miércoles, 28 de diciembre de 2016

ENSAYO VII/ Capítulo de "Los Matrias"






Ni un millar de los más sutiles silogismos de mi padre podría haber dicho más en favor del celibato.

Laurence Sterne






Un mes antes de arribar a Nueva York dando por terminada su labor diplomática en Odessa, Sergei Pitoniev le envía una última a carta al Camarero. En ella le descubre uno de los autores que desde allí en adelante lo acompañará hasta su muerte, nunca menguando el regocijo que le despertara aquella primera lectura. La parte de la carta en que le hace el hallazgo dice así:

Leyendo a Boris Pilniak me he acordado de ti, sobre todo a raíz de los últimos textos que me has enviado y que, sin intención de ser desmesurado, los considero espléndidos. Espero pues que, de no conocerlo, le eches un vistazo; me parece haber visto unos cuantos títulos en la New York Public Library de la Quinta Avenida. Hay un texto extrañísimo que Pilniak publicó poco después de salida su novela The Naked Year, llamado Materials for a Novel, en el que, como podrás imaginarte a partir del título, lleva al límite los procedimientos comunes de escritura novelesca: uso de fragmentos extraídos de fuentes muy diversas; eliminación aparente de la trama y abolición de la cronología; aparición y desaparición de personajes sin explicación alguna.
Pilniak, en sus términos, describía ese trabajo como una creación de «asociaciones de paralelos y antítesis, donde el tiempo como la historia es un constante estado del ser, una unidad que hace simultáneos todos los acontecimientos y experiencias»[i]. Pocos años después escribió un texto excepcional, en la misma línea, que tituló, no sin sutil ironía, A Story about how Stories are Written, que haciendo gala de un estilo primoroso, reflexiona subterráneamente sobre la literatura rusa y la manufactura de los relatos. Es interesante la conexión que hace entre la literatura y el cortejo, poniéndolos no al mismo nivel cultural, sino en el mismo estricto orden estético.
Es entendible que a primeras se piense que el texto es meramente ensayístico, pero siendo fieles al título, en efecto, es un cuento, un relato bastante tradicional sobre alguien que narra un relato —a lo Conrad: una narración dentro de otra narración— que trata sobre una muchacha rusa que se enamora de un militar y escritor japonés en plena ocupación del ejército imperial de la Rusia Oriental. Los japoneses fracasan, como se sabe, y son expulsados por los revolucionarios. Atada la muchacha a un compromiso de matrimonio, emigra a la ciudad japonesa de Suruga, de donde el escritor es oriundo y en donde vive su familia. Provista de una especie de testamento que su enamorado le entregara antes de volver a la guerra, llega a la casa de su prometido con la esperanza de que aquel documento acredite su bienvenida en la familia. Así ocurre. Se casan y viven en el país nipón a la espera de que a ella se le conceda la vuelta a su país. El trámite de repatriación se demora, en tanto él se convierte en un escritor famoso. Ella, siempre ajena a los asuntos literarios de su marido, goza de los favores y ventajas propios de la esposa de un escritor de renombre, pero así y todo se mantiene ignorante respecto al tema de la tan aclamada novela. El narrador, mientras se bebe una cerveza con un compatriota ruso —quien, a propósito, es de hecho el que le refiere toda la historia antes descrita— nos revela que acaba de conocer en Tokio, precisamente, a un importante escritor de ese país, quien hubo alcanzado la fama con una novela en la que describía a una mujer europea. El lector da por hecho de que se trata de la muchacha rusa.[ii]

Y más abajo remata con grandilocuencia:

La literatura es un cortejo. Piensa en ello. A mí me ha abierto un mundo de posibilidades de escritura.


PD: Hay una antología buenísima de Emil Vodek sobre el formalismo ruso. Te recomiendo echarle un vistazo. Aparece, a mi parecer, lo esencial sobre el tema.


Pues se dirige sin preámbulos a la Public Library de la Quinta Avenida. El arrobo lo tiene hecho un muchacho. Está empezando a escribir el capítulo sobre el desastre de la Gran Guerra, y no puede parar de tomar notas de lo que sea. Parece una amapola al viento tempestuoso de la primavera, soltando sus hojas con gracia, dejándose llevar por los acontecimientos, por sus más vertiginosas imaginaciones. El capítulo es un relato cruzado, la voz de ella y de él, caóticamente anudadas, obedeciendo no a un orden temporal de los hechos, sino a las distintas intensidades de lo vivido. Lo que para ella ha sido el tronar de bombas en las callejas, para él ha sido el llanto de sus hijas oído desde su habitación. Lo que él cree es una admonición histórica, para ella es el fin del mundo. En los límites de la muerte, sin embargo, el único recuerdo de cada uno es la vida del otro.
Trabaja todo el capítulo en un lapso de cuatro días de ardua escritura, en el salón de lecturas de la biblioteca. Sobre el mesón, además de su cuaderno y su bolígrafo, está un volumen de relatos de Boris Pilniak y la antología recomendada por Pitoniev. Estos dos libros, aunque parezcan fuera de lugar, son la fuente de la que bebe el Camarero para inspirarse en la escritura de aquellas escenas tan macabras como emotivas.
Con esta parte del trabajo finiquitado, sólo queda por terminar —según el plan maestro de la novela— tres capítulos más y un epílogo. Decide descansar un momento del trance que implica escribir incesantemente. Visita a Treepine en su nuevo departamento de soltero, a la vuelta de su casa, en la misma Quinta Avenida. Da por hecho la entropía de ese lugar como fuera del tiempo: Treepine no sale de su frustración. Su novela sobre las barbas parlantes no avanza ni en lo más mínimo, y cada párrafo que escribe —le comenta— carece a tal punto de gracia, que me corren las lágrimas cuando los releo. El Camarero lo oye gimotear a lo largo de una hora, hasta que se aburre de mantener su forzada empatía y arma un canuto del tamaño del dedo gordo de un pie. En pleno viaje psicotrópico, el Camarero le comenta acerca de su descubrimiento, motivado por Pitoniev, del autor ruso que le ha roto la mollera. Treepine contesta con monosílabos, quizás por la tristeza o adormilado por la marihuana. En un momento de pleno y profundo silencio, le consulta al Camarero por algo que no le ha quedado muy claro.
—¿De qué me hablabas?
—Ah, de Materials for a Novel, pendejo.
Treepine se sumerge en sus pensamientos un momento más sin hacer caso del improperio del Camarero.
—¿Crees que pueda…?
El Camarero entiende de inmediato la intención, y le contesta con una pregunta.
—¿Cuánto llevas escrito?
—Unas ochenta páginas, máximo.
—Es suficiente.
Se levantan maquinalmente de sus sofás, y se sientan en el suelo a releer y analizar los desparpajos de papeles que Treepine hace llamar su novela. La idea, en apariencia mediocre y poco elegante, consiste en coger estos fragmentos y ensayar sobre ellos la historia de un autor (Treepine le bautiza infantilmente como Penman) que intenta escribir una novela que no logra terminar. Deciden describir los desaires existenciales de Mr. Penman, intercalando los fragmentos de la novela inacabada sobre las barbas parlantes. Es una buena idea; buena para alguien que ya no tiene fuerzas para seguir forzando una trama mal definida, muerta desde el nacimiento. El Camarero se entusiasma de tal forma que escribe algunos apuntes que luego Treepine incluye textuales. No por ello le exige créditos en su obra; le dice que podría armar incluso un libro con fragmentos ajenos, plagiados, y que así y todo la verdadera artesanía —y, en fin, autoría— del asunto será siempre la labor del montajista. Como en las películas: ni guionistas ni camarógrafos determinan la obra, a pesar de formar parte de ella. El verdadero creador es quien monta las escenas. El Camarero le cita a Treepine in extenso algunas partes de Towards a Theory of Montage de Einsentein, como para aclarar aún más su postura.
Hilarantemente Treepine la termina en menos de dos semanas. La llama, con una falta de originalidad modélica (al decir del Camarero), Materials for a Novel about Talking Beards[iii]. Oliphant y Samsa la demandan de inmediato como un título excelente para su colección de textos contemporáneos, TXT. Se publica así, un mes después, en el n°7 de dicha colección. El número exacerba el ánimo de Treepine, quien además de estar soltero, cada vez se vuelve más supersticioso. En la tapa figura un detalle minúsculo de la frondosa barba de Tolstoi, un microscópico fragmento de una pintura del famoso retratista ruso Iliá Repin, de tal escala que no se logra dilucidar a simple vista que se trate de una barba. El libro se presenta con un prólogo de Robert Silverberg, un octogenario escritor de ciencia-ficción, autor de culto de las cloacas de la literatura. El prólogo comienza con una mala leche memorable:

¿QUIEN ES TREEPINE? ¿QUÉ ES TREEPINE?

El apellido Treepine no figura en la guía de teléfonos de Manhattan de 2004, la más moderna que poseo. Yo no esperaba hallar el nombre de James Treepine, en la guía de Manhattan porque sé que recibe su correspondencia en un suburbio de Miami Beach. Pero no había ningún Treepine en la guía, y esto me pareció significativo porque durante mucho tiempo he creído que cualquier nombre humano se puede encontrar en la guía de Manhattan. Por lo tanto, Treepine es un apellido insólito. (No se encuentran Treepines en las guías de teléfonos de la región de San Francisco, donde vivo, y sospecho que tampoco en las guías de los suburbios de Washington. Nada se encuentra sub Treepine en la Encyclopaedia Britannica, excepto una referencia a Treepine Heath, en Essex, donde, según mi edición de 1910, las condiciones son excepcionalmente favorables para el cultivo de fresas, frambuesas y grosellas. Un nombre insólito, Treepine).
Y también un escritor insólito.[v]

Este mes acaba sin muchas novedades, descontando el destranco de Treepine, a quien al fin puede verse tranquilo y disfrutando de su corriente carrera de editor y director de revistas de tercera categoría. En cuanto al Camarero, se ha propuesto hasta principios del año venidero terminar de una vez Centripetal Valleys. A novel, como se repite en su cabeza.




[i]Parte del presente texto está contenido textual, con pequeñas modificaciones, en el prólogo de Sergio Pitol a su traducción de Pedro, su Majestad Emperador de Boris Pilniak. 2008. Universidad Veracruzana: México

[ii]Los títulos mencionados en español son: El año desnudo, Materiales para una Novela y Un cuento sobre cómo se escriben los cuentos.

[iii]Materiales para una Novela sobre Barbas Parlantes.

[v]Primer párrafo del prólogo de Robert Silverberg al volumen de relatos de ciencia-ficción WarmWorlds and Otherwise de James Tiptree Jr., 1975

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