miércoles, 25 de octubre de 2023

CRUZA MORTAL DE DOS PELÍCULAS | Sobre John Wick y Melancolía de Von Trier

 






Los personajes corren hacia la muerte con un raro entusiasmo. Incluso, está todo coreografiado. Una celebración de la muerte por otros medios. Nadie detiene en la disco su baile a pesar de que se estén dando machetazos a su alrededor. La sola imagen de Keanu Revees a tiros con un japonés ciego está sobrecargada de una profunda indiferencia por ella. Quienes la suelen burlar, sea deportista extremo, mercenario o traficante, hablan a la cámara como si no tuviesen interiores, como maniquís vaciados incluso de su plástico, una lisa y llana cáscara que puede articular una frase ingeniosa mientras agoniza. Las caricaturas animadas se enfrentan a la finitud con similar estilo. La mano que el malo atraviesa con un cuchillo parece fabricada con fondant. Son todas unas figuritas de acción olvidadas por algún niño en el arenero. Podrían morir veinte veces y la sangre seguiría siendo mermelada. A toda cabeza se le ha puesto precio previamente, la muerte es un baile. No existe nada más fuera de esta premisa: no morir y matar. Ún-dos-tres ún-dos-tres. Balazo en la jeta para finiquitarlo. Paf. Un lunático podría salir del cine inmediatamente después del minuto cientonoventa a disparar a mansalva creyendo que morir no es Morir, y que los cuerpos son de espuma. Una mampostería de pequeños epitafios despreciables. Es lo que ocurre con los videojuegos en primera persona como Call of Duty, parecen automatizar conductas asesinas. Exagero. ¿Puede que haya algo incluso educativo en la banalización de la muerte que supone John Wick? Una épica literal del yo contra todos. Keanu parece haber sido cancelado del planeta Tierra, y todos le desean la muerte. Lo interesante no es la adversidad, sino su estoicismo. Incluso cuando insulta, no logra las cuotas necesarias de agresividad para salirse del papel zen. Tener a la muerte sentada en el hombro izquierdo es una premisa clásica de cualquier camino marcial y del espíritu. Si bien John Wick exagera, hay algo preciosista en esta perpetua intimidad con la muerte, da aviso de algo elemental, de su inminencia. No son las circunstancias fantásticas las que la acrecientan: caer en la ducha y desnucarse, o ahogarse con el olor a gas son acontecimientos igual de plausibles. Hacia el final, un rezo elemental que a dos voces y en esas circunstancias suena naif: "los que se aferran a la muerte, viven/ los que se aferran a la vida, mueren". 


Se ve a Kirsten Dunst desconcentrada. Si bien es su boda, ya más de tres veces se ha ausentado del salón. Está haciendo dormir a un niño. Está llorando en un carro de golf. Está teniendo sexo con el novato de la empresa. El peso de la novela familiar contribuye así mismo a su depresión desatada. Su papá es un payaso inútil. Su madre, una resentida. Su hermana es Charlotte Gainsbourg. Su jefe, un déspota, porque el jefe siempre opera como uno más de la familia. El novio es el depósito de toda impotencia y a su modo, el papel más triste de la historia. La depresión, en cambio, tiene otro espesor. Si no lo contase de ese modo Von Trier, esa contradicción masoquista de Dunst le podría provocar malestar estomacal al espectador, sería ofrecerle la muerte dosificada con cuentagotas. La dilatación, eso es lo terrible de la depre, que jamás se corte el ligamento de ese chicle. 


En el cielo, en cambio, está la fantasía. 


Se ve a Kirsten Dunst asistida por su hermana, Charlotte Gainsbourg. Si bien está en calidad de invitada, se comporta de manera errática. Confunde el pastel de carne con cenizas y llora frente a su sobrino. Golpea con saña al caballo que monta. Una noche desnuda se broncea bajo el halo de Melancolía, un planeta que se esconde tras el Sol y cuyo impacto otros planetas han sorteado. Los científicos anuncian que esta vez sí se estrellará contra la Tierra, de otro modo no habría película. La ciencia ficción entra en manos de un planeta inventado que bien visto podría tratarse de una metáfora: la melancolía orbita al depresivo y amenaza con acabar con su vida. ¿Si ya todos van a morir, en qué calidad quedan los deseos de muerte de Kirsten Dunst? ¿O es acaso todo esto la sublimación del deseo del depresivo, o sea, que todos mueran con ella?


En ese sentido John Wick es estoico y Kirsten Dunst, narcisista. Hay algo profundamente sabio en las matanzas sangrientas del primero, y esto es que la muerte siempre está más cerca de lo que se prevé, y no es algo que se avecine poco a poco. Actuar como si se fuera a morir al minuto siguiente logra la altura perfecta del ser, su autenticidad. El instrumento de alambres con que Charlotte Gainsbourg mide la cercanía del planeta inventado es la depresión, su mecanismo especulativo. En ese sentido, y aunque sea un cliché, todo es cuestión de tiempo. No sólo la pérdida del mismo, sino evaluar cómo perderlo y de paso perder otro resto más. Aunque quizás también haya algo profundamente sabio en resignarte al impacto y encerrarte en tu tiendita de campaña.            





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