jueves, 16 de marzo de 2017

TEORIA DE LA PROSA II/ Sherlock Holmes y el relato de misterio de Viktor Shklovski










Los títulos con la palabra "misterio" son muy comunes en la literatura, como por ejemplo: El Misterio de la Corte de Madrid, La Isla Misteriosa, El misterio de Edwin Drood, etc.
        Los misterios suelen ser introducidos en las novelas de aventuras con el fin de aumentar el interés del lector por la acción, de hecho provocando una interpretación ambigua de la acción.
        Las novelas de detectives, una subespecie de la "novela del crimen", han eclipsado considerablemente la "novela de los policías y ladrones". Esto es debido, probablemente, a la comodidad misma que ofrece la motivación suscitada por el misterio. Desde un comienzo, el delito se presenta como un acertijo. Para que luego aparezca un detective en la escena como un profesional de la resolución de enigmas.
        En Crimen y Castigo, Dostoievski también hace un interesante uso de este recurso, en especial en los preparativos de Raskolnikov (el lazo del hacha, el cambio de sombrero y así sucesivamente hasta que nos es revelado su propósito). Los motivos del crimen en esta novela se revelan después del delito, lo que explica su efecto.
        En las novelas del tipo Arsene Lupin el héroe principal no es un detective sino un “criminal caballeresco”. Sin embargo, hay un detective, un "diseminador" del misterio, cuya presentación está reducida sólo a un lapso de tiempo. Aún así Arsene Lupin a menudo trabaja como detective.
        Para ilustrar esta historia construida en base a un misterio veamos de cerca uno de las historias que Conan Doyle dedicara a las aventuras de Sherlock Holmes. Para mi análisis he seleccionado la historia titulada "La banda de lunares”. Señalaré paralelismos de vez en cuando, tomados, la mayor parte, de las Obras Completas de Conan Doyle (San Petersburgo: Sojkin, 1909―11), el cuarto volumen. Mi propósito con esto es facilitar al lector, si así lo decide, seguir mi análisis con dicho volumen en sus manos.
        Las historias de Conan Doyle comienzan con un tono bastante monótono. Una historia de Sherlock Holmes, por ejemplo, comenzará a menudo con una enumeración por parte de Watson de las tantas aventuras y hazañas del detective. Sólo después de esto, Watson selecciona una de estas historias para contárnosla, constituyéndose este testimonio como el cuento en sí.
        Mientras nos relata, ofrece atisbos sobre ciertos asuntos desconocidos, por medio de algunos detalles descubiertos poco a poco.
        Más comúnmente, una historia comenzará con la aparición de un "cliente". La situación que justifica la aparición de ella o él suele ser bastante prosaica. Por ejemplo:

         Se había levantado de su asiento y estaba de pie entre las cortinas separadas, observando la gris y monótona calle londinense. Mirando por encima de su hombro, vi en la acera de enfrente a una mujer grandota, con una gruesa boa de piel alrededor del cuello, y una gran pluma roja ondulada en un sombrero de ala ancha que llevaba inclinado sobre la oreja, a la manera coquetona de la duquesa de Devonshire. Bajo esta especie de palio, la mujer miraba hacia nuestra ventana, con aire de nerviosismo y de duda, mientras su cuerpo oscilaba de delante a atrás y sus dedos jugueteaban con los botones de sus guantes. De pronto, con un arranque parecido al del nadador que se tira al agua, cruzó presurosa la calle y oímos el fuerte repicar de la campanilla.
         «Conozco bien esos síntomas», dijo Holmes, tirando su cigarrillo a la chimenea. «La oscilación en la acera significa siempre un affaire du coeur. Necesita consejo, pero no está segura de que el asunto no sea demasiado delicado como para confiárselo a otro. No obstante, hasta en esto podemos hacer distinciones. Cuando una mujer ha sido gravemente perjudicada por un hombre, ya no oscila, y el síntoma habitual es un cordón de campanilla roto. En este caso, podemos dar por supuesto que se trata de un asunto de amor, pero la doncella no está verdaderamente indignada, sino más bien perpleja o dolida. Pero aquí llega en persona para sacarnos de dudas.» ("Un caso de identidad ")

        Aquí hay otro ejemplo:

        «Holmes», dije una mañana, mientras contemplaba la calle desde nuestro mirador, «por ahí viene un loco. ¡Qué vergüenza que su familia le deje salir solo!»
         Mi amigo se levantó perezosamente de su sillón y miró sobre mi hombro, con las manos metidas en los bolsillos de su bata. Era una mañana fresca y luminosa de febrero, y la nieve del día anterior aún permanecía acumulada sobre el suelo, en una espesa capa que brillaba bajo el sol invernal. En el centro de la calzada de Baker Street, el tráfico la había surcado formando una franja terrosa y parda, pero a ambos lados de la calzada y en los bordes de las aceras aún seguía tan blanca como cuando cayó. El pavimento gris estaba limpio y barrido, pero aún resultaba peligrosamente resbaladizo, por lo que se veían menos peatones que de costumbre. En realidad, por la parte que llevaba a la estación del Metro no venía nadie, a excepción del solitario caballero cuya excéntrica conducta me había llamado la atención.
         Se trataba de un hombre de unos cincuenta años, alto, corpulento y de aspecto imponente, con un rostro enorme, de rasgos muy marcados, y una figura impresionante. Iba vestido con estilo serio, pero lujoso: levita negra, sombrero reluciente, polainas impecables de color pardo y pantalones gris perla de muy buen corte. Sin embargo, su manera de actuar ofrecía un absurdo contraste con la dignidad de su atuendo y su porte, porque venía a todo correr, dando saltitos de vez en cuando, como los que da un hombre cansado y poco acostumbrado a someter a un esfuerzo a sus piernas. Y mientras corría, alzaba y bajaba las manos, movía de un lado a otro la cabeza y deformaba su cara con las más extraordinarias contorsiones. ("La corona de berilos")

        Como se puede observar, hay muy poca variedad en estos extractos. Y no olvidemos que ambos pasajes provienen del mismo volumen.
        Antes de reprochar a Conan Doyle, sin embargo, dediquemos un poco de tiempo a la siguiente pregunta: ¿para qué necesita Doyle al Dr. Watson?
        El Dr. Watson desempeña un doble papel.
        Primero, como narrador, Watson nos habla de Sherlock Holmes y nos transmite su expectativa sobre las soluciones o decisiones de este último, mientras que él mismo no puede estar al tanto del proceso mental del detective. Sólo de vez en cuando Sherlock Holmes comparte algunas de sus suposiciones con su amigo.
        De esta manera, Watson sirve para retrasar la acción mientras que al mismo tiempo dirige el flujo de eventos vía canales separados. Podría haber sido sustituido, en este caso, por un ordenamiento especial de la historia en forma de capítulos.
        En segundo lugar, Watson es necesario tal como el "eterno tonto" (este término es, por supuesto, bastante crudo, y no insisto en que sea parte permanente de la teoría de la prosa). En este sentido, comparte la suerte del inspector Lestrade, de quien hablaré más tarde.
        Watson interpreta erróneamente el significado de la evidencia que le presenta Sherlock Holmes, permitiendo a éste corregirlo. Watson también sirve como un correlato para una falsa resolución. Además, Watson mantiene un diálogo con Holmes, responde a las preguntas de este último, etc, es decir, que juega el papel de un niño sirviente que repite después de su maestro.
        Cuando un cliente hace una visita a Sherlock Holmes, él o ella generalmente le relata, con gran detalle, las circunstancias del caso. Sin embargo, cuando el narrador está ausente, es decir, cuando, por ejemplo, Holmes está al teléfono recabando la información necesaria, es entonces el propio Holmes quien relata los detalles del caso a Watson.
        A Holmes le encanta perturbar a sus visitantes (y a Watson también) con su omnisciencia.
        Los dispositivos de análisis de Holmes casi nunca varían: en tres de las doce historias aquí consideradas, Sherlock Holmes escoge la manga:

«No hay misterio alguno, querida señora», explicó Holmes sonriendo. «La manga izquierda de su chaqueta tiene salpicaduras de barro nada menos que en siete sitios. Las manchas aún están frescas. Sólo en un coche descubierto podría haberse salpicado así, y eso sólo si venía sentada a la izquierda del cochero.» (“La banda de lunares”)

        En otro lugar, Holmes añade:

        «Lo primero que miro en una mujer son siempre las mangas. En un hombre, probablemente, es mejor fijarse antes en las rodilleras de los pantalones. Como bien ha dicho usted, esta mujer tenía terciopelo en las mangas, un material sumamente útil para descubrir rastros. La doble línea justo por encima de las muñecas, donde la mecanógrafa se apoya en la mesa, estaba perfectamente definida. Una máquina de coser del tipo manual deja una marca semejante, pero sólo en la manga izquierda y en el lado más alejado del pulgar, en vez de cruzar la manga de parte a parte, como en este caso. Luego le miré la cara y, advirtiendo las marcas de unas gafas a ambos lados de su nariz, aventuré aquel comentario acerca de escribir a máquina siendo corta de vista, que tanto pareció sorprenderla.» (“Un caso de identidad”)

        En otra historia, “La liga de los pelirrojos”, Holmes sorprende a su cliente al señalar que él, el cliente, había estado escribiendo mucho últimamente:

         «¡Ah! Se me había pasado eso por alto. Pero ¿y lo de la escritura?»
         «Y ¿qué otra cosa puede significar el que el puño derecho de su manga esté tan lustroso en una anchura de cinco pulgadas, mientras que el izquierdo muestra una superficie lisa cerca del codo, indicando el punto en que lo apoya sobre el escritorio?»


        Esta técnica monótona se explica, muy probablemente, por el hecho de que estas historias aparecieron impresas sucesivamente. Al parecer, el autor no podía recordar claramente que ya había usado este recurso antes. Sin embargo, debemos establecer como una generalización que la auto-repetición es mucho más común en la literatura de lo que comúnmente se supone.





Traducción del inglés: Sebastian Diecz




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