El
único ejemplar de Contra los poetas de Gombrowicz que ha tenido en sus manos
lo perdió una noche, medio ebrio, en la casa de un profesor, tío de su mejor
amigo, un ser evidentemente neurótico, quizás de tortura y exilio, quien en un
momento de súbita emotividad decidió no regalarle libros sino cambiárselos por
los que hace algunos minutos antes le había mostrado. Recuerda, era Léxico familiar de la Ginzburg, que se
acababa de editar por Lumen, y este de Gombrowicz, por Sequitur. Le ofreció a
cambio uno de Pierre Bourdieu (se debe precisar, claro, que el profesor lo era
en Sociología, en alguna universidad privada cuyo nombre no recuerda) y otro de
la Hannah Arendt que ya tenía y que aceptó por pura cordialidad. Al hacer
efectivo el intercambio, con dedicatoria y todo en la página cordial de la
Arendt, oyó cómo rechinaban sus dientes mientras el pequeño Gombrowicz se iba
de sus manos, directo, sin miramientos, a parar a la soberbia biblioteca del
profesor, llena de Bourdieus y de Lenins, olvidándolo de ante mano, para
transformarse ya no en un libro sino en un mero objeto de contemplación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario