Ricardo Piglia en algún fragmento del
hiperbólico diario de Emilio Renzi, menciona, como mera anécdota, una
característica de lo narrativo que, personalmente, me parece de las cosas más
lúcidas que se han dicho acerca del arte de escribir historias: narrar es la pasión de contar lo que está
por venir, dice. Y si se detiene uno a interpretar esta frase al yugo de la
obra del mismo Piglia, sobre todo si tomamos los casos paradigmáticos como lo
es la novela La Ciudad Ausente (considerada
por varios como una obra hermética y sin argumento) encontramos que este “narrar”
en modo alguno se encuentra emparentado con el mecanismo “causa-efecto”; sino
que funciona más bien como un arte del suspenso, y a su vez, como una manera de
jugar con los registros y los tiempos. Es el estilo ―y no los acontecimientos―
el que mantiene al lector al corriente de lo que sucede; siendo a veces,
incluso, las acciones más nimias e indetectables las que mantienen el hilo conductor
de la narración.
Me gustaría hilar brevemente esta
posición para interpretar, ya situándonos en otro tipo de artesanía de la
narración como lo es el cine, esa extraña película de los hermanos Coen llamada
The Big Lebowski. ¿Qué relación
tienen las novelas de Piglia con las películas de los hermanos Coen? ¡Pues
ninguna! Lo que me interesa aquí es rescatar la artesanía o la hechura que
sustentan, como lo hiciera el estilo en las novelas de Piglia, las escenas de
esta película.
El argumento de la película puede verse
a simple vista como un chiste, un hecho mínimo y absurdo que se extiende por
casi dos horas de film. Pues todo es un McGuffin: por un alcance de nombre a
Jeffrey Lebowki un par de matones le mean su alfombra. Él les insiste, en
respuesta al no pago de una supuesta deuda, que él se llama Dude, y no Jeffrey
Lebowski (aunque sabemos que éste es en efecto su nombre civil). Luego del
incidente sabe de la existencia de otro Jeffrey Lebowski en el pueblo, que es
un magnate y millonario, y va a su encuentro para cobrarle la alfombra. Sin
motivos aparentes se ve involucrado en el rescate de la esposa del magnate que
poco tiempo después de su visita es secuestrada. Va junto a su obsesivo y
violento amigo judío-americano interpretado por John Goodman (por lejos la
mejor interpretación de la película) a la entrega del maletín con el dinero,
pero éste siempre dispuesto a cagarla cambia el maletín por otro lleno de ropa
sucia. Asi se va sucediendo una intrincada trama de tinte policial, pero que funciona
no más que como argucia para que los acontecimientos avancen. Es importante el
talante de los diálogos, y de la narración de la voz en off que determinan el
carácter del film. No se sabe qué deuda tiene el magnate Lebowski con los
matones, tampoco por qué supuestamente persigue al Dude un tipo en un
Volkswagen.
Nada, nada tiene explicación concreta. Es
precisamente la pasión de lo porvenir lo que tienen al espectador en vilo.
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