jueves, 18 de junio de 2015

UGO (UNA PARÁBOLA)





Y ni el sacerdote en el catecismo podrá sacar una palabra a ese negrito soñoliento, a pesar de la manera tan enérgica con que ambos tamborilean sobre su cráneo rapado, porque es en los pantanos del hambre donde se ha hundido su voz de inanición

Aimé Césaire



Ugo es negro. Etíope: parece un cadáver revestido de piel morena, a pesar de que sobresalga un vientre abombado entre toda esa arquitectura huesuda que le pertenece.
El caso es que lo han rescatado (si es que ser adoptado por una tropa de blancos filantrópicos e ingresado en una especie de hogar para hambrientos sea un rescate) y ahora está muy bien. Se ha sentado a la mesa, un largo mesón blanco en una especie de vieja capilla de colonos acondicionada como comedor, con un suculento plato de sopa Campbell’s humeando en sus narices. Los blancos le han dado la indicación de que no coma hasta que se dé las gracias por el alimento, que cante junto a ellos la plegaria del día.
Por más que espere educadamente, el aroma de esa sopa de tomates le recuerda que agoniza de hambre; y que si fuera por él zambulliría su negra cabeza en el plato para tragar su contenido, además de boca, por orejas y narices.
―Vamos, criatura, canta y reza con nosotros ―le incita el más alto y barbudo de todos.
Comienzan muy animados, a pesar de la perplejidad de Ugo. El cántico es muy alegre. El hombre barbudo mira a Ugo mientras canta, y señalándole con gestos y sonrisas a los demás blancos, le pide que se les una.
Ugo tiene la mirada perdida, los ve pero no los ve. No sabe si beber o no la sopa, o si seguirles la corriente; y se desespera, se da plena cuenta que su cabeza no funciona bien, y que sus rodillas tiritan bajo la mesa.
De pronto, en mitad de un coro, Ugo que ya no puede más, hunde su cabeza en el hondo plato desatando una serie de gesticulaciones de desaprobación en los feligreses. El hombre barbudo se muestra molesto. Sin embargo, no interrumpen su cántico.
Ugo seguía sumergido en el plato de sopa cuando se hubo pronunciado la palabra amén. Los blancos notaron que el cuello de Ugo estaba morado. Y que el ritmo nervioso de su pierna había cesado.



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