jueves, 27 de julio de 2017

BOTÁNICO/ 1 poema de Juvencio Valle









Parezco todo un sabio
—de larguísima barba—
cuando
alguna tarde suelo
—por ver y por saber o por capricho—
examinar a fondo el heliotropo,
y cojo la flor y la levanto
como a una mariposa
entre el pulgar y el índice.

A contraluz, atento, la contemplo,
desde abajo la miro,
y ya un pequeño vaivén, un soplo de aire,
me echa sobre la cara
algún pétalo suelto
o el polvillo dorado
de su escondida luna.

La llevo hasta mi mesa
y sobre un libro abierto
la deposito;
allí, mi mínima víctima,
se me queda dispuesta y silenciosa:
cabellera cortada,
puñado de perfume.

Fruncido el entrecejo,
amurallado entre gruesos tratados,
vidrios de aumentos, lupas,
estudio a mi prisionera;
pero ella, como única defensa
—oh, poder de la gracia—,
perfumándome los ojos
me invalida.




miércoles, 26 de julio de 2017

ODA A GERMÁN/ 1 poema de Washington Cucurto






¡Qué deprimente es ser el Poeta más grande de Chile!
Suena a broma.
Es duro y harto deprimente ser el master
de todas las categorías despóticas de la poesía chilena.
-Shshshyilena.
Zurita
Maquieira
Teillier
Gonzalo Rojas
¡Hui-dobro!
Lhin, el inútil, Hernández Montesinos, cada día
mas emputecido. Es el precio que la poesía debe pagar.
-el triciclo descuajeringado del niño Olson
comprado en las veredas del Paseo Ahumada-.
La poesía de Chile es como el Paseo Ahumada,
a ciertas horas, intransitable.
No acepta piratas de best sellers, ni dinosaurios
de fainá, ni televisivos de la derecha.
Para transitar por el paseo célebre de la Poesía Chilena
hay que estar capacitado, saber y parecer.
Todo esta justamente consagrado por las manos
de la Gabriela Mistral estatal.
De todo este mundo irrespirable, asoma su cabeza
el niño freak Germán Carrasco. ¿Tan freak como Rodrigo Lira?
Poeta gemuflexo y geminiano,
depresivo y pésimo padre.
Su bello hijito Félix lo salva y le pone
las íes en su lugar.
De todo este mundo de miserias de la poesía chilena
aparece incólume y vitoresco
con su tatuaje de Alicia en el antebrazo
¡Qué placer hay con el lenguaje! ¡Qué metejón
de Almagro y boedismo!
No les voy a decir que vuela vestido de durazno,
ni que ríe con risa de arroz huracanado, nada de eso.
No soy Pablo Neruda ni Germán Carrasco.
Mi amigo es miope como un mupple.
El mayor poeta de Chile sufre de estrabismo,
es decir, es bizco, como el Presidente de los argentinos.
¿Serán la política y la poesía ciencias manejadas por los bizcos?
Adolescente sedentario, el mayor poeta vivo de Chile
es un luzzer irremplazable.
Aunque pienso que este muchacho
es material altamente radiactivo,
no diré que del fascismo porque sería
darle un título grandilocuente,
sólo diré que la culpa es de... Parra.
El mayor poeta vivo de Chile, Premio Pablo Neruda,
es mi amigo y lo quiero, si nos habremos perdido
por la Avenida Rivadavia hablando de poesía.







ENSAYO SOBRE LA RECIPROCIDAD DE LAS OPOSICIONES CONTINUAS/ 1 poema de Enrique Verástegui






I

Todo se revuelve: días, noches,el tiempo vuela
y el amor es fuego.
¿A qué se podrá comparar la belleza, la soledad,
el olvido?
La soledad y el mar soy yo mismo reventando contra la nada
y una flor de recuerdo son estos ojos: infancia,
adolescencia, todo este mundo que arrojo en una Revista
cualquiera: esoterismo,
o Letras donde poesía y belleza no se intercambian.
¿Será comparable la poesía, el silencio,
el sonido de hojas de un bosque a estos muchachos que buscan,
entre las flores que vuelan,
un lugar para estrecharse a su propia soledad?
Hablo tal vez de un apior silencioso una noche
en un parque perdido, un verano arrojando estos versos
como pétalos de geranio en el mar de la tarde donde todo es
tristeza,
y la tristeza algo parecido a la realidad de haber volteado
el rostro
contra el pasado.
No son lo mismo deseo y noches de tristeza que no se destrocen
contra bondad
y dulzura.
El deseo produce realidad en ti
y no soledad en los labios porque producir más
nunca ha sido saludable para el cuerpo,
producir menos no le asegura ganancias al gobierno:
las arcas se repletan cuando la belleza se corrompe y cuando
el cuerpo
ha producido más, y no salud,
su ganancia no es otra que morir.
Cuida entonces la riqueza de tu cuerpo, tu energía
como el trazo de un artesano es el tranquilo leopardo de mi
vida abrevando dulcemente
en este sueño de realidad.
No estoy solo y en el follaje dulcemente azulado salta
hasta mí una mujer que yo contemplo como al mar de mi vida y
su salto de una figura graciosa
que utiliza un adjetivo de seda
muestra
(¿y qué muestra?) el deseo como flecha insatisfecha
en su carne. El amor rueda herido en la yerba de tus labios y
el cielo
es un Vals de las flores de Tchaikovski,
eternidad de un tiempo que vuela como un Jet donde poesía y
belleza no se intercambian
pero lo que florece en nosotros es lo que no se escabulle
en la nada.







martes, 25 de julio de 2017

viernes, 21 de julio de 2017

SATISFACÍA/ 1 poema





leí sus diarios
cuando aún no sabía
que se iba a morir

se había ido al baño
o algo así

en el velador
abajo, estaban
sus cuadernos

cogí uno y lo abrí al azar

decía de algún novio
que se iba antes
pero que así y todo
la satisfacía

documentaba sus días
como una monja
en el convento
anotaría sus rezos

no sabía que se iba a morir
pero algo pensé
en ese instante

la noche parecía
consumirla

pasaron años
cuando me llamaron
por teléfono

dándome la noticia




miércoles, 19 de julio de 2017

UNA NUBE/ 1 poema





era de noche
tenía cinco años
y aún estaba despierto

volvíamos a casa
con mi madre

la noche estaba fría
de esas que te arden
la boca

y antes de nuestra calle
Condell, se llamaba
(dudo que exista hoy,
Chuquicamata está casi
enterrada)

en medio había una nube
cruzada, de vereda a vereda

mi mamá me dijo
se cayó una nube

corrí y salté
y rodé 

no lo creía
una nube había caído
y yo jugaba en ella 

nos fuimos a casa
dormí, soñé quizás
con nubes

por la mañana
el camión
recogió el bulto
de esponja blanca
que otro había
tirado





lunes, 17 de julio de 2017

VALLES CENTRÍPETOS/ 1 poema










Hay más barro del acostumbrado
en la casita de muñecas. La beba no quiere
quitar sus manos del organillo. El chupete
a medio lamer yace abandonado
en la alfombra pelusienta. La mujer se pasea
por distintas habitaciones, habla con ¿su abuelo?
¿un amante? por teléfono. Las papas en la cocina
se han echado a hervir. El lector pródigo
está echado en su cama a medio hacer,
hipnotizado por un libro corto.

Es cuando grita de improviso: ¡un lápiz!
Nadie lo oye, o han aparentado
no oírlo.    El poema está
en trabajo de parto. Se titulará: Valles centrípetos.







jueves, 13 de julio de 2017

RAMA DE SAUCE/ 1 poema de Juanele Ortiz








Rama de sauce soy curvada sobre el río
en busca del sentido de la noche del agua.

Rama de sauce soy sensible a las preguntas
del pájaro, en la tarde que ya es un hado extraño.

Rama de sauce que se estremece con la
"celistia" cuando en nosotros como un

calofrío azulea, y que muere de vida
cuando el alma del río en la luna se vuela.

Rama de sauce soy a cuyos pies el tiempo
es un baile de hadas que hacia la noche ondula.

Rama de sauce soy para quien el sentido
de la vida se aclara a una luz de agua.

Rama de sauce soy siguiendo los hilos
de un nocturno canto en la emoción del río,

en busca del secreto sensible del paisaje
que aun amándolo se le escapa, delgado.

Rama de sauce soy curvada sobre el río
en busca del sentido de la noche del agua.




sábado, 8 de julio de 2017

PROSA DE ARGENTINO/ 1 ensayito






         Son los argentinos quienes todo narran y nada cantan, al contrario del chileno cuyo talento derrocha, con mayor pericia y maestría, nombrando las cosas más que contando los hechos ―si es que me atengo a la distinción que hiciera la Susan Sontag en cuanto función de la prosa y función de la poesía― siendo especialmente la literatura chilena la que tiene mejor tono, son afinaditos, mientras que el ritmo del argentino, la prosodia y el arte de narrar, parece un instinto casi nulamente desarrollado en el chileno. No es impertinente recordar que la mejor prosa latinoamericana ha hallado su fuente, su gallina de los huevos de oro, precisamente en los contornos del Rio de la Plata, y esto por una rara razón que nadie ha sabido dilucidar, pero que tienen como factor común el río. Esto explicaría lo que fue un Onetti, por ejemplo, o lo que es Pedro Mairal, y en el extremo más reflexivo y manido, un Sergio Chejfec, o a uno de los más grandes, y del que no me cabe duda es uno de los mayores prosistas en español del siglo pasado ―junto con el chileno Germán Marín― Juan José Saer. El río sin orillas (1991; lamentablemente no reeditado), sin ir más lejos, es uno de los prodigios de la prosa en lengua castellana.
         Esta hipérbole no la invento yo, me la contó un tipo, para variar argentino, que una vez se acercó a la librería donde trabajo, en la Editorial Universitaria. En aquel encuentro, además de darme una clase magistral de poesía chilena (sí, el argentino) me alumbró dos nombres de autores enormes que, de alguna manera anacrónica, permanecían ocultos, quizás debido precisamente a su enormidad, como por ser los árboles que impiden ver el propio bosque: Juan L. Ortiz, poeta, y Salvador Benesdra, novelista de una sola novela y escritor de libros de autoayuda; cada uno a su modo orillero de la tradición. Ortiz, especialmente, por utilizar el río como el daguerrotipo de su escritura, y Benesdra, más vulgar, por su locura y trastorno tan citadino, orillando siempre la razón y, de hecho, demostrándolo con su precoz suicidio de autoayuda.
         Se me viene en mente, a propósito de orilleros, el voluminoso y caótico archivo puesto a nuestra disposición por el argentino Patricio Pron. En El Libro Tachado, sin mucha empatía aunque generoso para con el lector, hallamos casos insólitos que evidencian los raros motivos del silencio en la literatura, por ejemplo, los de aquellos que voluntariamente se sumergen en la bruma del olvido, como deseando con ambición sempiterna desaparecer a la manera de Benesdra; sería el caso de Néstor Sánchez, promesa de la nueva narrativa de los 60 en Argentina, donde compartía derroteros nada menos que con Manuel Puig, quien decide un día, bendecido o aquejado por un delirio místico ―sepa el lector cual― mudarse a Nueva York para dedicarse a la indigencia más rigurosa. Su obra se estancó en tres sugerentes títulos, y luego ya no vino más que los mitos y leyendas que giraron en torno al vagabundo argentino que erra por las calles de la gran manzana. Se le hizo un tributo en Buenos Aires creyéndole muerto y murió realmente el 2003 en el pabellón de un hospital proletario de Villa Pueyrredón.
         Como vemos, hay autores que trabajan con el olvido, como otros que, mucho más etéreos, son de lleno absorbidos por éste ya sea por la indiferencia de sus lectores o presuntos espectadores, ya sea por los votos de no publicidad. Sigismund Krzyzanowski es uno de estos otros, nacido en Kiev en 1887 y muerto en Moscú en 1950, escribió cerca de tres mil quinientas páginas de muy buena prosa y no publicó ninguna, jamás. Su única novela, El club de los asesinos de letras (edición en español del 2012 por Ediciones del Subsuelo), en parte manifiesto de los que dicen no a la publicación, parece una de Dan Brown, pero tan prodigiosamente narrada que se ha convertido hoy en fuente de culto.
         Pero están también, lamentablemente, los autores que desaparecen de verdad, los autores que se mueren, los que surcan nuestros cementerios de carne putrefacta, los verdaderos muertos. El 27 de noviembre de 1983, en el municipio de Mejorada del Campo, España, de camino al Primer Encuentro de Escritores Hispanoamericanos que se celebraría en Bogotá, los escritores Ángel Rama (Uruguay), Jorge Ibargüengoitia (México), Marta Traba (Argentina) y Manuel Scorza (Perú) pierden la vida en un accidente aéreo. Lo curioso es que lo más delicado y sublime de las letras latinoamericanas de entonces se va de un sopetón, trágicamente, por una falla del controlador aéreo, dejando algunas obras fundamentales, pero definitivamente el mal gusto de ver corromperse ese talento y esa potencial obra al alero de eventos tan trágicos como mortales.





martes, 4 de julio de 2017

VENGO DE COMULGAR Y ESTOY EN ÉXTASIS/ 1 poema de Crawl de Héctor Viel Temperley







EL ESPIGÓN MÁS LARGO, EL AVISO Y EL CRAWL 



Vengo de comulgar y estoy en éxtasis,
aunque comulgué como un ahogado,

mientras en una celda
de mi memoria arrecia
la lluvia del sudeste,

igual que siempre

embiste al sesgo a un espigón muy largo,

y barre el largo aviso
de vermut que lo escuda

con su llamado azul,
casi gris en el límite,

para escurrirse por la tez del mundo
hacia los ojos de los nadadores:

dos o tres guardavidas,
dos adolescentes

un vago de la arena que cortaron
con una diagonal

el mar desde su playa.

*

Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
junto al hombro del kavanagh y de cara

a la escuela de náutica
y al plátano

hacedores de fuego que me impiden
flotar con éste entre esos pocos hombres

que allá —solos y lejos con la punta
del espigón desierto—,

mecido como sábanas

y cobijando, ingrávidos,
la vida en ese extremo

de monedero roto,
de chubasco enfrentado,

desasidos de todo
piensan en el regreso:

descansan; se dan vuelta -en silencio-, y se tienden

otra vez boca abajo

con un brazo apagando los graznidos
de las gaviotas

y las alas.

         *

Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
contemplo unas sábanas
que sólo de mí penden

sin querer olvidar que en esta balsa,
de tiempo que detengo y de escafandra

con pasos de mujer,
nunca fui absuelto

en el adolescente y en el viento

ni en la cuerda del crawl, que de los hierros
cavernosos comienza
a separarse;

ni siquiera en las manos deslizándose

ni en el agua -que corre entre los dedos –

ni en los dedos, ligándose despacio

para remar con aprensión
de nuevo

allí donde no hay mesa para apoyar los brazos

y esperar que alguien venga
desde su pueblo a visitarnos;

nadie fuma ni duerme, y —en días
de gran calma—

sobre el plato de un hombro

puede viajar un vaso.


                            *


Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
y no me está mareando un sexo, una fisura,

sino una zona:

el patio de esa escuela
de náutica sin velas —icuerpo solo!—

donde unos niños ciegos,
envueltos en miocardio,

con tambores y flautas
reciben a las costas;

la carne comentando,
ya hasta en la espalda,
el frío

—que asciende repentino donde parte el océano

y las yemas, heladas,
en su Pudor se pierden—;

y el miedo que, en el vientre, de su piel hace párpado

—entre el ojo que tiembla
y el ojo del abismo—,

y es cordel, por el pecho, de la voz que naufraga

en el aire que hierva, despedido
como sangre,

en los pómulos tronantes.

Peces de cima,

cajas bamboleadas.