sábado, 12 de agosto de 2017

ENSAYO GENERAL o el saber esotérico de Roberto Arlt/ 1 ensayo de Beatriz Sarlo










         Escrito en 1920, “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires” figura entre los primeros textos de Roberto Arlt. En todos los sentidos podría leerse como un ensayo general. El título descriptivo no deja adivinar el carácter de protonovela ideológica de estas páginas donde se cuenta un tramo de biografía intelectual. Como en El juguete rabioso, Arlt habla también aquí sobre la iniciación de un adolescente.
         Mezcla de ficción y de panfleto, “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires” oscila entre la exposición de saberes clandestinos, secretos, despreciados desde la perspectiva del discurso “razonable”, y la historia casi fantástica de un muchacho poseído por las maniobras de sectas orientalistas y parapsicológicas. Arlt cita, parafrasea, comenta y critica una bibliografía underground (una especie de filosofía y psicología para pobres, para muchachos sensibles y para mujeres, que también fascinó a algunos intelectuales). Mucho de lo que dicen los personajes de Los siete locos, Arlt lo aprendió en los libros que leyó cuando escribía este texto.
         “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires” relata un viaje intelectual que tiene mucho de iniciático. La locura acecha al adolescente que, intoxicado por Baudelaire y De Quincey, cae fascinado ante un joven pálido al que, con adjetivación modernista, Arlt describe como “un hiperestético extenuado”, es decir, un sensitivo, que posee las capacidades del médium: “Cuando desenvolvía esas tesis extrañas y oscuras, descubría, en el fulgor de sus negras pupilas, no sé qué misteriosos arcanos seductores”. En la biblioteca de ese joven pálido, el narrador de “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires” descubre libros de alquimia, de magia, de teosofía.
         Por lo que se ve, el narrador ha caído en una red de saberes iniciáticos. El vocabulario exótico (faquires y yoguis, selvas de Bramaputra, Tibet, Magos Negros, Sutras, Hatha y Raja Yoga), que aprende velozmente, ofrece, como toda palabra iniciática, un camino de ascenso hacia los poderes psíquicos: “Por medio de esos poderes se era clarividente al igual que Swedenborg, se escuchaban las misteriosas voces de los pianos, de los caos más distantes, como Hermes Trimegistus, o Isaías, se descorría el velo de Isis, se desenmascaraba la Esfinge y se penetraba en la Suprema Razón, en el espacio de las N dimensiones”. Este léxico extravagante, muy difundido en Buenos Aires a través de libritos de kiosko y de la prensa, constituye una enciclopedia.
Trastornado por los libros, el narrador se convierte en médium y delira en soledades pobladas de “pigmeos espantosos y simios blanduzcos, obscenos y corcovados”. Las notas al pie de página reduplican las alucinaciones y las visiones extrasensoriales señalando sus fuentes eruditas. Se dibuja así un sistema de relaciones marginales con la cultura. Arlt busca lugares por donde no pasarán otros escritores, encuentra materiales de segunda mano, ediciones baratas, traducciones. Con eso, construye una literatura original. Recorre esa biblioteca de saberes teosóficos y tiene ante ella una posición doble de atracción y denuncia. Pero, sobre todo, encuentra elementos de su narrativa futura. En “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires” está esbozado Los siete locos.
         Pero hay mucho más que un conjunto de saberes iniciáticos. La conspiración, la secta, el complot y el secreto son el otro tema de “Las ciencias ocultas”. Ya lo dijo Walter Benjamin: la sociedad secreta es la forma organizativa de la conspiración y el espacio de acción del conspirador. Arlt denuncia esa red de logias, pero también toma como modelo para inventar la organización delirante de sociedades secretas tal como aparecerá en sus novelas futuras.
         La sociedad iniciática es la presencia de lo secreto en el mundo público de la ciudad moderna. El conspirador es un audaz que sintetiza todas las revoluciones posibles, de izquierda y derecha; es autoritario y anárquico al mismo tiempo; propone una nueva moral de hombres fuertes como alternativa al fracaso de los pobres diablos y la mediocridad de la pequeña burguesía. La sociedad iniciática de Los siete locos remite a los anarquistas pero también a los teósofos. Es la respuesta del pobre frente a las sociedades a las que pertenece por linaje.
         Foucault afirmaba que el poder se caracteriza por “rituales meticulosos”. El Astrólogo lo sabe; y el Rufián Melancólico también conoce el orden que los prostíbulos necesitan tanto como las sociedades. Ese contrapoder de los pobres y los marginales que se organiza en las sectas arltianas, es obsesivo en su método de acción, en sus deliberaciones, en su respeto por las jerarquías piramidales de los jefes, en su desprecio por quienes están demasiado hundidos en la necesidad de liberarse por la imaginación. La trama conspirativa es una respuesta a la “vida puerca”
         Las sociedades iniciáticas se definen por un saber que se traduce en poder. De allí la fascinación de Arlt, que es un desposeído de saber y poder. En Los siete locos la sociedad es un instrumento y un fin. Un instrumento que destruye y restaura identidades, donde cada cual tiene la oportunidad de cambiar, de un solo golpe, una vida que resulta intolerable. Pero esa posibilidad es también un espejismo, que conduce a cada uno de los iniciados al fracaso. Y es un fin porque la sociedad aparece como el único escenario posible de una fantasía de poder a la medida de marginales y derrotados.
         La sociedad iniciática tiene como presupuesto la constitución de un mundo diferente y los personajes de Arlt, esa especie de desajustados incolmables, sólo podrán vivir en el imaginario de una revolución que lo cambiará todo, tan deseada como imposible.




1998







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