jueves, 2 de noviembre de 2017

BARTHES Y LA NOVELA/ 1 txt de Alberto Giordano






Éric Marty recuerda, en “Memorias de una amistad”, que después de la muerte de su madre, la idea de escribir una novela se tornó obsesiva para Barthes, lo presionaba extrañamente, como un imperativo más que como una aspiración. “No entendíamos qué quería hacer.” Los frutos de ese trance perturbador fueron, como se sabe, extraordinarios: La cámara lúcida, los apuntes del curso La preparación de la novela y “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”, el ensayo de Barthes que incluiríamos en una antología del género, de Montaigne a la actualidad, en caso de que solo pudiéramos incluir uno. Antes de que se convirtiera en obsesión, con más de una década de anterioridad, la idea de que “la novela siempre es el horizonte del crítico”, que el crítico, como el Narrador proustiano, es un escritor aplazado, ya había sido propuesta en el Prefacio de Ensayos críticos, un texto programático de múltiples alcances (de esos en los que la mirada retrospectiva se complace al reconocer que entre sus enunciados ya estaba dicho “todo”). Siempre entendí que la novela como horizonte, en el caso de un crítico para el que la verdad de su ejercicio reposa, fundamentalmente, en la intensidad del deseo de escribir, no sería un más allá del ensayo, sino más bien su límite exterior, ese que Barthes alcanzó, magistralmente, en La cámara lúcida. Nunca se trató de la composición de un relato, de imaginar una trama ficticia. Y sin embargo, en La preparación de la novela, justifica su imposibilidad de fabular narrativamente, y lo hace a través de un argumento curioso: no sabe mentir, no porque no quiera sino porque no puede, aunque tampoco pueda decir la Verdad. “Lo que está fuera de mis límites es la invención de la Mentira, la Mentira lujuriosa, la Mentira que hace espuma…” Este argumento recuerda el de otro crítico que nunca dejó de serlo, pese a su intimidad con la literatura, Charles Du Bos, cuando se lamenta en una entrada del Diario de su escrupulosa y muy literal concepción de la sinceridad: “aun cuando poseyera esa imaginación creadora que no tengo, no estoy absolutamente seguro de que consintiese en servirme de ella, de que llegara a imponer silencio a ese aspecto profundo y como intratable de mi naturaleza que se revela contra toda transposición, cualquiera que sea”. Con el psicoanálisis de su lado, Barthes le añade al argumento moral un giro revelador: “el rechazo de ‘mentir’ puede remitir a un Narcisismo: no tengo, me parece, más que una imaginación fantasmática (no fabuladora), es decir, narcisista”. Movido por el deseo de escribir, el crítico se retiene más acá del punto a partir del cual, por fidelidad a ese deseo, podría perderse: elige el saber antes que la experiencia, incluso si concibe el saber en los términos del ensayo: como experiencia de búsqueda.




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