sábado, 10 de febrero de 2024

FIXIÓN DEL DIARIO

 






Qué es eso de un diario de vida que se abandona poco a poco. Las entradas son cada vez más distantes unas de otras. El diarista se aleja y cuando al final acaba bajo las ruedas de un automóvil, su diario sigue a la espera de ese día por venir. Sólo la realidad sabe que no vendrá. La ficción, por su parte, se desentiende de estos menesteres. Su atención no está puesta en lo verificable, sino precisamente en aquello construido para no ser verificado. La posibilidad de un dinosaurio en pleno desayuno, por ejemplo. 


Pero eventos similares ocurren también en la realidad. Me explico. Luego de muerto un conocido escritor de novelas de espías, seguían apareciendo libros con su nombre. Alguien del público se levanta y me señala que son sus inéditos, o sea, aquello que el novelista en efecto escribió pero no alcanzó a publicar en vida. Omitiré comentarios. Cincuenta años de cárcel. Lo que ocurrió es que ya no solo era el nombre de una persona sino una marca, tal como la Coca-Cola lo es. Entonces podían escribir otros bajo la prestigiosa firma, como un comité de escritores fantasma que mantienen en vigencia al novelista pop. Si alguien me preguntara si han devuelto a la vida a algún muerto, éste sería el mejor ejemplo. Son ficciones jurídicas, no por ello menos reales. 



Entonces el diarista se aleja de su diario y esto podría a su modo desembocar en cualquier cosa. La lejanía abre un amplio abanico de especulaciones, y si a la ficción le interesa precisamente aquello que no se verifica, pues aventuraré algo. El diarista dejó de escribir con regularidad porque se le comenzó a olvidar la lengua. No se trata de un problema del habla, sino de una especie de amnesia fulminante. O mejor, se vio invadido por otro idioma de modo tan procaz que olvidó el de origen, como una infección. Pienso que a un inmigrante subsistiendo en una lengua adversa le ocurriría esto. Ahora, ¿por qué no escribe en ese idioma nuevo entonces? ¿Será acaso su caligrafía irreproducible? ¿Telepatía? ¿Es de este mundo? ¿Será posible aguantar páginas y páginas manteniendo a raya estas preguntas? Mejor cambiar de plan. 



El diarista dejó de escribir porque le cercenaron los tendones. ¿Por qué se los cortarían? ¿Está vinculado a la mafia? ¿Los tendones o las manos? ¿Pero que no deja de hacerlo poco a poco y no de sopetón? ¿Qué impulsa a alguien a “ir abandonando” su diario? El aburrimiento es la respuesta furtiva. Que no nos invoquen los motivos verificables, sean históricos o emocionales, que lleven a alguien a dejar de escribir, pues ya se ha publicado mucho al respecto. En tiempos de internet poco importa que la información se verifique, sino cómo se la maniobra. Cómo se cruza. La posibilidad del final alternativo o la escena imposible. Que haya dejado de escribir por la plata o porque se le murió el tío que le contaba las historias puede parecer literario, pero en realidad es banal. ¿Qué más banal que el dinero? ¿La familia? 



La ficción es el antídoto contra la banalidad y no por decir esto estoy despreciándola. A la banalidad me refiero. Sin ella uno no siente dolor y sin dolor uno no tiene idea a dónde dirigirse. Y hacia dónde dirigirse, resulta paradójico, se logra esgrimiendo una ficción. Lo verificable es lo escrito. La ficción se preocupa por aquello que no lo está. Incluso, a veces ocurre en los meandros de las palabras. No se dice. Los mejores cuentos narran una historia fantasma que no fue escrita, sino que se insinúa. Quizás a un relato sobre un diarista que deja de escribir no necesite más final que ese “dejar escribir”, ese ralentí hacia la inmovilidad total, la página muda. Es un modo, pero carece de personalidad. ¿Acaso no es más interesante apropiarse de las palabras e invitarlas a escena con sus caracteres específicos? 



¿Y si hay una huelga de tinteros? Entonces, ¿por qué no señala que de tinta está escaso? ¿Quién del público dijo que escribía en computador? O si se enamora, pues el amor invierte tiempo. ¿Esto es banal o sublime? Y en caso inverso, no menos energía involucra deshacer el hechizo. Pero el diarista en realidad abandona su diario porque comienza a escribir ficción y no quiere mezclar cuadernos por una fatal corazonada. Cree que escribir ficción en su diario afectaría la normal sucesión de los eventos vitales. Tiene miedo de intercalar una salida al gimnasio con una masacre nuclear y que se cumpla así fuera una profecía. Esto podría funcionar, ¿pero es que todos los diaristas necesariamente son a la vez escritores? ¿Cuáles son los motores que alientan un diario? A veces lo indican en terapia, en otras opera de ayudamemoria cuando el cerebro se desforesta.


Un electricista deja de anotar en su diario porque se percata que lo que escribe ocurre. El diario está poseído. Lo abandona paulatinamente. Pero hay una entrada más, la última, aquella en la que el electricista solicita todo aquello que desea. Pierde el miedo hacia el poder de ese talismán, y cree estar manipulándolo a su beneficio. Esa es la última entrada del diario. Nos enteramos del resto por un reportaje de las noticias que cubre el suceso. Sería un modo banal de acabarlo pero ya está. Lo maravilloso no siempre es sublime. De otro modo se escribe realismo mágico. ¿Qué lleva a un electricista a dejar de escribir en su diario? ¿Un cortocircuito? ¿Su novia lo dejó? ¿La falta de dinero? Cuando en el diario sólo figuran números, fracasa. ¿Hay números al final? 



El electricista abandonó el diario y ahora hace el mayor esfuerzo por una buena fotografía, lucir el mejor perfil, el ángulo que reduzca algunos kilos. El maquillaje y la postproducción acompaña esta falsificación de la realidad. Entonces, ¿hasta qué punto la apreciación de sí mismo es una fantasía? Graba su voz y la escucha. ¿Es la misma que suena en su cráneo? ¿Es que alguien la modificó? No, todos convienen en que esa es su voz. ¿Entonces por qué le parece la de un impostor? ¿Y sus intestinos? ¿Qué hay de sus intestinos? ¿Quién juraría por la existencia de ese largo y delgado hecho un ovillo en vez de un tubo de PVC? Lo mismo sus costillas, jamás ha tenido el placer de conocerlas, la única vez que fue abierto estaba rigurosamente anestesiado. ¿Y si su corazón no es más que una bocina y sus venas, cables de baja tensión?

 

La ontología es una farsa. La ficción a veces opera por sospecha. La verdadera locura es el cotidiano. Lo interesante no es construir aparatos ficcionales, sino descubrir aquellos encriptados en la realidad. Por ejemplo, mostrar la operación del tótem y el tabú mediante un relato. En un tranquilo pueblo vivía un electricista que una mañana ve un cuerpo pendiendo de los travesaños de una plaza. Pregunta al resto si se percatan del hecho, pero todos parecen mirarlo con reprobación. Esta impotencia por comprobar la propia ontología, la misma que opera en el ataque de pánico, acaba devolviéndole la posta a la realidad de esa ficción, es decir, que todos en efecto ven el cadáver, pero el acuerdo tácito es no nombrarlo: ese es el mecanismo del tabú. A la mañana siguiente el ahorcado es el electricista: ese es el mecanismo del tótem.


En un psiquiátrico búlgaro solían contarles a los internos la historia de un burro que cruzaba un río con sacos de sal a su lomo. Cuando cae se da cuenta que la sal se disuelve en el agua volviendo su carga más ligera. Al día siguiente cruza el río con sacos cargados de esponjas y se deja caer a propósito, para comprobar que éstas se vuelven más pesadas. El burro se ahoga. Cuando se le pide a un paciente que diga el porqué, responde de inmediato “el burro quería suicidarse”. Para llegar a tal conclusión tuvo primero que aceptar la convención de ese “a propósito”, pues de pronto el burro adquiría capacidad de discernir. Es curioso que utilicen este cuento para detectar el nivel cognitivo de los locos. ¿No es acaso esta lectura subvertida la que encubre un entendimiento mucho más complejo? Quizás leer de este modo la ficción facilite detectarla en la realidad.     

Mira tus manos de un modo que jamás hayas hecho. Descontextualízalas. Ten conciencia de su mera existencia. De la constitución de su carne, sus huesos, sus vellosidades. Para lograrlo, mira cada línea que las surcan, diferéncialas. La contextura de sus uñas. Imagina sus huesos, sus articulaciones, los tendones que las tensan, las venas que las recorren. La sangre que entra y sale de ellas. Ya hecha plena conciencia, en su sentido material, busca tus manos cuando sueñes. El ejercicio atlético de la conciencia empapará inevitablemente el resto del paisaje y te despertará por contraste en tu propio sueño. Esta es una de las técnicas que enseña el chamán para tener sueños lúcidos, lo que rima absolutamente con la explicación del efecto de realidad y el barómetro. La ficción no sólo te introduce en una trama, también encubre la trama de la realidad.  

La ama de llaves consideraba todo extrañamente limpio no por lo impecable de los hábitos del dueño de casa, sino porque aparentaba nadie haber habitado ese sitio. El morador se había preocupado de no intervenir en el escenario, de no dejar grandes huellas, y de haberlas, procurar borrarlas de inmediato. En este caso, ¿cómo una suposición teje una trama tan alambicada? Hay dos historias que se restriegan: la suposición de la ama de llaves y la verdadera vida del morador. De ambas puede nacer una tercera: alguien se introduce en la vivienda y hace uso de ella sin que el propietario se entere, como en las películas coreanas. Pero entonces, ¿quién y porqué la contrata para la limpieza? Así nace una cuarta historia. ¿Y si el dueño es un fantasma hacker que logra hacer giros bancarios a pesar de su estado etéreo? La especulación puede perpetuarse hacia el infinito. 

Una inteligencia artificial de cualquier naturaleza generaría problemas cuando los usuarios tilden de falso un recuerdo que de verdad aconteció o una cosa que realmente existe. Es decir, no en la irrealidad que pueda impregnar a lo real, sino en la sospecha de si lo real lo es efectivamente. Aquí fracasa la propia ontología. En una era psicótica, cartesiana, que separó el cuerpo de la mente, un evento de este estilo es natural. La especulación perpetua engendra crías como los tierraplanistas o eventos tales como aquel foro de internet que sostiene que el año 1997 jamás aconteció, que más bien se trata de una simulación histórica. Que la humanidad saltó del 96 al 98 sin aviso. Los álbumes grabados en ese año parecen irreales. ¿Hubo novelas? Todas sus noticias son recuerdos implantados en la memoria colectiva. Los nacidos allí son fantasmas. 


¿Puede la ficción operar como una infección e incluso ramificarse? ¿No es acaso dios la mayor ficción de todas y sus evangelistas, felices de haber sido infectados por la divinidad, la contaminan a los crédulos? La secta utiliza un telescopio para avistarlo. Cuando la líder muere, su pareja se atormenta de modo tal que les solicita a sus cerca de cuarenta súbditos que se casen con él. Desde entonces llevan en el anular un anillo de oro. Todos lucen el mismo corte de cabello y zapatillas Nike negras. Se refieren a su cuerpo como el "vehículo". Cantan las melodías que sus líderes inventaran y aguardan a que la nave nodriza aterrice y los salve del Apocalipsis. Una mañana, el líder los reúne en el salón principal de la suntuosa casa y les comunica que ha llegado por fin la hora, el platillo volador se aproxima. Para abordarlo beben del cáliz. Por la noche el telepronter del noticiario anuncia: ¿suicidio u homicidio masivo? Se hallan 39 cadáveres. 

Un cajero de supermercado observa la noticia en el televisor que pende del techo. Tiene dificultades para cobrar pues se corta la luz cada tanto. Entran su novia y amigos, pero les solicitan los guardias dejar sus mochilas en atención al cliente. El plan de estos es robar víveres para encerrarse en un bunker o algo así a resistir. Para el cajero dicho plan supone caer en la inopia. Su instinto de supervivencia está por sobre cualquier especulación. Un trabajador no puede darse el lujo de perder su empleo porque se acerque el fin del mundo. ¿Qué más burgués que el fin del mundo? El supermercado se ve desabastecido, hay intermitentes bajas de voltaje, se evidencia una crisis. Que la novia luzca como una lunática y una racionalista a la vez es la tensión que dinamiza los acontecimientos. Ocurre en esos eventos intermedios, que son final e inicio a la vez. 


De pronto alguien enciende un cigarrillo. Comenzar así un relato hace 40 años no acarreaba nada raro. Que el sitio en el que se encienda sea el vagón del metro lo enrarece. ¿Qué impulsaría a alguien a encender un cigarrillo allí? ¿Mero desacato? ¿Una adicción desatada? Las zonas restringidas a los fumadores cubren los hechos de un halo fantástico. Pero y si doy otras luces sobre el contexto: "han pasado ya dos días." Esto dispara una serie de hipótesis. ¿Están atrapados en mitad de un túnel? Se recomienda llamar a los servicios se emergencia dice alguien del público, ¿pero y si sobre sus cabezas la ciudad ha sido devastada? ¿Cómo continuar si ya he descubierto el contexto? Sólo han transcurrido dos días. Mientras el meteorito o las olas de treinta metros no hagan aparición, la ficción sigue operando. 

El Apocalipsis es el capítulo más fantástico, pero ejerce mucho menos efecto que la ficción manada de un cristo que pende de los troncos de roble en una catedral. La misma forma de la iglesia, suerte de cohete espacial, contribuye a la puesta en escena.  Así mismo, la familia puede entenderse como una novela. Y el dinero, mera documentación. ¿Qué valor pueden ostentar unos papeles? Un día Dolores sale a la calle a comprar algo para el desayuno. En el supermercado le entrega los billetes a la cajera y ésta se ríe. ¿Me estás tomando el pelo? ¿Por qué? ¿De dónde son estos billetes? Dolores entrevé la caja llena de unos billetes que jamás en su vida ha visto. Comienza a sudar frío. Los demás en la fila la miran con reprobación. Ahora, si modificamos el nombre Dolores por Dólares, ¿ocurre algo? Cuando las ficciones de la realidad se estropean o funcionan mal, surge el extrañamiento.

El diario del electricista algunos días amanece con entradas que jamás escribió o que al menos no recuerda. ¿Padece de sonambulismo? La letra, sin embargo, es otra. Todas se refieren a un yo. Prefiguran a su modo lo que hará al día siguiente. Un golpe de corriente nos hace sospechar que algo anda mal con su cabeza. ¿O es, tal como lo imagina, otro que hace ingreso a su habitación y anota? En este caso, ¿es por el mero divertimento de hacer una jugarreta que lo atormente? ¿Hay alguien que pueda dedicar su tiempo así y sólo por tortura? Lo que es inapelable es que su diario se estropeó, como también puede estropearse el cielo. Que un día el sol decida no salir más o al revés, que la noche nunca llegue. O que por un raro impulso inconsciente, todos los niños del planeta decidan peregrinar a un sitio que jamás se descubre.   


El diario y la ficción son antagonistas que se potencian. Es interesante el material autobiográfico cuando se dirige de improviso a un sitio completamente anodino. Se entregan los materiales para reconstruir un escenario verificable (la familia, el dinero) y de pronto ingresa la ficción en manos de un fantasma, de un dinosaurio. El marciano participa en el casting cuando no queda otra. Si bien la ansiedad por el quiebre está muy bien lograda en el cine, puede lucir claramente en el diario de un funcionario público sin ninguna formación literaria, que acaba de recibir su sueldo en billetes falsos. Entonces vuelve a casa resignado y escribe un poema que se considerará una obra maestra de la poesía moderna. Sin recurrir a efectos especiales, se utiliza de modelo el tema del súper héroe que adquiere sus poderes luego del trauma. 


Así como se entienden las costumbres de una familia inspeccionando no sus pertenencias sino su basura, conoces al diarista por lo que no ha escrito en su diario. Por los saltos de días y la modificación de su sintaxis. Por el ánimo que se advierte en su muñeca, la letra sosa o arrebatada. Cuando aparecen los números, significa decadencia. Ya no hay espacio para los pensamientos, sino el cálculo. ¿Acaso al diarista ya no le sobra el tiempo para escribir? Está a bordo de un taxi y no conoce el vecindario que le indicó su pasajero. Éste rasga un billete a la mitad y le entrega una parte. Espérame aquí, la otra te la doy cuando vuelva. No puede sacar el cuaderno y arriesgarse a ser embestido por una tropa de gárgolas con zapatillas de básquetbol. De pronto, el pasajero corre desde uno de los callejones y le grita que encienda el motor. Cae sangre de su coronilla. 


O por tomar otro hecho común: una estafa telefónica. Un tipo desde la cárcel lo llama con voz impostada comunicándole que ha ganado un premio. Si sigue paso a paso las instrucciones de la voz acabará con menos dinero en la cuenta. Por eso leer la prensa literalmente es un despropósito. El poder la cifra. Cualquier información manada del periodismo es ficción. Leer críticamente el diario no es hacerlo palabra a palabra. En la literalidad habita un trasunto del poder incluso más eficaz que la ley, una especie de maleficio. Luego de internet no tiene sentido fijar las fuerzas en la acumulación de información. Ya disponiendo de toda ella a un clic, el trabajo está en cruzarla. Eso permite una lectura crítica y de paso se disuelve el nódulo del monopolio de la primera fuente. Del mismo modo opera la armadura del yo. Leer un diario literalmente es estar desperdiciándolo. 

  

Páginas y páginas con ejercicios de caligrafía. Una misma frase repetida hasta el hartazgo. Para unos castigo, para otros el bálsamo redentor de la ascesis. Repetir una palabra hasta pulverizarla. Dios, por ejemplo. Alguien del público se levanta y retira. ¿La escribe en mayúscula o minúscula? ¿Su letra es gimnástica o mística? Su profesora lo felicita por la buena letra, y silente se regocija de ese elogio casi como un cumplido vital: vas por buen camino, tendrás éxito, fortuna. No puede creer que ayer casi lo decapitaran. El taxista escribe una misma frase en su diario hasta olvidar el idioma. Recuerda los rezos en la pequeña capilla del colegio. La repetición transforma las palabras en objetos. Entonces intentaba armar un muro que pudiese diferenciarlo del resto. Se convirtió con el tiempo en un artista de la mampostería.  


Su idea es ejercitar una carta de amor y como de momento no está enamorado, imagina una persona. Para generar un ambiente más vívido, busca en la guía telefónica un remitente real. Algún apellido poco usual, no así de alcurnia. Un nombre con uve. Menta un rostro alusivo, una expresión diminuta. Escribe la carta de un tirón. El trabajo está hecho, pero siente que pierde toda su potencia, incluso parte de su composición interna, si no es enviada. Lo evalúa un par de noches. Ya de vuelta del correo, en una fuente de soda, espera tanto al camarero que piensa más de la cuenta. ¿Y si a quien va dirigida está en matrimonio y la carta provoca un divorcio? ¿O, peor aún, un arranque de celos irracional que acaba con su vida? Comienza a sudar frío. ¿Y si está en una depresión oscurísima y la carta le devuelve lo poco de amor que le queda? El camarero no llega.


La ama de llaves abre la puerta de la vivienda topándose con un charco de sangre. El artista de la mampostería se ha arrancado los ojos por una fatal corazonada. Ocurrió cuando su reflejo en el espejo cobró vida y se alejó del baño. Quiso entonces observarse objetivamente, pues creía que todas las representaciones suyas en una fotografía o en un video estaban adulteradas por alguna entidad desconocida. ¿Qué realidad muestra esta ficción? ¿Pudo tratarse más bien de un brote psicótico? ¿Qué ficciones soporta el cuerpo? Ocurre así mismo en una cirugía estética con pésimos resultados donde parece la ficción estar aplicada a la realidad. Muestra de ello es el doble de cuerpo de un muñeco de juguete o la transición racial del cantante pop puesta en escena mediante su blanqueamiento, como si en su propio cuerpo aconteciera la historia o su aspecto monstruoso.          


El súper héroe se encuentra con el endemoniado que no mora en casa sino en los sepulcros, donde los pueblerinos lo atan con cadenas. Acá hay un primer toque estético: se llama Legión porque habita una multitud de demonios en él. Mientras ocurre el encuentro, pacen los cerdos en un monte. Es cuando el súper héroe expulsa a los demonios de Legión, que a su vez invaden a los cerdos, quienes hechizados se precipitan a un despeñadero para suicidarse en masa. El ex endemoniado quiere acompañarle, el súper héroe le contesta que vuelva a casa a contar todo lo que ha visto. Su familia lo encierra otra vez por loco. ¿Por qué haces esto? Enseguida, rastrea la respuesta menos verosímil: un súper héroe aparece y me cura de la esquizofrenia. Lo cura la locura. ¿Hay algo inevitablemente ficticio en la redención? ¿Y en la redacción? ¿Es necesariamente la ficción una evasión de la realidad? 

Es lunes por la mañana y otra vez se encuentra entre el copioso hatajo de cuentas otro parte empadronado, esta vez por haber ingresado a la autopista sin pagar peaje, luego conducir en sentido contrario y finalmente provocar el volcamiento de un camión cisterna. Bebe de su taza de café. Da caladas a su cigarrillo. El automóvil es del ochentaiseis. Marca soviética. De un blanco que reluce así un diente de leche. Ya cuenta siete partes empadronados, todos multados después de medianoche. Su nombre figura en las faltas. El automóvil fue un escombro entregado a modo de herencia por un abuelo dueño de una flota de microbuses. No quería nada soviético entre su chatarra. Qué mejor que regalárselo a su nieto que tenía un vistoso estacionamiento vacío porque no sabe conducir.



Es al duodécimo parte empadronado que pierde la cabeza. Las empresas de cobranza no le dan tregua. La policía ronda más a menudo por su cuadra. Siente un calor insoportable en pleno invierno. Decide entonces hacer guardia. Vigila al automóvil seis noches seguidas y nada ocurre. A la séptima, ya mentalmente acabado, ve que enciende sus luces a eso de las una de la madrugada. Y a las tres, se retira en dirección al oriente. ¿Cómo seguirlo si no sabe conducir? ¿Cómo se le pide a un taxista que persiga a un automóvil sin conductor? Se resigna a ver su partida cada siete noches. Una mañana, a la vista de escolares, cartero, motoboys, lo empapa de bencina blanca y le arroja un fósforo. Entonces los escolares que se dirigían al paradero, el cartero que arrojaba cuentas a los antejardines y los motoboys sin conciencia de la galaxia se detienen.  


De vuelta del psiquiátrico, es abordado por una señora en el supermercado que lo llamó por un nombre al que respondió con reprobación. No soy aquel. Fin. Ya en la calle, otro tipo en pleno paso de cebra le interroga de pronto y pronuncia el mismo nombre. Otra vez lo niega. No soy aquel. Una hora después, otro afirmó lo mismo: ¿eres tú? Ya saturado exclama: ¡por qué todos me llaman por ese nombre! De pronto dos camiones de gasolineras colisionan en pleno cruce. La pirotecnia es contundente. Algunos en el público aplauden de pie. Se ha negado tres veces y por cada minuto que pasa tiene la rara sensación que ese nombre de verdad le pertenece, y que tan solo él no lo recuerda. A la mañana siguiente, después de un sueño reparador y un desayuno nutritivo, sale a la calle y lo atropella un automóvil blanco de marca soviética. La ficción es el antídoto contra la banalidad. 



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