Lo
único que tengo esta noche son libros, decepciones.
Noches
sin rumbo: refugios fluorescentes, espejos empavonados
de
semen y humo. Y ahora sólo tengo la risa de la muchacha,
atleta desconocida y neurótica; y un lápiz en la mano,
que
yace en algo, esa curiosa hambre de memoria;
tengo
la escritura, los códigos de hermosura. La muchacha,
paulatinamente
loca, corriendo se adentra en las tinieblas
de
una ciudad, un reloj cansado, y en mi escritorio de alambre;
en
una selva sin llano, los poetas desatan sus pantalones.
Reconozco
el éxtasis de mi obscena juventud, sin querer,
y
le echo de menos, le adoro como a mi primer juguete:
ese
fetiche tan metafísico. De cualquier manera, es de noche,
y
aquí están todos solos y muertos. Leyendo.
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