Y ni el sacerdote en el catecismo
podrá sacar una palabra a ese negrito soñoliento, a pesar de la manera tan
enérgica con que ambos tamborilean sobre su cráneo rapado, porque es en los pantanos
del hambre donde se ha hundido su voz de inanición
Aimé Césaire
Ugo es negro. Etíope: parece un cadáver
revestido de piel morena, a pesar de que sobresalga un vientre abombado entre
toda esa arquitectura huesuda que le pertenece.
El caso es que lo han rescatado (si es
que ser adoptado por una tropa de blancos filantrópicos e ingresado en una
especie de hogar para hambrientos sea un rescate) y ahora está muy bien. Se ha
sentado a la mesa, un largo mesón blanco en una especie de vieja capilla de
colonos acondicionada como comedor, con un suculento plato de sopa Campbell’s
humeando en sus narices. Los blancos le han dado la indicación de que no coma
hasta que se dé las gracias por el alimento, que cante junto a ellos la
plegaria del día.
Por más que espere educadamente, el aroma
de esa sopa de tomates le recuerda que agoniza de hambre; y que si fuera por él
zambulliría su negra cabeza en el plato para tragar su contenido, además de
boca, por orejas y narices.
―Vamos,
criatura, canta y reza con nosotros ―le incita el más alto y barbudo de todos.
Comienzan muy animados, a pesar de la
perplejidad de Ugo. El cántico es muy alegre. El hombre barbudo mira a Ugo
mientras canta, y señalándole con gestos y sonrisas a los demás blancos, le pide
que se les una.
Ugo tiene la mirada perdida, los ve pero
no los ve. No sabe si beber o no la sopa, o si seguirles la corriente; y se
desespera, se da plena cuenta que su cabeza no funciona bien, y que sus
rodillas tiritan bajo la mesa.
De pronto, en mitad de un coro, Ugo que
ya no puede más, hunde su cabeza en el hondo plato desatando una serie de
gesticulaciones de desaprobación en los feligreses. El hombre barbudo se
muestra molesto. Sin embargo, no interrumpen su cántico.
Ugo seguía sumergido en el plato de sopa
cuando se hubo pronunciado la palabra amén.
Los blancos notaron que el cuello de Ugo estaba morado. Y que el ritmo nervioso
de su pierna había cesado.
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