¿Qué es un excéntrico sino un retirado? El filósofo, decía Platón, debía vivir fuera de la ciudad para facilitar así su capacidad para abstraerse del juicio social, y concentrarse en un juicio netamente filosófico. ¿Qué es un raro sino un excéntrico? Sin embargo, esta rareza no convierte ipso facto a su contendor en un filósofo, o, para decirlo en aquellos términos tan pomposos y majaderos: en un genio. Y más aún, ¿qué diferencia, en el arte, a un excéntrico de un vanguardista, por ejemplo? Según Sergio Pitol los vanguardistas imponen una visión, una forma de hacer, lo que los convierte en cierta medida en demagogos; también, los vanguardistas deben conformar grupos, clanes, movimientos masivos, incurrir en organizaciones, establecer leyes, para establecerse como tales; los vanguardistas, a fin de cuentas, van al frente, ¿pero al frente de qué? Al frente de nada, y en pie de nada, como diría Lihn. Pero, poniéndonos platónicos, deberíamos en realidad decir que se encontrarían al frente de la concepción del arte y de su técnica. En otras palabras, no están fuera del centro, sino más bien procuran imponerse como la mismísima fuerza centrífuga (o centrípeta, como se quiera) que movería al arte, al estado actual del arte, al centro mismo. Las vanguardias, digamos, están afectas al tiempo y la palabra que las denomina no deja de cumplir una función archivadora, que, ya pasado lo años, carece de sustancia. ¿Es vanguardista, hoy, ser surrealista? Pues no basta decir que no, ya es la retaguardia, o más allá aún: el granero, el pozo séptico al final de las parcelas. Para Pitol, en cambio, los excéntricos son seres solitarios, que sin embargo están continuamente dialogando y rompiendo, cómo no, con el canon; y aún así, no tratan de transformarlo; es la simple forma de evadirse de los modos, salirse del centro, hacer la obra fuera de la Obra. Pueden hacerse amigos los excéntricos entre ellos, pero jamás se les pasará por la cabeza hacer manifiestos, ni echar a andar movimientos. Y así pues, al salirse de este centro también lo hacen del tiempo, lo que nos permite admirar sus obras hoy, ya pasados los años que deban pasar, con la finura, con el sensible mensaje que se proyectó en su origen; la pureza de las obras de los excéntricos aparentan ser inmortales, y aunque sabemos que esto es imposible, nos gusta pensarlo así.
He dado toda esta vuelta de carnero para hablar de excéntricos, claro, y no sólo de uno conocido en este blog, Sergio Pitol, sino también de otro menos conocidos, pero tan excéntrico que casi toda su obra fue descubierta después de su muerte; una obra tan excéntrica que tuvo que esperar la muerte de su excéntrico autor para propagarse; me refiero a Flann O´Brien. De O´Brien no puedo decir mucho, pues me he limitado a hojearlo; además, no gastaré ni a golpes los miles de pesos que valen sus libros en nuestras queridas cadenas de librerías; libros exportados, dicen sus dependientes; coman mierda, les respondo. Es el snobismo del chileno: al apaleado en tiempos pasados, santificado será como grito y plata ya muerto. Es cosa de ir mirando a casi todos nuestros artistas. En fin, no es mi intención hablar de esto; quiero dejar aquí un ensayo del maestro Pitol que sirve como amena introducción a la obra de este otro excéntrico irlandés, hijo de nadie, padre del mundo. Pase usted.
***
El 2 de junio de 1939, Jorge Luis
Borges, tan poco predispuesto a entusiasmarse por modas y novedades literarias,
publicó en la revista El Hogar, de Buenos Aires, un ensayo titulado “Cuando la
ficción vive en la ficción”, donde comentaba el libro de un joven autor
irlandés recién aparecido en Londres: “He enumerado muchos laberintos verbales;
ninguno tan complejo como la novísima obra de Flan O’Brien: At-Swim-two-Birds.
En ella, un estudiante de Dublín escribe una novela sobre un tabernero de
Dublín, quien escribe una novela sobre los parroquianos de esa taberna, entre
los cuales se encuentra el estudiante que escribe la novela inicial.
At-Swim-two-Birds no sólo es un laberinto: es una discusión sobre las muchas
maneras de concebir la novela irlandesa y un repertorio de ejercicios en verso
y prosa que ilustran o parodian todos los estilos de Irlanda. La influencia
magistral de Joyce (arquitecto de laberintos, también; Proteo literario,
también) es innegable, pero no abrumadora en este libro múltiple”.
Borges no podía saber entonces que era
uno de los sólo 244 lectores que durante más o menos veinte años se internarían
en aquel texto excepcional. De la misma manera que el autor de aquel intrincado
laberinto verbal ignoraría toda su vida el entusiasmo que su libro había
provocado en un lejano lector de Buenos Aires, cuyo nombre tal vez nunca llegó
a conocer.
¿QUIÉN FUE FLANN O’BRIEN?
Fue un novelista irlandés nacido en
1911 y muerto en 1966, cuyo nombre real era Brien O’Nolan, y que en el
periodismo, actividad que consumió casi toda su vida adulta, y también su
tranquilidad y su energía, utilizó el pseudónimo de Myles na Gopaleen, que lo
hizo ampliamente popular en su país natal. Con menos asiduidad, menos interés y
más descuido se ocultó también tras los nombres de John James Dol, George
Knowland, Brother Barnabas, Stephen Blakesley y Lir O’Connor.
Como Flann O’Brien, escribió dos obras
magistrales: At- Swim-two-Birds (Dos pájaros a nado) y El tercer policía; una
novela escrita en lengua irlandesa, The poor mouth, una especie de Réquiem en
sordina por un idioma en vías de desaparecer, y por los últimos pobladores que
aún lo hablaban, descendientes de reyes guerreros y poetas prodigiosos,
degradados a una condición donde la diferencia entre su vida y la de los cerdos
cuya crianza los mantenía era apenas perceptible; así como dos novelas menores
escritas en sus últimos años, La vida dura y El archivo de Dalkey, y la comedia
Faustus Kelly.
Fue una personalidad trifronte, un
funcionario público, un novelista de vanguardia conocido sólo por un minúsculo
puñado de entusiastas, y el autor de una columna popular en el más importante
periódico de Dublín. El periodismo acabó por invadir sus facultades creadoras,
por hacerlo famoso e infeliz, por convertirlo en una creación de su pseudónimo.
Sus auténticas necesidades de discreción y anonimato fueron demolidas. Un
hombre que hace uso de tantos disfraces y niega la relación entre su persona y
los múltiples nombres que la ocultan, aspira por fuerza a vivir en una celda,
situada, de ser posible, en medio del desierto. Le perturbaba, pero no logró, o
por alguna razón no quiso, renunciar a ella, la popularidad de Myles na
Gopaleen, nombre que sus lectores comenzaron a aplicarle y que poco a poco
llegó a sustituir al verdadero. La triunfal invasión de Myles na Gopaleen sobre
Flann O’Brien, y sobre Brien O’Nolan, terminó por destruirlo.
Encontró enemigos implacables, sin
saber combatirlos. Los principales: la frustración personal producida por el
fracaso de su primera novela y el rechazo editorial unánime de la segunda, El
tercer policía; el raquitismo cultural y moral y el aislamiento de la Irlanda
de su tiempo; la fuerte presión sobre el novelista de su fama periodística, y
una desmesurada afición por el alcohol que llegó a convertirse en una pavorosa
enfermedad. Una reciente biografía ilustrada por Peter Costello y Peter van de
Kamp muestra la evolución sufrida en su aspecto desde la época de estudiante
hasta poco antes de su muerte. El rostro de querubín satánico del joven
universitario decidido a devorar el mundo se transforma, primero, en una luna
blanduzca y mofletuda sobre el cuerpo de un regordete funcionario público y
evoluciona luego hasta llegar a ser el tejido de rasgos crispados y patéticos
de los años finales, un rostro que aúna los gestos de la víctima a los de su
verdugo, una imagen viviente de la culpa y el desorden, de la vergüenza y la
resignación. Sus últimas fotografías recuerdan las caras de esos psicópatas con
que nos sobresalta de cuando en cuando la página roja de los diarios,
sorprendidos por la cámara en el momento de su detención o cuando son
conducidos al patíbulo: la frente perlada de un sudor viscoso, la mirada
huidiza, amedrentada, la piel que imaginamos gris o azulada, el descuido con
que la corbata ciñe un cuello sucio y mal abotonado. Gianni Celati compara, en
un reciente y espléndido ensayo, la imagen de O’Brien con la de ciertos
personajes de los filmes de Carné. Me imagino que se refiere a esa ambigüedad
oscilante entre la santidad y el crimen.
El constante juego de disfraces, la
proliferación desmesurada de seudónimos, el gusto por el ocultamiento, la atroz
mitomanía final, hacen difícil precisar casi todos los pasajes fundamentales de
la vida de O’Brien. Se sabe con certeza que tan pronto como se licenció en la
Universidad de Dublín con una brillante tesis sobre la antigua lírica gaélica,
comenzó a escribir At-Swim-two-Birds y que usó el pseudónimo de Flann O’Brien
para publicarla porque estaba a punto de ingresar al Servicio Público, cuyas
funciones le parecían incompatibles con el tono desenfadado que empleaba en la
novela, de la que en algunas ocasiones llegó a negar la paternidad. Tuvo la
suerte de que el manuscrito cayera en manos de Graham Greene, lector de la
Editorial Longmans. Su informe de lectura decidió la publicación: “Es un libro
en la línea de Tristram Shandy y de Ulyses; su sorprendente humor no oculta la
seriedad de sus intenciones: presentar de manera simultánea todas las
tradiciones literarias de Irlanda”. La novela vendió 244 ejemplares. Un par de
años después, las bodegas de la editorial ardieron durante un bombardeo.
Longmans decidió no reeditar el libro. Podrían haber sido escasos los lectores,
pero entre ellos los hubo excepcionales. Borges, en Buenos Aires; y entre los
de lengua inglesa, Samuel Beckett, que de inmediato le llevó un ejemplar a
Joyce, el cual escribió: “Se trata de un auténtico escritor, con un sentido
verdadero de la comicidad. Es un libro de verdad muy divertido”. Dylan Thomas,
por su parte, escribió: “Esta novela sitúa a O’Brien en la primera línea de la
literatura contemporánea”. A pesar de esos juicios, en 1940 Longmans rechazó la
siguiente novela de O’Brien, El tercer policía, por considerarla demasiado
extravagante. La editorial le aconsejó al autor escribir algo más normal, más
cercano y aceptable para el público común. O’Brien ofreció su libro a otras
editoriales; todas lo rechazaron con argumentos más o menos semejantes. Al
final, decidió declararle a sus amigos que había perdido el manuscrito en una
taberna, y no quiso volver a hablar del asunto. El tercer policía fue publicado
póstumamente.
Nuestro siglo parece complacerse en
repetir de un modo cíclico esa extraña comedia de errores que se suscita entre
ciertos autores y el lector. Los casos de Robert Musil, de Hermann Broch, de
Malcolm Lowry, de Joseph Roth, son ejemplos de escritores que han necesitado un
vuelco en el gusto literario, ocurrido veinticinco o treinta años después de su
muerte, para que se revele la magnitud de obras como El hombre sin cualidades,
Los sonámbulos, Bajo el volcán, o La marcha de Radetsky. At-Swim-two-Birds y El
tercer policía se suman a esa lista de novelas fundamentales de nuestro tiempo
redescubiertas tardíamente.
DOS PÁJAROS A NADO
El nombre extravagante de esta novela,
At-Swim-two-Birds, procede del nombre de una aldea situada en las márgenes del
río Shannon, y es la forma sajonizada de un viejo lugar mencionado en la
antigua lírica medieval irlandesa que en gaélico suena Snam-da-en.
At-Swim-two-Birds entraña un tránsito
vertiginoso entre todos los registros de la literatura irlandesa, y es un libro
que contiene por lo menos otros tres libros. Uno, sobre la relación entre el
novelista y sus personajes, la difícil convivencia entre el demimurgo y sus
criaturas, las cuales acaban rebelándose contra quien les otorgó la vida. Otro,
sobre la antigua leyenda medieval del rey Sweeney, a quien Dios castigó con la
locura y, ícómo si fuera poco!, con la inmortalidad, por haber atentado contra
la vida de un piadoso clérigo, y que en los viejos cánticos gaélicos aparece
convertido en un triste pajarraco que salta de un árbol a otro; y un tercero,
que registra el nivel que podríamos llamar cotidiano, compuesto por las
vicisitudes familiares del joven escritor que intenta escribir una novela, su
iniciación en el alcohol, sus diarios pequeños conflictos, sus disquisiciones
en torno a la obra que escribe, circunstancias de las que poco a poco va
surgiendo esa alucinación que es la novela entera.
El tres, por lo visto, es el número
fundamental en el universo de O’Brien. At-Swim-two-Birds se inicia con la
reflexión de su joven autor, el estudiante de Dublín, sobre la inconveniencia
de que un libro posea un principio y un final únicos. El libro ideal tendría
que contar con tres inicios perfectamente diferenciados, interrelacionados sólo
en la mente del autor, de manera que sus múltiples combinaciones pudieran
producir un centenar de finales diferentes. Una vez convencido de esa necesidad
formal, esboza tres puntos de partida posibles para la novela que se propone
componer.
El primero: El Pooka Mac Phellimey,
miembro de la familia del Maligno, meditaba en su cabaña, sentado ante una mesa
de trabajo tallada laboriosamente, sobre la naturaleza de los números,
segregando mentalmente los impares de los pares. Sus toscos dedos, de
larguísimas uñas, acariciaban una cajita de rapé de redondez perfecta, mientras
por los huecos de la dentadura dejaba escapar una amable cavatina. Era un
hombre cortés, apreciado por todo el mundo, debido al trato generoso que le daba
a su esposa, una de las Corrigan de Carlow.
El segundo: en el aspecto del señor
John Furriskey no se advertía nada extraordinario, pero lo cierto es que poseía
una distinción rara vez conocida: había nacido a los veinticinco años de edad,
con una memoria excepcional, pero sin ninguna experiencia personal que la
respaldara. Ostentaba una buena dentadura, aunque un poco manchada por el
tabaco. Dos de sus muelas habían sido obturadas y una nueva cavidad comenzaba a
abrirse paso en el canino superior izquierdo. Sus conocimientos moderados de
física comprendían la ley de Boyle y el paralelogramo de fuerzas contrarias.
El tercero: Finn Mac Cool fue un héroe
legendario de la antigua Irlanda. No podía decirse que fuera un hombre
mentalmente robusto, pero sí que su físico era soberbio. Cada uno de sus muslos
tenía el grosor del vientre de un caballo, adelgazándose en los tobillos al
diámetro del vientre de un potrillo. Centenares de niños hubieran podido
entretenerse lanzando pelotas contra su espalda inmensa; tan amplia, que con
facilidad hubiera podido detener la marcha de un regimiento en un paso de
montaña.
Finn Mac Cool es el vehículo que le
permite al narrador entreverar su proyecto con la vieja tradición gaélica. Finn
canta en una de sus primeras apariciones:
Soy
un hombre del Ulster, y un hombre de Connacht y un griego,
Soy
Cuchulainn y soy Patricio,
Soy
Carbery-Cabeza-de-Gato y soy Goll,
Soy
yo mi propio padre y soy mi hijo
Soy
todos los héroes que han sido desde el inicio de los tiempos.
Las vanguardias tienden a ser ásperas,
severas, moralistas; pueden proclamar el desorden, pero entonces el desorden se
vuelve programático. Excluyen el placer. Al protestar contra el pasado se
cargan por lo general de pésimos humores. Pocas son las excepciones a esa
regla. En la primera novela de O’Brien nada queda al azar; tampoco intenta
disimular su asombrosa riqueza lingüística, su cultura filosófica, sus
complejos contrapuntos temáticos. At-Swim-two-Birds es un laberinto cuyos muros
están cubiertos de espejos. En ellos la realidad se fractura sin cesar, se
empequeñece o magnifica, es triturada hasta transformarse en otra realidad que
es pura y simplemente literatura. La forma anticipa algunas novelas que muchos
años después intentarían una nueva estructuración del género. Pero ninguna de
ellas puede compararse a la del irlandés en cuanto a ejercicio del humor, a su
radiante alegría, al regocijo que transpira su lenguaje.
At-Swim-two-Birds es, entre muchas
otras cosas, un relato que sigue de cerca el progreso literario de un joven
estudiante, quien, harto de la monotonía de sus estudios y de la perpetua
presencia de un fastidioso y severo tutor, descubre dos formas deliciosas de
evasión: la creación de una novela y la frecuentación de las infinitas tabernas
que pueblan la ciudad de Dublín. Ambas aficiones lo llevan a inventar a Dermont
Trellis, personaje estrambótico, novelista de profesión, quien, a diferencia de
su joven creador, vive obsesionado por transmitir a la literatura una función
moral y didáctica. Dermont Trellis se propone escribir un libro para fustigar
sin piedad los males derivados de la incontinencia carnal. Para ello mantiene a
una serie de personajes imaginarios encerrados en un hotel de su propiedad a la
manera de un director de cine que tuviera acuartelados a los actores mientras
filma una película. Una novela moralizante puede sólo nutrirse de protagonistas
arquetípicos que encarnen la lascivia y la virtud, el bien y el mal absolutos.
La trama de la novela sería muy simple: Peggy, una joven bella y casta se ve
acechada por el libertino John Furriskey, creado con el propósito expreso de
descargar su lascivia en la casta doncella y recibir ulteriormente el castigo
adecuado. A los otros personajes les corresponde velar por la virtud de la
joven y la imposición de una pena ejemplar a su lascivo estuprador. Pero, sin
que el autor se entere, los personajes cumplen otros designios. Furreskey se
enamora tiernamente de la heroína a quien debía seducir. La sirvienta
corresponde su amor y le confiesa haber sido ya violada por todos aquellos
personajes creados precisamente para custodiar su virginidad. Furreskey la
perdona y se casa con ella; montan una pastelería, tienen varios hijos y viven
tranquilos y felices el resto de su vida. Para que el novelista Trellis no advierta
su liberación lo mantienen dormido con un fuerte soporífero, y sólo se
presentan en su casa durante los pocos minutos del día en que el autor puede
salir de su letargo. La historia se desliza por cauces cada vez más
inverosímiles. Todos los estilos son bien recibidos, en especial los que
parodien y ridiculicen otros estilos. El elenco de personajes incluye elfos,
diablos, gangsters, filósofos y borrachos. En boca de ellos las viejas sagas
vuelven a cobrar vida y a mezclarse fantasmagóricamente con la doble existencia
de los protagonistas, la que les ha impuesto su autor y la que libremente han
elegido. De hecho, todo puede ocurrir en el transcurso de la novela. Dublín es
asediada y semidestruida por una tribu de aguerridos pieles rojas, escapados de
la imaginación y control de un autor de westerns; hay madres que paren hijos
que las superan tanto en edad como en tamaño; elfos y demonios que hablan sobre
la música de Bach y el alza escandalosa en el costo de la vida; amores que
llegan a la culminación física entre un novelista y los seductores personajes
femeninos que va creando. Y hay un final jocoso donde todos los personajes de
esa kermés enjuician y condenan a un castigo ejemplar al autor que tanto los ha
importunado en el transcurso de la novela.
La vocación por el tres de O’Brien
vuelve a manifestarse en el párrafo ejemplar que cierra el libro: “Demasiado
conocido es el caso de aquel pobre alemán enamorado del número tres, quien
reducía todos los aspectos de su vida a una cuestión de tríadas. Una noche volvió
a su casa, se sirvió tres tazas de café, puso tres cucharadas de azúcar en cada
una de ellas, se cortó tres veces la yugular con una navaja de afeitar y con
mano agonizante garabateó en la fotografía de su mujer: íAdiós, adiós, adiós!”.
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