jueves, 21 de enero de 2016

EL EXCÉNTRICO Y LA VANGUARDIA/ 1 semblanza de Pitol sobre Flann O'Brien




        ¿Qué es un excéntrico sino un retirado? El filósofo, decía Platón, debía vivir fuera de la ciudad para facilitar así su capacidad para abstraerse del juicio social, y concentrarse en un juicio netamente filosófico. ¿Qué es un raro sino un excéntrico? Sin embargo, esta rareza no convierte ipso facto a su contendor en un filósofo, o, para decirlo en aquellos términos tan pomposos y majaderos: en un genio. Y más aún, ¿qué diferencia, en el arte, a un excéntrico de un vanguardista, por ejemplo? Según Sergio Pitol los vanguardistas imponen una visión, una forma de hacer, lo que los convierte en cierta medida en demagogos; también, los vanguardistas deben conformar grupos, clanes, movimientos masivos, incurrir en organizaciones, establecer leyes, para establecerse como tales; los vanguardistas, a fin de cuentas, van al frente, ¿pero al frente de qué? Al frente de nada, y en pie de nada, como diría Lihn. Pero, poniéndonos platónicos, deberíamos en realidad decir que se encontrarían al frente de la concepción del arte y de su técnica. En otras palabras, no están fuera del centro, sino más bien procuran imponerse como la mismísima fuerza centrífuga (o centrípeta, como se quiera) que movería al arte, al estado actual del arte, al centro mismo. Las vanguardias, digamos, están afectas al tiempo y la palabra que las denomina no deja de cumplir una función archivadora, que, ya pasado lo años, carece de sustancia. ¿Es vanguardista, hoy, ser surrealista? Pues no basta decir que no, ya es la retaguardia, o más allá aún: el granero, el pozo séptico al final de las parcelas. Para Pitol, en cambio, los excéntricos son seres solitarios, que sin embargo están continuamente dialogando y rompiendo, cómo no, con el canon; y aún así, no tratan de transformarlo; es la simple forma de evadirse de los modos, salirse del centro, hacer la obra fuera de la Obra. Pueden hacerse amigos los excéntricos entre ellos, pero jamás se les pasará por la cabeza hacer manifiestos, ni echar a andar movimientos. Y así pues, al salirse de este centro también lo hacen del tiempo, lo que nos permite admirar sus obras hoy, ya pasados los años que deban pasar, con la finura, con el sensible mensaje que se proyectó en su origen; la pureza de las obras de los excéntricos aparentan ser inmortales, y aunque sabemos que esto es imposible, nos gusta pensarlo así. 
        He dado toda esta vuelta de carnero para hablar de excéntricos, claro, y no sólo de uno conocido en este blog, Sergio Pitol, sino también de otro menos conocidos, pero tan excéntrico que casi toda su obra fue descubierta después de su muerte; una obra tan excéntrica que tuvo que esperar la muerte de su excéntrico autor para propagarse; me refiero a Flann O´Brien. De O´Brien no puedo decir mucho, pues me he limitado a hojearlo; además, no gastaré ni a golpes los miles de pesos que valen sus libros en nuestras queridas cadenas de librerías; libros exportados, dicen sus dependientes; coman mierda, les respondo. Es el snobismo del chileno: al apaleado en tiempos pasados, santificado será como grito y plata ya muerto. Es cosa de ir mirando a casi todos nuestros artistas. En fin, no es mi intención hablar de esto; quiero dejar aquí un ensayo del maestro Pitol que sirve como amena introducción a la obra de este otro excéntrico irlandés, hijo de nadie, padre del mundo. Pase usted.







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         El 2 de junio de 1939, Jorge Luis Borges, tan poco predispuesto a entusiasmarse por modas y novedades literarias, publicó en la revista El Hogar, de Buenos Aires, un ensayo titulado “Cuando la ficción vive en la ficción”, donde comentaba el libro de un joven autor irlandés recién aparecido en Londres: “He enumerado muchos laberintos verbales; ninguno tan complejo como la novísima obra de Flan O’Brien: At-Swim-two-Birds. En ella, un estudiante de Dublín escribe una novela sobre un tabernero de Dublín, quien escribe una novela sobre los parroquianos de esa taberna, entre los cuales se encuentra el estudiante que escribe la novela inicial. At-Swim-two-Birds no sólo es un laberinto: es una discusión sobre las muchas maneras de concebir la novela irlandesa y un repertorio de ejercicios en verso y prosa que ilustran o parodian todos los estilos de Irlanda. La influencia magistral de Joyce (arquitecto de laberintos, también; Proteo literario, también) es innegable, pero no abrumadora en este libro múltiple”.
         Borges no podía saber entonces que era uno de los sólo 244 lectores que durante más o menos veinte años se internarían en aquel texto excepcional. De la misma manera que el autor de aquel intrincado laberinto verbal ignoraría toda su vida el entusiasmo que su libro había provocado en un lejano lector de Buenos Aires, cuyo nombre tal vez nunca llegó a conocer.

         ¿QUIÉN FUE FLANN O’BRIEN?

         Fue un novelista irlandés nacido en 1911 y muerto en 1966, cuyo nombre real era Brien O’Nolan, y que en el periodismo, actividad que consumió casi toda su vida adulta, y también su tranquilidad y su energía, utilizó el pseudónimo de Myles na Gopaleen, que lo hizo ampliamente popular en su país natal. Con menos asiduidad, menos interés y más descuido se ocultó también tras los nombres de John James Dol, George Knowland, Brother Barnabas, Stephen Blakesley y Lir O’Connor.
         Como Flann O’Brien, escribió dos obras magistrales: At- Swim-two-Birds (Dos pájaros a nado) y El tercer policía; una novela escrita en lengua irlandesa, The poor mouth, una especie de Réquiem en sordina por un idioma en vías de desaparecer, y por los últimos pobladores que aún lo hablaban, descendientes de reyes guerreros y poetas prodigiosos, degradados a una condición donde la diferencia entre su vida y la de los cerdos cuya crianza los mantenía era apenas perceptible; así como dos novelas menores escritas en sus últimos años, La vida dura y El archivo de Dalkey, y la comedia Faustus Kelly.
         Fue una personalidad trifronte, un funcionario público, un novelista de vanguardia conocido sólo por un minúsculo puñado de entusiastas, y el autor de una columna popular en el más importante periódico de Dublín. El periodismo acabó por invadir sus facultades creadoras, por hacerlo famoso e infeliz, por convertirlo en una creación de su pseudónimo. Sus auténticas necesidades de discreción y anonimato fueron demolidas. Un hombre que hace uso de tantos disfraces y niega la relación entre su persona y los múltiples nombres que la ocultan, aspira por fuerza a vivir en una celda, situada, de ser posible, en medio del desierto. Le perturbaba, pero no logró, o por alguna razón no quiso, renunciar a ella, la popularidad de Myles na Gopaleen, nombre que sus lectores comenzaron a aplicarle y que poco a poco llegó a sustituir al verdadero. La triunfal invasión de Myles na Gopaleen sobre Flann O’Brien, y sobre Brien O’Nolan, terminó por destruirlo. 
         Encontró enemigos implacables, sin saber combatirlos. Los principales: la frustración personal producida por el fracaso de su primera novela y el rechazo editorial unánime de la segunda, El tercer policía; el raquitismo cultural y moral y el aislamiento de la Irlanda de su tiempo; la fuerte presión sobre el novelista de su fama periodística, y una desmesurada afición por el alcohol que llegó a convertirse en una pavorosa enfermedad. Una reciente biografía ilustrada por Peter Costello y Peter van de Kamp muestra la evolución sufrida en su aspecto desde la época de estudiante hasta poco antes de su muerte. El rostro de querubín satánico del joven universitario decidido a devorar el mundo se transforma, primero, en una luna blanduzca y mofletuda sobre el cuerpo de un regordete funcionario público y evoluciona luego hasta llegar a ser el tejido de rasgos crispados y patéticos de los años finales, un rostro que aúna los gestos de la víctima a los de su verdugo, una imagen viviente de la culpa y el desorden, de la vergüenza y la resignación. Sus últimas fotografías recuerdan las caras de esos psicópatas con que nos sobresalta de cuando en cuando la página roja de los diarios, sorprendidos por la cámara en el momento de su detención o cuando son conducidos al patíbulo: la frente perlada de un sudor viscoso, la mirada huidiza, amedrentada, la piel que imaginamos gris o azulada, el descuido con que la corbata ciñe un cuello sucio y mal abotonado. Gianni Celati compara, en un reciente y espléndido ensayo, la imagen de O’Brien con la de ciertos personajes de los filmes de Carné. Me imagino que se refiere a esa ambigüedad oscilante entre la santidad y el crimen.
         El constante juego de disfraces, la proliferación desmesurada de seudónimos, el gusto por el ocultamiento, la atroz mitomanía final, hacen difícil precisar casi todos los pasajes fundamentales de la vida de O’Brien. Se sabe con certeza que tan pronto como se licenció en la Universidad de Dublín con una brillante tesis sobre la antigua lírica gaélica, comenzó a escribir At-Swim-two-Birds y que usó el pseudónimo de Flann O’Brien para publicarla porque estaba a punto de ingresar al Servicio Público, cuyas funciones le parecían incompatibles con el tono desenfadado que empleaba en la novela, de la que en algunas ocasiones llegó a negar la paternidad. Tuvo la suerte de que el manuscrito cayera en manos de Graham Greene, lector de la Editorial Longmans. Su informe de lectura decidió la publicación: “Es un libro en la línea de Tristram Shandy y de Ulyses; su sorprendente humor no oculta la seriedad de sus intenciones: presentar de manera simultánea todas las tradiciones literarias de Irlanda”. La novela vendió 244 ejemplares. Un par de años después, las bodegas de la editorial ardieron durante un bombardeo. Longmans decidió no reeditar el libro. Podrían haber sido escasos los lectores, pero entre ellos los hubo excepcionales. Borges, en Buenos Aires; y entre los de lengua inglesa, Samuel Beckett, que de inmediato le llevó un ejemplar a Joyce, el cual escribió: “Se trata de un auténtico escritor, con un sentido verdadero de la comicidad. Es un libro de verdad muy divertido”. Dylan Thomas, por su parte, escribió: “Esta novela sitúa a O’Brien en la primera línea de la literatura contemporánea”. A pesar de esos juicios, en 1940 Longmans rechazó la siguiente novela de O’Brien, El tercer policía, por considerarla demasiado extravagante. La editorial le aconsejó al autor escribir algo más normal, más cercano y aceptable para el público común. O’Brien ofreció su libro a otras editoriales; todas lo rechazaron con argumentos más o menos semejantes. Al final, decidió declararle a sus amigos que había perdido el manuscrito en una taberna, y no quiso volver a hablar del asunto. El tercer policía fue publicado póstumamente.
         Nuestro siglo parece complacerse en repetir de un modo cíclico esa extraña comedia de errores que se suscita entre ciertos autores y el lector. Los casos de Robert Musil, de Hermann Broch, de Malcolm Lowry, de Joseph Roth, son ejemplos de escritores que han necesitado un vuelco en el gusto literario, ocurrido veinticinco o treinta años después de su muerte, para que se revele la magnitud de obras como El hombre sin cualidades, Los sonámbulos, Bajo el volcán, o La marcha de Radetsky. At-Swim-two-Birds y El tercer policía se suman a esa lista de novelas fundamentales de nuestro tiempo redescubiertas tardíamente.

         DOS PÁJAROS A NADO

         El nombre extravagante de esta novela, At-Swim-two-Birds, procede del nombre de una aldea situada en las márgenes del río Shannon, y es la forma sajonizada de un viejo lugar mencionado en la antigua lírica medieval irlandesa que en gaélico suena Snam-da-en.
         At-Swim-two-Birds entraña un tránsito vertiginoso entre todos los registros de la literatura irlandesa, y es un libro que contiene por lo menos otros tres libros. Uno, sobre la relación entre el novelista y sus personajes, la difícil convivencia entre el demimurgo y sus criaturas, las cuales acaban rebelándose contra quien les otorgó la vida. Otro, sobre la antigua leyenda medieval del rey Sweeney, a quien Dios castigó con la locura y, ícómo si fuera poco!, con la inmortalidad, por haber atentado contra la vida de un piadoso clérigo, y que en los viejos cánticos gaélicos aparece convertido en un triste pajarraco que salta de un árbol a otro; y un tercero, que registra el nivel que podríamos llamar cotidiano, compuesto por las vicisitudes familiares del joven escritor que intenta escribir una novela, su iniciación en el alcohol, sus diarios pequeños conflictos, sus disquisiciones en torno a la obra que escribe, circunstancias de las que poco a poco va surgiendo esa alucinación que es la novela entera.
         El tres, por lo visto, es el número fundamental en el universo de O’Brien. At-Swim-two-Birds se inicia con la reflexión de su joven autor, el estudiante de Dublín, sobre la inconveniencia de que un libro posea un principio y un final únicos. El libro ideal tendría que contar con tres inicios perfectamente diferenciados, interrelacionados sólo en la mente del autor, de manera que sus múltiples combinaciones pudieran producir un centenar de finales diferentes. Una vez convencido de esa necesidad formal, esboza tres puntos de partida posibles para la novela que se propone componer.

         El primero: El Pooka Mac Phellimey, miembro de la familia del Maligno, meditaba en su cabaña, sentado ante una mesa de trabajo tallada laboriosamente, sobre la naturaleza de los números, segregando mentalmente los impares de los pares. Sus toscos dedos, de larguísimas uñas, acariciaban una cajita de rapé de redondez perfecta, mientras por los huecos de la dentadura dejaba escapar una amable cavatina. Era un hombre cortés, apreciado por todo el mundo, debido al trato generoso que le daba a su esposa, una de las Corrigan de Carlow.

         El segundo: en el aspecto del señor John Furriskey no se advertía nada extraordinario, pero lo cierto es que poseía una distinción rara vez conocida: había nacido a los veinticinco años de edad, con una memoria excepcional, pero sin ninguna experiencia personal que la respaldara. Ostentaba una buena dentadura, aunque un poco manchada por el tabaco. Dos de sus muelas habían sido obturadas y una nueva cavidad comenzaba a abrirse paso en el canino superior izquierdo. Sus conocimientos moderados de física comprendían la ley de Boyle y el paralelogramo de fuerzas contrarias.

         El tercero: Finn Mac Cool fue un héroe legendario de la antigua Irlanda. No podía decirse que fuera un hombre mentalmente robusto, pero sí que su físico era soberbio. Cada uno de sus muslos tenía el grosor del vientre de un caballo, adelgazándose en los tobillos al diámetro del vientre de un potrillo. Centenares de niños hubieran podido entretenerse lanzando pelotas contra su espalda inmensa; tan amplia, que con facilidad hubiera podido detener la marcha de un regimiento en un paso de montaña.

         Finn Mac Cool es el vehículo que le permite al narrador entreverar su proyecto con la vieja tradición gaélica. Finn canta en una de sus primeras apariciones:

Soy un hombre del Ulster, y un hombre de Connacht y un griego,
Soy Cuchulainn y soy Patricio,
Soy Carbery-Cabeza-de-Gato y soy Goll,
Soy yo mi propio padre y soy mi hijo
Soy todos los héroes que han sido desde el inicio de los tiempos.

         Las vanguardias tienden a ser ásperas, severas, moralistas; pueden proclamar el desorden, pero entonces el desorden se vuelve programático. Excluyen el placer. Al protestar contra el pasado se cargan por lo general de pésimos humores. Pocas son las excepciones a esa regla. En la primera novela de O’Brien nada queda al azar; tampoco intenta disimular su asombrosa riqueza lingüística, su cultura filosófica, sus complejos contrapuntos temáticos. At-Swim-two-Birds es un laberinto cuyos muros están cubiertos de espejos. En ellos la realidad se fractura sin cesar, se empequeñece o magnifica, es triturada hasta transformarse en otra realidad que es pura y simplemente literatura. La forma anticipa algunas novelas que muchos años después intentarían una nueva estructuración del género. Pero ninguna de ellas puede compararse a la del irlandés en cuanto a ejercicio del humor, a su radiante alegría, al regocijo que transpira su lenguaje.
         At-Swim-two-Birds es, entre muchas otras cosas, un relato que sigue de cerca el progreso literario de un joven estudiante, quien, harto de la monotonía de sus estudios y de la perpetua presencia de un fastidioso y severo tutor, descubre dos formas deliciosas de evasión: la creación de una novela y la frecuentación de las infinitas tabernas que pueblan la ciudad de Dublín. Ambas aficiones lo llevan a inventar a Dermont Trellis, personaje estrambótico, novelista de profesión, quien, a diferencia de su joven creador, vive obsesionado por transmitir a la literatura una función moral y didáctica. Dermont Trellis se propone escribir un libro para fustigar sin piedad los males derivados de la incontinencia carnal. Para ello mantiene a una serie de personajes imaginarios encerrados en un hotel de su propiedad a la manera de un director de cine que tuviera acuartelados a los actores mientras filma una película. Una novela moralizante puede sólo nutrirse de protagonistas arquetípicos que encarnen la lascivia y la virtud, el bien y el mal absolutos. La trama de la novela sería muy simple: Peggy, una joven bella y casta se ve acechada por el libertino John Furriskey, creado con el propósito expreso de descargar su lascivia en la casta doncella y recibir ulteriormente el castigo adecuado. A los otros personajes les corresponde velar por la virtud de la joven y la imposición de una pena ejemplar a su lascivo estuprador. Pero, sin que el autor se entere, los personajes cumplen otros designios. Furreskey se enamora tiernamente de la heroína a quien debía seducir. La sirvienta corresponde su amor y le confiesa haber sido ya violada por todos aquellos personajes creados precisamente para custodiar su virginidad. Furreskey la perdona y se casa con ella; montan una pastelería, tienen varios hijos y viven tranquilos y felices el resto de su vida. Para que el novelista Trellis no advierta su liberación lo mantienen dormido con un fuerte soporífero, y sólo se presentan en su casa durante los pocos minutos del día en que el autor puede salir de su letargo. La historia se desliza por cauces cada vez más inverosímiles. Todos los estilos son bien recibidos, en especial los que parodien y ridiculicen otros estilos. El elenco de personajes incluye elfos, diablos, gangsters, filósofos y borrachos. En boca de ellos las viejas sagas vuelven a cobrar vida y a mezclarse fantasmagóricamente con la doble existencia de los protagonistas, la que les ha impuesto su autor y la que libremente han elegido. De hecho, todo puede ocurrir en el transcurso de la novela. Dublín es asediada y semidestruida por una tribu de aguerridos pieles rojas, escapados de la imaginación y control de un autor de westerns; hay madres que paren hijos que las superan tanto en edad como en tamaño; elfos y demonios que hablan sobre la música de Bach y el alza escandalosa en el costo de la vida; amores que llegan a la culminación física entre un novelista y los seductores personajes femeninos que va creando. Y hay un final jocoso donde todos los personajes de esa kermés enjuician y condenan a un castigo ejemplar al autor que tanto los ha importunado en el transcurso de la novela.
         La vocación por el tres de O’Brien vuelve a manifestarse en el párrafo ejemplar que cierra el libro: “Demasiado conocido es el caso de aquel pobre alemán enamorado del número tres, quien reducía todos los aspectos de su vida a una cuestión de tríadas. Una noche volvió a su casa, se sirvió tres tazas de café, puso tres cucharadas de azúcar en cada una de ellas, se cortó tres veces la yugular con una navaja de afeitar y con mano agonizante garabateó en la fotografía de su mujer: íAdiós, adiós, adiós!”.




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