HOMBRE MUERTO CAMINANDO.
Supone una sinfonía elegíaca: unos pasos
que van en ascenso
de volumen
clip clap clip clap
y suenan a caverna húmeda.
El sicario ha desayunado café y un damasco.
La metralleta le impide ir sólo con polera.
Un cortavientos la oculta.
Es verano.
En cierto momento
no somos más que pasos y una espalda,
los focos de la fábrica sustituyen al canto
de unos pájaros imaginarios.
Lo ve.
Teclea en su Remington con frugalidad.
No lo sospecha.
El poema llega a su cenit
al notar, en el rostro de la víctima,
la mueca de un zombie.
Entre la mueca y el disparo
hay 1/2 segundo.
Vemos al cadáver del contador
sentado, cabeza echada.
Un charco de sangre:
lo único que en la imagen
se expande.
HOMBRE MUERTO CAMINANDO
Supone una sintaxis perdida: unos pasos
que retumban severos
bajo el primer plano de un mostacho.
Siempre hombre, el sicario
toca el timbre de una casa proletaria.
Podemos calcular la distancia
del gásfiter, que se acerca invisible,
por el murmullo de sus pasos.
Nuca encuadrada en alféizar.
Se abre la puerta.
Contorno de sicario que esplende.
Disparo.
En 1/2 segundo lo remata
y en otro, se aleja de allí
rápido y recatado.
Se ve un cadáver
en medio de un pasillo de alfombra.
HOMBRE MUERTO CAMINANDO
Supone una traición a la cara: unos pasos
que levantan el polvo
de una cancha de fútbol.
El sicario de overol, manos en los bolsillos,
se acerca a tres obreros que se pasan el balón.
Se une.
Los pasos solitarios transmutan,
por efecto de la multitud,
en toques acelerados y esféricos.
Una bola de aire
los convoca al prólogo de un trauma.
El blanco, metalúrgico,
habla, nos enseña por primera vez
el idioma.
Lo vemos a cuerpo entero
advertir acelerado siete veces "no"
y un disparo al corazón.
Las espaldas de sus compañeros
se pierden entre los juncos.
El sicario corre,
con la vista puesta en el cadáver,
hacia el arco opuesto.
HOMBRE MUERTO CAMINANDO
Supone una escena del parto
aunque rebobinado: unos pasos
dudan si cruzar o no la calle.
El silbido de los neumáticos interfiere
la melodía de las suelas y el suelo.
Pareciera, con el sicario,
entrar todo el exterior al edificio.
Azulejos de los ochentas,
reloj de pared,
pasillos fríos de hospital,
esquinas filosas, agujas,
todo esto marcha al unísono.
La escopeta de cabellos blancos
pace en el bolsillo interno.
El limpiador de baños
ausculta los movimientos de su fregona.
La voluntad ya no es lo suyo.
En el hemisferio
izquierdo: el módulo de inválidos;
en el derecho: el sicario apunta a la cadera.
El poema ve desde las alturas:
un cadáver abrazado
a un water y a un dispensador de papel higiénico.
Sangre rociada sobre la nieve.
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