sábado, 22 de abril de 2017

TEORÍA DE LA PROSA IV// por Viktor Shlovski








Tales indirectas ―advertencias de una posible resolución o inversión con mayor verosimilitud cuando tenga lugar― son bastante comunes en las novelas de misterio. En el relato de Conan Doyle, “El hombre del labio torcido”, un hombre se pone el traje de un mendigo con el fin de recoger limosnas. Una serie de coincidencias no demasiado complicadas conduce a la detención de St. Clair en su disfraz profesional. El mendigo es acusado de su propio asesinato.
        Sherlock Holmes investiga el caso pero presenta una falsa resolución. El punto es que St. Clair ha sido declarado desaparecido, mientras que en el canal no muy lejos del lugar del supuesto asesinato, se encuentra un abrigo, cuyos bolsillos están llenos de monedas.
        Sherlock Holmes construye una nueva hipótesis:

«No, señor, los datos pueden ser muy engañosos. Suponga que este tipo, Boone, ha tirado a Neville St. Clair por la ventana, sin que le haya visto nadie. ¿Qué hace a continuación? Por supuesto, pensará inmediatamente en librarse de las ropas delatoras. Coge la chaqueta, y está a punto de tirarla cuando se le ocurre que flotará en vez de hundirse. Tiene poco tiempo, porque ha oído el alboroto al pie de la escalera, cuando la esposa intenta subir, y puede que su compinche el marinero le haya avisado ya de que la policía viene corriendo calle arriba. No hay un instante que perder. Corre hacia algún escondrijo secreto, donde ha ido acumulando los frutos de su mendicidad, y mete en los bolsillos de la chaqueta todas las monedas que puede, para asegurarse de que se hunda. La tira, y habría hecho lo mismo con las demás prendas de no haber oído pasos apresurados en la planta baja, de manera que sólo le queda tiempo para cerrar la ventana antes de que la policía aparezca.»

        Esta es una resolución falsa.
        Mientras tanto, se hace alusión a la identidad de St. Clair y Boone de la siguiente manera: durante la búsqueda del apartamento de Boone, la policía descubre restos de sangre en el alféizar de la ventana, así como en el suelo de madera. Al ver la sangre, la señora St. Clair se desmaya, y la policía la envía a su casa en un taxi, ya que su presencia no ayuda en la investigación. El inspector Barton busca más pistas y no encuentra nada. Ha cometido un error al no arrestar a Boone en el acto, dándole la oportunidad de hablar sobre el asunto con el Malayo. Remendando su error a tiempo, la policía detiene a Boone y lo examina. Sin embargo, no se encuentra evidencia incriminatoria contra su persona. Si bien encuentran manchas de sangre en la manga derecha de su camisa, pero las explica mostrándoles un dedo con un prominente corte. Con toda probabilidad, explica, esas manchas de sangre en el alféizar de la ventana provienen de este corte. Después de todo, caminaba hacia la ventana cuando su dedo empezó a sangrar.
        Vemos que el corte en el dedo de Boone se muestra indirectamente. El foco principal está en el alféizar de la ventana con sus manchas de sangre.
        Por otro lado, la señora St. Clair, refiriéndose a los profundos sentimientos que tiene con su esposo, dice:

«Existe entre nosotros una comunicación tan intensa que si le hubiera pasado algo malo, yo lo sabría. El mismo día en que le vi por última vez, se cortó en el dormitorio, y yo, que estaba en el comedor, subí corriendo al instante, con la plena seguridad de que algo había ocurrido.»

        El autor hace hincapié en que la señora St. Clair se refiera al hecho de que su marido se ha herido a sí mismo, en vez de referirse a la lesión misma. Mientras tanto, se establece un motivo para identificar a St. Clair con Boone, ya que ambos tienen cortes en sus dedos.
        Estos elementos coincidentes, sin embargo, se muestran de forma incongruente. Aquí el propósito del autor no es tanto proporcionar un "reconocimiento" sino brindarle verosimilitud al relato cuando ya ha sucedido en éste el acontecimiento clave: Chejov dice que si en una historia nos describen un arma colgada en la pared, con el correr de la historia esta arma inevitablemente tendrá que disparar.
        Este motivo, presentado con fuerza, cambia a lo que se denomina "inevitabilidad" (Ibsen). Este principio, en su forma habitual, corresponde en realidad al principio general del arte. En una novela de misterio, sin embargo, el arma que cuelga en la pared no dispara. Otra pistola dispara en su lugar.
        Es interesante observar cómo al artista prepara gradualmente su material para que se produzca tal desenlace. Tomemos un ejemplo lejano: en Crimen y castigo, Svidrigailov escucha la confesión de Raskolnikov pero no la comunica en absoluto. Svidrigailov representa una amenaza de una naturaleza distinta.
        Sin embargo, es bastante incómodo para mí hablar de Dostoievski como una nota a pie de página de un capítulo sobre Conan Doyle.
        Previo a estas divagaciones, había observado que la palabra "banda" (en virtud de su doble significado) así como la referencia a los gitanos nos preparan para un falso desenlace. Sherlock Holmes dice:

«Si combinamos los silbidos en la noche, la presencia de una banda de gitanos que cuentan con la amistad del viejo doctor, el hecho de que tenemos razones de sobra para creer que el doctor está muy interesado en impedir la boda de su hijastra, la alusión a una banda por parte de la moribunda, el hecho de que la señorita Helen Stoner oyera un golpe metálico, que pudo haber sido producido por una de esas barras de metal que cierran los postigos al caer de nuevo en su sitio, me parece que hay una buena base para pensar que podemos aclarar el misterio siguiendo esas líneas.»

        Obviamente, la persona responsable de esta "falsa resolución" es el propio Sherlock Holmes. Esto se explica por el hecho de que el detective oficial que generalmente construye la falsa resolución está ausente en "La banda de lunares" (precisamente es de esta manera que Watson, invariablemente, interpreta erróneamente la evidencia). Dado que esto es así, corresponde al propio Sherlock Holmes cometer el error.
        Lo mismo ocurre con "El hombre del labio retorcido".
        Un crítico ha explicado el paulatino fracaso del investigador estatal ante la victoria eterna del detective privado de Conan Doyle como la confrontación existente entre el capital privado y el estado público.
        No sé si Conan Doyle tenía alguna base para enfrentar al Estado inglés contra la burguesía inglesa. Sin embargo, creo que si estas historias fueran escritas por un escritor que viviese en un estado proletario, entonces, aunque él mismo fuera un escritor proletario, todavía así haría uso de la otra parte, del detective fracasado. Lo más probable es que en este caso sea el detective del Estado el victorioso, mientras que el detective privado se mantenga, invariablemente, vacilando en vano. En una historia tan hipotética Sherlock Holmes sin duda estaría trabajando para el Estado, mientras que Lestrade se dedicaría a la práctica privada, pero la estructura de la historia (el tema de fondo) no cambiaría. Volvamos ahora a ella.
        Sherlock Holmes y su amigo Watson, habiendo viajado a la escena del supuesto crimen, inspeccionan la casa.
        Inspeccionan la habitación de la difunta, donde su hermana, asustada por su vida, ahora reside.

         «¿Con qué comunica esta campanilla?», preguntó por fin, señalando un grueso cordón de campanilla que colgaba junto a la cama, y cuya borla llegaba a apoyarse en la almohada.
         «Con la habitación de la sirvienta.»
         «Parece más nueva que el resto de las cosas.»
         «Sí, la instalaron hace sólo dos años.»
         «Supongo que a petición de su hermana.»
         «No; que yo sepa, nunca la utilizó. Si necesitábamos algo, íbamos a buscarlo nosotras mismas.»
         «La verdad, me parece innecesario instalar aquí un llamador tan bonito. Excúseme unos minutos, mientras examino el suelo.»
         Se tumbó boca abajo en el suelo, con la lupa en la mano, y se arrastró velozmente de un lado a otro, inspeccionando atentamente las rendijas del entarimado. A continuación hizo lo mismo con las tablas de madera que cubrían las paredes. Por último, se acercó a la cama y permaneció algún tiempo mirándola fijamente y examinando la pared de arriba a abajo. Para terminar, agarró el cordón de la campanilla y dio un fuerte tirón.
         «¡Caramba, es simulado!», exclamó.
         «¿Cómo? ¿No suena?»
         «No, ni siquiera está conectado a un cable. Esto es muy interesante. Fíjese en que está conectado a un gancho justo por encima del orificio de ventilación.»
         «¡Qué absurdo! ¡Jamás me había fijado!»
         «Es muy extraño», murmuró Holmes, tirando del cordón. «Esta habitación tiene uno o dos detalles muy curiosos. Por ejemplo, el constructor tenía que ser un estúpido para abrir un orificio de ventilación que da a otra habitación, cuando, con el mismo esfuerzo, podría haberlo hecho comunicar con el aire libre.»
         «Eso también es bastante moderno», dijo la señorita.
         «Más o menos, de la misma época que el llamador», aventuró Holmes.
         «Sí, por entonces se hicieron varias pequeñas reformas.»
         «Y todas parecen de lo más interesante… cordones de campanilla sin campanilla y orificios de ventilación que no ventilan.»


        Tenemos tres objetos delante de nosotros: (1) la campana, (2) el piso, (3) el ventilador. Me gustaría precisar que Sherlock Holmes está especulando sólo a una de estas tres opciones, y que la tercera se muestra en forma de pista. Véase la primera historia relativa al crimen, es decir, la cláusula subordinada del primer punto.
        Sigue un examen de la habitación contigua perteneciente al médico.
        Sherlock Holmes examina la habitación y pregunta, señalando la caja fuerte que ha sobrevivido al fuego:

         «¿Y no podría haber, por ejemplo, un gato?»
         «No. ¡Qué idea tan extraña!»
         «Pues fíjese en esto», y mostró un platillo de leche que había encima de la caja.
         «No, gato no tenemos, pero sí que hay un guepardo y un babuino.»
         «¡Ah, sí, claro! Al fin y al cabo, un guepardo no es más que un gato grandote, pero me atrevería a decir que con un platito de leche no bastaría, ni mucho menos, para satisfacer sus necesidades. Hay una cosa que quiero comprobar.»
         Se agachó ante la silla de madera y examinó el asiento con la mayor atención.
         «Gracias. Esto queda claro», dijo levantándose y metiéndose la lupa en el bolsillo.

        Como se puede ver, las conclusiones de Holmes no se dan a conocer. Luego examina la cama.
        Los resultados de este examen tampoco se revelan de inmediato, mientras que nuestra atención se dirige por primera vez a un zócalo: "El objeto que había llamado su atención era un pequeño látigo de perro colgado en una esquina de la cama".
        Sigue la conversación de Sherlock Holmes con Watson.
        Sherlock Holmes saca los detalles aún no enfatizados acerca del ventilador y dice lo que no ha dicho antes, es decir, que la cama está atornillada.

         «Yo no vi nada destacable (dice Watson), a excepción del cordón de la campanilla, cuya finalidad confieso que se me escapa por completo.»
         «¿Vio usted el orificio de ventilación?»
         «Sí, pero no me parece que sea tan insólito que exista una pequeña abertura entre dos habitaciones. Era tan pequeña que no podría pasar por ella ni una rata.»
         «Yo sabía que encontraríamos un orificio así antes de venir a Stoke Moran.»
         «¡Pero Holmes, por favor!»
         «Le digo que lo sabía. Recuerde usted que la chica dijo que su hermana podía oler el cigarro del doctor Roylott. Eso quería decir, sin lugar a dudas, que tenía que existir una comunicación entre las dos habitaciones. Y tenía que ser pequeña, o alguien se habría fijado en ella durante la investigación judicial. Deduje, pues, que se trataba de un orificio de ventilación.»
         «Pero, ¿qué tiene eso de malo?»
         «Bueno, por lo menos existe una curiosa coincidencia de fecha. Se abre un orificio, se instala un cordón y muere una señorita que dormía en la cama. ¿No le resulta llamativo?»
         «Hasta ahora no veo ninguna relación.»
         «¿No observó un detalle muy curioso en la cama?»
         «No.»
         «Estaba clavada al suelo. ¿Ha visto usted antes alguna cama sujeta de ese modo?»
         «No puedo decir que sí.»
         «La señorita no podía mover su cama. Tenía que estar siempre en la misma posición con respecto a la abertura y al cordón… podemos llamarlo así, porque, evidentemente, jamás se pensó en dotarlo de campanilla.»

        De esta manera, el nuevo detalle se expresa y luego se conecta a los demás detalles de la historia.
        Ventilador, campana, cama. Lo que permanece desconocido es lo que vio Holmes en la mesa y cuál sería el significado del látigo.
        Watson, como de costumbre lento en la comprensión, todavía no entiende. Holmes no le aclara nada y, en consecuencia, nos dice a nosotros, por tratarse Watson mismo del narrador, tampoco nada.
        Sherlock Holmes en general no se molesta en explicar nada. Simplemente finiquita el asunto con un frase iluminadora. Pero esta frase siempre viene precedida por un anticipo.
        El detective y su compañero están sentados en una habitación donde se prevé un crimen. Han estado esperando durante mucho tiempo.

        ¿Cómo podría olvidar aquella angustiosa vigilia? No se oía ni un sonido, ni siquiera el de una respiración, pero yo sabía que a pocos pasos de mí se encontraba mi compañero, sentado con los ojos abiertos y en el mismo estado de excitación que yo. Los postigos no dejaban pasar ni un rayito de luz, y esperábamos en la oscuridad más absoluta. De vez en cuando nos llegaba del exterior el grito de algún ave nocturna, y en una ocasión oímos, al lado mismo de nuestra ventana, un prolongado gemido gatuno, que indicaba que, efectivamente, el guepardo andaba suelto. Cada cuarto de hora oíamos a lo lejos las graves campanadas del reloj de la iglesia. ¡Qué largos parecían aquellos cuartos de hora! Dieron las doce, la una, las dos, las tres, y nosotros seguíamos sentados en silencio, aguardando lo que pudiera suceder.
         De pronto se produjo un momentáneo resplandor en lo alto, en la dirección del orificio de ventilación…

        No quiero criticar a Conan Doyle. Sin embargo, debo señalar su costumbre de repetir no sólo esquemas de trama, sino también elementos de su ejecución.
        Permítanme presentar un paralelo de "La liga de los pelirrojos":

         ¡Qué larguísimo resultó aquello! Comparando notas más tarde, resulta que la espera fue de una hora y cuarto, pero yo tuve la sensación de que había transcurrido la noche y que debía de estar alboreando por encima de nuestras cabezas. Tenía los miembros entumecidos y cansados, porque no me atrevía a cambiar de postura, pero mis nervios habían alcanzado el más alto punto de tensión, y mi oído se había agudizado hasta el punto de que no sólo escuchaba la suave respiración de mis compañeros, sino que distinguía por su mayor volumen la inspiración del voluminoso Jones, de la nota suspirante del director del Banco. Desde donde yo estaba, podía mirar por encima del cajón hacia el piso de la bodega. Mis ojos percibieron de pronto el brillo de una luz.

        En ambos casos la espera (un caso obvio del uso del dispositivo de retraso de la acción) termina con la ejecución del crimen.
        El criminal suelta una serpiente. La serpiente se arrastra a lo largo de la cuerda del ventilador. Holmes golpea a la serpiente, y poco después se escucha un grito. Holmes y sus asistentes corren a la habitación contigua:

        Una escena extraordinaria se ofrecía a nuestros ojos. Sobre la mesa había una linterna sorda con la pantalla a medio abrir, arrojando un brillante rayo de luz sobre la caja fuerte, cuya puerta estaba entreabierta. Junto a esta mesa, en la silla de madera, estaba sentado el doctor Grimesby Roylott, vestido con una larga bata gris, bajo la cual asomaban sus tobillos desnudos, con los pies enfundados en unas babuchas rojas. Sobre su regazo descansaba el corto mango del largo látigo que habíamos visto el día anterior, el curioso látigo con el lazo en la punta. Tenía la barbilla apuntando hacia arriba y los ojos fijos, con una mirada terriblemente rígida, en una esquina del techo. Alrededor de la frente llevaba una curiosa banda amarilla con lunares pardos que parecía atada con fuerza a la cabeza. Al entrar nosotros, no se movió ni hizo sonido alguno.
         «¡La banda! ¡La banda de lunares!», susurró Holmes.

        Las piezas comienzan a encajar: la banda en la cara y finalmente el látigo improvisado del bucle que se había utilizado. Aquí está el análisis de Holmes:

         «Yo había llegado a una conclusión absolutamente equivocada,» dijo, «lo cual demuestra, querido Watson, que siempre es peligroso sacar deducciones a partir de datos insuficientes. La presencia de los gitanos y el empleo de la palabra “banda”, que la pobre muchacha utilizó sin duda para describir el aspecto de lo que había entrevisto fugazmente a la luz de la cerilla, bastaron para lanzarme tras una pista completamente falsa. El único mérito que puedo atribuirme es el de haber reconsiderado inmediatamente mi postura cuando, pese a todo, se hizo evidente que el peligro que amenazaba al ocupante de la habitación, fuera el que fuera, no podía venir por la ventana ni por la puerta. Como ya le he comentado, en seguida me llamaron la atención el orificio de ventilación y el cordón que colgaba sobre la cama. Al descubrir que no tenía campanilla, y que la cama estaba clavada al suelo, empecé a sospechar que el cordón pudiera servir de puente para que algo entrara por el agujero y llegara a la cama. Al instante se me ocurrió la idea de una serpiente y, sabiendo que el doctor disponía de un buen surtido de animales de la India, sentí que probablemente me encontraba sobre una buena pista. La idea de utilizar una clase de veneno que los análisis químicos no pudieran descubrir parecía digna de un hombre inteligente y despiadado, con experiencia en Oriente. Muy sagaz tendría que ser el juez de guardia capaz de descubrir los dos pinchacitos que indicaban el lugar donde habían actuado los colmillos venenosos. A continuación pensé en el silbido. Por supuesto, tenía que hacer volver a la serpiente antes de que la víctima pudiera verla a la luz del día. Probablemente, la tenía adiestrada, por medio de la leche que vimos, para que acudiera cuando él la llamaba. La hacía pasar por el orificio cuando le parecía más conveniente, seguro de que bajaría por la cuerda y llegaría a la cama. Podía morder a la durmiente o no; es posible que ésta se librase todas las noches durante una semana, pero tarde o temprano tenía que caer.
         »Había llegado ya a estas conclusiones antes de entrar en la habitación del doctor. Al examinar su silla comprobé que tenía la costumbre de ponerse en pie sobre ella: evidentemente, tenía que hacerlo para llegar al respiradero. La visión de la caja fuerte, el plato de leche y el látigo con lazo, bastó para disipar las pocas dudas que pudieran quedarme. El golpe metálico que oyó la señorita Stoner lo produjo sin duda el padrastro al cerrar apresuradamente la puerta de la caja fuerte, tras meter dentro a su terrible ocupante.


        Por supuesto, todos estos recursos están enmascarados en un grado u otro. Toda novela nos asegura su realidad. Es una práctica común para cada escritor comparar su historia con la "literatura".

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