiza a partir del hecho de la asfixia, pero que más bien contienen como factor común, lo que se dice en el psicoanálisis, el impulso inconsciente del retorno a la matriz. Ahora, aprovechando los dos ejemplos citados (Plath, Woolf) se podría dar una explicación comparada más acabada sobre la simbología de ambos suicidios. En el caso de Arango, el horno, dadas sus características tanto físicas (cavidad) como utilitarias (dar calor), se entienden metafóricamente como propias del útero materno. En el caso de V. Woolf, el signo es genérico: el mar o el río como arquetipo esencial de la Madre, y en concreto, de hecho, de la matriz misma.

         Sea dicho que ignoro las circunstancias emocionales concretas que llevaron a Sylvia Plath al suicidio, con morbo me contenté con conocer la forma en que se había suicidado, es decir, el relato de su muerte. Para el caso de Arango, en cambio, después de haber estudiado su perfil psicológico, el hecho es más que evidente: un nudo edípico con trastorno psicótico consecuencia de la pérdida afectiva y sexual de la madre (el padre está muerto), quien realiza ―en la primera etapa adulta del poeta― una sustitución erótico-filial del hijo por otro hombre. Se vuelve a casar, esta vez con un escritor de derecha, lo que genera en Arango, un convencido revolucionario, un desencanto que se transfigura en el impulso incontenible de volver a la madre y, para más exageración, poseerla introduciéndose en ella emulando una violación. Simbólicamente la cabeza representa el pene, como también el contenedor del intelecto, ese espacio donde se libra la competencia salvaje con ese otro hombre, ajeno, pero como él mismo: hombre de letras. Este otro hombre, el objeto de su impotencia, no contento con plantearse superior como escritor, lo hace también con sus logros sexuales, pues es él quien se fornica a su madre, el objeto de deseo. Por lo tanto, el impulso erótico básico y persistente del complejo de Edipo decanta en tanático, y el éxtasis ―y por fin, el objetivo: ilusión perversa e infantil― en la Muerte.