miércoles, 2 de agosto de 2017

JOHN CAZALE REVISA A LA LUZ DE UNA LUPA LOS ÚLTIMOS FOTOGRAMAS DE SU VIDA/ 1 reseña






John Cazale interpreta a Antonin Artaud en una película rodada en secreto. Me parece que no son más que él y el director—haciendo a la vez de camarógrafo— los únicos en el set. Éste es un castillo oscuro y una habitación de piedra caliza iluminada sólo con velas, lugar donde supuestamente el verdadero Antonin escribía cartas y las quemaba parcialmente, evitando de ese modo que la magia negra de su aura maldita alcanzara a sus remitentes. No se explica en ningún momento si esa habitación es parte de un manicomio (el de Rodez, por supuesto), o sencillamente una alegoría sobre el infierno. John lleva hasta las últimas consecuencias sus recursos interpretativos: adelgaza 20 kilos, se notan los relieves de su cráneo a través de su piel magra y pálida, no se maquilla, no hay guion, casi no habla, sino que masculla un francés lánguido o gesticulado por un insecto. Corre el año 1978, Artaud lleva más de 20 años muerto, Cazale muere unos días después. Acababa de rodar a duras penas, bajo la dirección de Michael Cimino, un film sobre la guerra de Vietnam. Hacía poco le habían diagnosticado cáncer pulmonar y el esfuerzo agónico de un enfermo, para un espectador perspicaz, no se nota en ninguna secuencia de la mencionada película. En el film secreto sobre Artaud, en cambio, el dolor real del actor se expresa en cada segundo, en cada gesto, incluso en sus ausencias del plano. Una niebla negra confunde al espectador, haciéndolo creer que es un efecto atmosférico, usado deliberadamente por alguien (¿director?), pero del que no consta que haya existido. Quizás, una deformación de la cinta en su proceso de postproducción, comentan algunos críticos. Un ambiente fantasmal.
El director no emitió ninguna opinión, al menos en público, respecto al film, ni siquiera en su primera y única proyección, que fue llevada a cabo en un pequeño y desvencijado cine de Las Vegas. Pocos años después se retiró del mundo del cine, y desapareció, como el cónsul de Lowry, adentrándose sin rumbo por los desiertos de Sonora.
En L'Anarchiste couronné Cazale hace de su muerte, como lo hiciera Lihn en su diario, materia de su arte. Una perla brillante que se consume a sí misma y que encandece insoportablemente la pantalla a medida que desaparece.
Así, al final de la película hay sólo blanco.
O quizás una transparencia.

Asómense si desean y verán más allá de la pantalla del cinematógrafo un abismo que ronronea








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