I
Las canoas se deslizaban por el bosque de
árboles muertos. En el cuarto mes del año azteca, antes del inicio de la
temporada de lluvias, subían al Cerro de la Estrella para encontrar el árbol
más alto, más recto, más hermoso. Ataban con cuidado las ramas para que ninguna
se rompiera, talaban el árbol sin dejar que las hojas tocaran el suelo y lo
transportaban, cantando y danzando, al centro de la ciudad. Allí, en la
plazoleta del Templo Mayor, erguían el árbol y desataban las ramas ante una
imagen de Tláloc, dios de la Lluvia. Colocaban cuatro árboles más pequeños en
las cuatro esquinas de la plazoleta y tendían sogas con vivos banderines desde
cada uno de ellos hasta el árbol central, cuyo nombre era Padre Nuestro, o El
Que Tiene Corazón. Alrededor de los árboles creaban un efímero jardín de
arbustos, flores y rocas.
Dentro
de aquel jardín, los sacerdotes portaban una litera cubierta que transportaba a
una niña de siete u ocho años. Iba vestida de azul, el color del lago donde se
había erigido la ciudad de Tenochtitlán. Llevaba un tocado de cuero rojo, con
plumas azules que surgían de la coronilla. En su honor se entonaban largas
canciones.
Entonces
amarraban de nuevo el árbol Padre Nuestro y lo llevaban a una canoa. La niña
era llevada a otra canoa, y cientos o miles de personas subían a sus canoas,
sencillas o engalanadas, y se dirigían al lago mientras tocaban música, rumbo a
Pantitlán, un peligroso y misterioso remolino de agua creado por un sumidero
subterráneo.
Cerca
del remolino desataban el árbol Padre Nuestro y lo lanzaban verticalmente al
lago, conocido como Madre Nuestra. Allí permanecía erguido hasta pudrirse, y
como la ceremonia se celebraba todos los años, aquella zona del lago era un
bosque de árboles muertos. Los sacerdotes sacaban a la niña de la litera, la
degollaban con un pequeño cuchillo usado para matar patos, dejaban que la
sangre fluyera en el agua y luego la arrojaban al remolino, con ofrendas de
joyas, piedras, collares y pulseras. En silencio, las canoas se deslizaban
entre los árboles muertos rumbo a casa.
II
«La
imagen no es una idea.» En 1914 Ezra Pound da nombre a la tendencia de algunos
vanguardistas de Londres: «Es un nodo o clúster radiante; es lo que puedo, y
debo forzosamente, llamar un VÓRTICE, a partir del cual, y a través del cual, y
en el interior del cual, las ideas corren sin cesar. Por cortesía sólo se le
puede llamar VÓRTICE. Y de esa necesidad surgió el nombre “vorticismo”».
Pound
empleó por primera vez esa palabra seis años antes, en el poema titulado
«Plotino»: «Como el que pasa por el nodo de las cosas, / arrastrado hacia el
vórtice del cono, / clausurado por doquier con recuerdos, solo / en el caos...
/ / Yo era un átomo en el trono de la creación».
Plotino
afirma (en la traducción inglesa de Thomas Taylor que leyó Pound) que el alma
iluminada vuelve a su origen, que es un remolino. Está suspendida en el centro
«de donde procede el círculo», y es dichosa, pues «la vida en el mundo
inteligible consiste en la energía del intelecto».
Allen
Upward, 1922: «El fundamento físico de un remolino es el agua, o el agua y las
rocas. Pero ninguna combinación de agua y rocas producirá un remolino, a menos
que también haya una energía que no proceda de ninguna otra... Todo gira en
torno a la cuestión de la energía. La diferencia entre un remolino (Whirlpool)
y las aguas (pool) es la rotación (whirl)».
III
Pound
anotó en el manuscrito de su poema «Plotino»: «Supongo que el “cono” es el
remolino del Vritta, anillo de vórtices de la cosmogonía del yogui». La idea
procede de «un cierto maestro hindú cuyo nombre no he encontrado». El maestro
hindú era Yogi Ramacharaka, cuyos libros había dado el joven Ezra a su novia
Hilda Doolittle, y cuyo Hatha Yoga mencionó en uno de sus primeros poemas,
Moeurs Contemporaines V. Pound aún hablaba de aquellos libros cincuenta años
más tarde, en el manicomio de St. Elizabeths; en su vejez, H. D. todavía
llevaba uno en su bolso como talismán de aquel amor de juventud; transcurridos
cien años, los libros aún están disponibles con la misma encuadernación azul.
Yogui
Ramacharaka, el autor del Curso adelantado sobre filosofía yogui y ocultismo
oriental Catorce lecciones sobre filosofía yogui y otros once libros, no
existió realmente. Fue una invención de William Walker Atkinson, nacido en
Baltimore en 1862, un abogado que residió la mayor parte de su vida en Chicago
y murió en California en 1932. Participó activamente en el movimiento del Nuevo
Pensamiento, una versión de la espiritualidad oriental destinada a los
cristianos; dirigió las revistas New Thought [Nuevo Pensamiento], Advanced
Thought [Pensamiento Avanzado] y Suggestion [Sugestión]; fundó el Club Psíquico
y la Escuela Atkinson de Ciencias de la Mente, ambas de la Sala de la Compañía
de Investigación Psíquica; y escribió montones de libros con su propio nombre:
entre ellos, uno titulado Practical Mental Influence: A Course of Lessons on
Mental Vibrations, Psychic Influence, Personal Magnetism, Fascination, Psychic
Self-Protection, etc., etc., Containing Practical Instruction, Exercises,
Directions, etc., Capable of Being Understood, Mastered and Demonstrated by Any
Person of Average Intelligence [Influencia mental práctica: un curso de
lecciones sobre vibraciones mentales, influencia psíquica, magnetismo personal,
fascinación, autoprotección psíquica, etc., etc., que contiene instrucciones
prácticas, ejercicios, orientaciones, etc., y puede ser comprendido, dominado y
demostrado por cualquier persona de inteligencia media].
Otros
afirmarían más tarde que Atkinson escribió los libros de Yogi Ramacharaka con
un gurú llamado Baba Bharata, al que habría conocido en 1893 en Parlamento
Mundial de las Religiones celebrado durante la Exposición Universal de Chicago.
Baba Bharata era discípulo del verdadero Yogi Ramacharaka, quien nació en la
India en 1799, viajó a pie para visitar las bibliotecas de los lamasterios,
ayunó en refugios montañosos y, a los sesenta y seis años, halló su propia
filosofía. Entonces tomó como discípulo a un niño de ocho años y, juntos,
desanduvieron el viaje de Ramacharaka. A los noventa y cuatro años envió a su
alumno por el mundo para que difundiese sus enseñanzas, y Baba Bharata llegó a
Chicago, donde sus conferencias en el Parlamento gozaron de gran
reconocimiento, si bien no queda constancia de ningún Baba Bharata ni de ningún
Yogi Ramacharaka original.
La
obra del segundo Yogi Ramacharaka, salvo algunas digresiones breves sobre los
continentes perdidos de Lemuria y la Atlántida, debió de resultar irresistible
para los lectores de comienzos del siglo XX. Se trataba de un auténtico sabio
indio —el nombre de Atkinson no consta en los libros— que, con una prosa amena,
presentaba un hinduismo rigurosamente moderno y universal, desprovisto de
dioses y prácticas extrañas, y cuyas creencias no eran rechazadas sino
confirmadas por los recientes descubrimientos científicos. Gran parte de su
libro Lecciones sobre Gnani Yoga está consagrado a la evolución, la astronomía,
la cristalografía, la microbiología y otras disciplinas modernas de la ciencia.
Algunos pasajes de su Raja Yoga (1906) parecen en la actualidad una encarnación
anterior de El ABC de la lectura de Pound (1934), como cuando el yogui afirma
que «el gran obstáculo para el uso adecuado de la Voluntad, en el caso de la
mayoría de la gente» —Pound hablaría del obstáculo para escribir bien, en la
mayoría de los poetas—, es «la falta de capacidad para concentrar la atención».
Para superarla, propone un ejercicio de concentración: considérese un objeto
común, como un lápiz. «Permita que la mente siga todo desvío asociado [...],
piense en el objeto en cuestión desde los siguientes puntos de vista: 1) El
objeto en sí mismo. 2) El lugar de donde procede. 3) Su finalidad o uso. 4) Sus
asociaciones. 5) Su fin probable.» El lápiz de Ramacharaka se multiplica hasta
las 10.000 cosas en los Cantares de Pound, pero el método es el mismo. Tanto El
ABC como el Raja Yoga cuentan la misma anécdota sobre el naturalista Louis
Agassiz, quien dio instrucciones a un alumno para que observara de cerca un
solo pez durante semanas hasta que se pudriera y desapareciera.
IV
«¡Los
giros! ¡Los giros!», exclama Yeats. «Lo que demasiado se pensó, no puede ya
pensarse, / [...] se borran los lineamientos antiguos. / [...] / Empédocles
todo lo arroja por doquier». Empédocles decía que, al principio, todas las
cosas se formaron por las fuerzas del amor y la discordia, y que se mezclaron
en un vórtice, algunas con más amor, otras con más discordia, en combinaciones
infinitas. Aristóteles replicó que si los elementos estaban unidos por el amor
y separados por la discordia, ¿cómo podrían separarse entre sí en un vórtice?
Girando y girando en rotación, ¿cómo podrían deshacerse las cosas? Simplicio
dijo que Aristóteles no entendía en absoluto a Empédocles.
Las
aguas (pool) no son la rotación (whirl). El vórtice de Anaxágoras, coetáneo de
Empédocles, es centrípeto. Al principio todo era una unidad, inmóvil por un
tiempo infinito, hasta que la Mente (Nous) puso el gran vórtice en movimiento.
Al girar, las cosas se convirtieron en ellas mismas, cada una contuvo algo de
todas las demás. Entonces la Mente, como el Dios de Descartes, se retiró para
permitir al mundo ser. Sócrates replicó que eso era demasiado materialista y
mecánico. Simplicio dijo que Sócrates no entendía en absoluto a Anaxágoras.
La
teoría griega del vórtice de la creación encuentra su principal expresión
poética varios cientos de años más tarde, con Lucrecio. El caos estaba
eternamente en rotación hasta que «una extraña clase de turbulencia, un
enjambre / de los primeros comienzos» combinó los elementos y los separó en la
materia del cosmos. Lucrecio dice que todo ocurrió por pura casualidad.
Según
Aecio, cuando el vórtice creó el universo, y los elementos más pesados se
unieron para formar la tierra, y los más ligeros ascendieron para formar el
éter, «átomos en forma de gancho» se acoplaron en la circunferencia para formar
una piel, como el corion de un feto, y lo envolvieron todo. El universo entero
está todavía a la espera de su nacimiento.
V
Yogui
Ramacharaka escribe: «La sustancia mental en sánscrito se llama Chitta, y una
ondulación en el Chitta (combinación de la Mente y la Energía) se llama Vritta,
y es semejante a lo que llamamos un “pensamiento”. Es decir, es la “mente en
acción”, mientras que Chitta es la “mente en reposo”. Vritta significa
literalmente “vorágine o remolino en la mente”, y un pensamiento es eso
precisamente».
La
primera y todavía la más importante expresión de la filosofía del yoga es el
Yoga Sutra de Patañjali, compuesto probablemente en el siglo II. Su segundo
verso tiene cuatro palabras: yogah citta vritti nirodhah. Yogah es el yoga;
nirod- hah significa «detener». Citta ha sido objeto de miles de páginas de explicaciones
a lo largo de los siglos. Es en esencia la mente en sentido absoluto, no
diferenciada ni individualizada: la conciencia, la percepción, la psique, el
entendimiento, la atención, la inteligencia son absorbidas por la mente pero no
la definen. Vritti es un remolino —la rotación sin las aguas— y es una metáfora
del funcionamiento o de los procesos de una mente individual. Patañjali dice
que hay cinco vritti: la cognición válida (por medio de la percepción directa,
la inferencia o el testimonio de otros, incluida la lectura); el conocimiento
falso o el error o la ignorancia; la abstracción o la imaginación; el dormir
(un estado mental vacío); y la memoria. Yogah citta vritti nirodhah. El yoga
detiene los vórtices de la mente.
La
metáfora de la mente que Coleridge empleó a lo largo de su vida fue una
escalera de caracol que había visto de niño en una mansión señorial: «Una
escalera magnífica, mitigada a intervalos bien proporcionados por amplios
descansillos: el primero estaba adornado con plantas grandes o vistosas, en el
siguiente se disfrutaba de una extensa vista a través de una ventana
majestuosa, con cristales laterales de azul intenso y ámbar saturado o tonos
naranja; mientras que desde el último y más elevado descansillo la mirada
dominaba toda la espiral ascendente y el pavimento de mármol del gran salón,
del que parecía surgir como si se limitara a usar el suelo para posarse». Su
metáfora de la imaginación era una serpiente, como la describió Hazlitt, aunque
de manera despectiva: «De pliegues ondulantes, siempre distinta y siempre
fluyendo sobre sí misma: circular, sin principio ni fin». Coleridge escribió:
«El fin común de toda narrativa o, mejor dicho, de todo poema es convertir una
serie en un Todo: lograr que esos hechos, que en la Historia real o imaginada
avanzan en línea recta, adopten en nuestro Entendimiento un movimiento circular
—la serpiente que se Muerde la Cola».
Cuenta
la historia que Patanjali era una encarnación de Shesha, la serpiente del
mundo. Descendió en forma de pequeña serpiente a la palma de la mano del gran
gramático Panini. Pata significa «descender»; anjali, «palma de la mano».
William Carlos Williams, al final de su larga vida, tuvo un sueño: vio una
enorme escalera de caracol en un espacio vacío, y a su padre que descendía
lentamente hacia él. Al llegar abajo, su padre se le acercó, lo miró a los ojos
y le dijo: «¿Sabes? Esos poemas que estás escribiendo no son buenos».
VI
El
Ismael de Melville habla de la «opiácea vaguedad de ensoñaciones vacuas e
inconscientes», como vigía en el extremo del mástil: «Ya no hay vida en ti,
salvo esa vida oscilante que te da el dulce mecerse de la nave; esa vida que la
nave obtiene del mar y el mar de las inescrutables mareas de Dios. Pero
mientras esta ensoñación reposa en ti, mueve tu pie o tu mano una pulgada, deja
escapar la presa y tu identidad regresará, aterrorizada. Estás suspendido sobre
vórtices cartesianos. Y quizá, al mediodía, en la temperatura más placentera,
caerás con un grito sofocado, a través de ese aire transparente, hacia ese mar
estival para no resurgir ya nunca».
Hart Crane: «Bequeath
us to no earthly shore until / Is answered in the vortex of our grave / The
seal’s wide spindrift gaze toward paradise». («No
nos traspases a orilla terrenal alguna / si no hay réplica en el vórtice de
nuestra tumba / a la amplia mirada de espuma de la foca sobre el paraíso».)
El
universo cartesiano es sobre todo materia, es interminable, y todo el universo
está literalmente en un estado de cambio constante, como una especie de fluido.
En su seno hay mundos infinitos que rotan alrededor de sus soles, cada mundo y
cada sol están girando, y en su seno hay infinitos vórtices de materia, uno
dentro de otro, infinitesimalmente pequeños. Emerson escribió que Descartes
«había llenado Europa con la importante idea de que el movimiento vorticial
constituía el secreto de la naturaleza». En su vejez, New— ton se quejaba con
amargura de que, a pesar de haber demostrado que la gravedad mueve los mundos,
la gente todavía creyese a Descartes, sólo porque Descartes lo había dicho.
O
acaso porque los vórtices cartesianos eran más hermosos, eran la materia de los
sueños, a diferencia de la gravedad newtoniana. Blake había escrito: «Lo que
una vez fue imaginado ahora se puede demostrar». Asimismo, lo que una vez fue
demostrado ahora se puede imaginar. Contra el cogito de Descartes, el membrete
de Pound decía: J’AYME DONC JE SUIS; amo, luego soy.
VII
En
cinco noches de verano seguidas del siglo xvii, Bernard le Bouvier de
Fontenelle pasea por un jardín a la luz de la luna hablando de las estrellas
con una bella marquesa, a quien no nombra. Anota (o inventa) su conversación en
un libro titulado Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos. En la
quinta noche abordan la cuestión de los vórtices, para los que su traductora al
inglés, nada menos que Aphra Behn, emplea el término cartesiano de tourbillons:
«A mí», dice la marquesa, «el Universo me parece tan vasto que me pierdo en él.
Ya no sé dónde estoy [...]. ¿Estará todo dividido en tourbillons, colocados juntos
confusamente? ¿Es cada estrella fija el centro de un tourbillon, y podría ser
éste tan grande como nuestro sol? ¿Es posible que todo este espacio donde
nuestro sol y nuestros planetas describen su revolución no sea nada más que una
parte insignificante del universo? [...] Esto me confunde, me turba, me
espanta». «A mí, por el contrario», dice Le Bouvier de Fontenelle, «esto me
infunde ánimos. Cuando creía que el universo no era más que esta gran bóveda
azul donde las estrellas estaban colocadas, como si fueran un montón de uñas o
pendientes dorados, el Universo me parecía demasiado pequeño y estrecho; me
sentía en él como encerrado y oprimido. Pero ahora que tengo claro que esta
bóveda azul es infinitamente más extensa y profunda, que está dividida en miles
y miles de tourbillons o remolinos, me parece que soy más libre, que respiro un
aire más libre, y que el Universo es infinitamente más magnífico... Nada hay
tan hermoso como representar este prodigioso número de tourbillons, cuyo centro
está ocupado por un sol que hace que los planetas giren a su alrededor. Los
habitantes de los planetas de cualquiera de estos infinitos tourbillons ven por
todos lados el centro iluminado del tourbillon que les rodea, pero no pueden
descubrir los planetas de los otros...» «Me ofrecéis», dijo la marquesa, «una
perspectiva tan amplia que mi vista no puede alcanzar su término. Veo
claramente a los habitantes de la Tierra; enseguida me hacéis ver los de la
Luna y los demás planetas de nuestro tourbillon o remolino. Después de esto, me
hablas de los habitantes de los planetas de los otros tourbillons [...]. ¿Qué
será de nosotros en medio de tantos mundos? [...] Veo la Tierra tan
terriblemente pequeña que no creo que en adelante pueda sentir interés alguno
por ninguna parte de ella. Seguramente, si se siente tanto afán por
engrandecerse, si se realiza un proyecto detrás de otro, si se gastan tantos
esfuerzos, es porque no se conocen los tourbillons. Por mi parte, creo que la
menospreciaré perezosamente, y [...] cuando alguien me lo reproche [...],
responderé con vanidad: “¡Ah, tú no sabes lo que son las estrellas fijas!”.»
«A
mí, al contrario», dice Le Bouvier de Fontenelle, «esto me da ánimos. Cuando el
cielo no era más que esta bóveda azul en que las estrellas estaban clavadas, el
Universo me parecía pequeño y estrecho; me sentía en él como oprimido.
Actualmente, que se ha dado infinitamente más extensión y profundidad a esta
bóveda, dividiéndola en miles y miles de tourbillons, me parece que respiro con
más libertad y que estoy en un espacio mayor, y seguramente el Universo tiene
otra magnificencia... Nada tan hermoso como representarse este prodigioso
número de tourbillons, cuyo centro está ocupado por un Sol, que hace girar
planetas alrededor de él. Los habitantes de un planeta de uno de estos
infinitos tourbillons ven por todos lados los Soles de los torbellinos de que
están rodeados, pero no se cuidan de ver los planetas.»
VIII
En
dos semanas de 1901, Alien Upward —erudito ocultista, autor de novelas baratas,
cronista de sociedad, juez colonial en Nigeria, diplomático, espía, y
finalmente suicida, quien primero instó a Pound a leer poesía china y al que
Pound declaró imaginista, aunque Upward se quejara de que no tenía ni idea de
lo que eso significaba— escribió una «Carta abierta, dirigida a la Academia
Sueca en Estocolmo, sobre el significado de la palabra IDEALISTA», de
trescientas páginas. Es poco probable que llegasen a responder. Cinco años más
tarde, la carta se publicó como libro, con el título The New Word [La palabra nueva].
Su estructura, según el autor, es la de un remolino en rotación, aunque a
menudo de manera polémica y tediosa, sobre gran parte del conocimiento humano.
(Entre otras muchas cosas, la carta postula, mucho antes que Leakey, el origen
africano de la humanidad.) A mitad del libro tiene una visión: «Las ideas de
esos grandes estudiosos que en mi nombre habían explorado Todo antes que yo,
aquellos vórtices de Descartes, aquellas ondas de la rotación en el éter, todas
parecían unirse [...]».
Lo
que Upward ve es una tromba. Es, dice, «un árbol de corta vida. Una nube gira
en sentido descendente, proyectando el centro del remolino hacia el mar, como
una boca que succiona. Abajo, el mar gira en sentido ascendente, empujando el
centro del remolino hacia la nube. Los dos extremos confluyen, y el agua que
recoge el remolino del mar pasa al interior de la nube y lo remonta en espiral
[...], no sólo el agua remonta en espiral el remolino de la nube, sino que la
nube baja en espiral por el remolino del mar [...], fuerza pura que se
arremolina hacia dentro en todas direcciones para girar de nuevo hacia fuera».
Es «el primer latido, del cual parten todos los demás, el latido que sentimos
en todas las cosas que están a nuestro alcance, dentro de nosotros mismos y en
nuestro mundo constelado».
La
primera descripción de una tromba en inglés aparece en 1697 en A New Voyage
Around the World [Un nuevo viaje alrededor del mundo], de William Dampier.
Agricultor pobre de curiosidad insaciable, Dampier pronto decidió que para ver
mundo había de convertirse en pirata. Dio tres vueltas al globo, atesorando
diarios en lugar de botines. Fue el primer inglés que pisó Australia e informó
sobre sus aborígenes; rescató a Alexander Selkirk, quien se convertiría en
Robinson Crusoe, y, en otra ocasión, al innominado indio misquito que se
convirtió en Viernes. Darwin consultó sus libros; Coleridge admiraba su prosa;
introdujo en la lengua inglesa las palabras barbecue («barbacoa»), chopsticks
(«palillos»), posse («pandilla») y rambling («intrincado») como adjetivo. Fue
el primero en describir el aguacate en inglés.
El
30 de noviembre de 1687, en el mar de Célebes, escribe: «Una Tromba de agua es
un trozo irregular y pequeño que cuelga desde la parte más oscura de una Nube y
que alcanza aproximadamente cerca de una Yarda de longitud. Cuelga inclinada y
presenta en ocasiones una ligera curva o un recodo. Nunca vi ninguna suspendida
perpendicularmente. Es estrecha en el extremo inferior, incluso parece ser del
tamaño de un Brazo, pero se torna más gruesa a medida que se acerca a la Nube
de la que proviene. Al principio se distingue en la Superficie del Mar porque
se puede ver una Circunferencia de espuma de más de cien Pasos que gira con
suavidad, hasta que aumenta el Movimiento de rotación. Entonces se eleva una
Columna de más de cien Pasos de Circunferencia en la Base, disminuyendo
gradualmente hacia arriba, hasta alcanzar la parte inferior de la Tromba, a
través de la que el agua del Mar asciende y parece ser transportada hacia las
Nubes. Algo que se puede apreciar visiblemente por el creciente volumen y la
negrura de la Nube. Es entonces cuando se aprecia el desplazamiento de la Nube,
aunque antes pareciera no tener ningún Movimiento. La Tromba sigue el recorrido
de la Nube y mientras avanza todavía aspira Agua, en su desplazamiento ambas
generan Viento. Esto dura alrededor de media Hora más o menos, hasta que la
succión de agua se agota. Entonces, se rompe, y toda el Agua de la parte
inferior de la Tromba, o la parte pendular de la Nube, cae de nuevo, con gran
estruendo, al colisionar con el Mar».
IX
En
«Medianoche, castillo de proa», el capítulo más extraño, casi incomprensible,
de Moby Dick —una cacofonía de voces que señala el camino hacia Dos Passos y
los Cantares— un marinero de Nantucket dice: «He oído decirle al viejo Ahab que
siempre debe matar una tempestad del mismo modo que, con una pistola, se rompe
una tromba: disparando la nave hacia ella». Dampier menciona esta opinión
común, pero la desestima: «Que yo sepa, no se ha demostrado que tenga provecho
alguno». No se puede disparar a un vórtice.
La
tromba de Upward, un doble vórtice en movimiento perpetuo donde lo ascendente
se convierte en descendente y lo descendente en ascendente, es el mismo doble
cono que Yeats recibió de sus «instructores» como la imagen que lo explica
todo, si alcanzáramos a comprenderlo. Sin embargo, su página (o sus páginas)
con esquemas de los giros, tal como se presentan en Una visión, con rótulos
como «Subjetividad», «Objetividad», «Voluntad», «Mente Creativa», «Máscara» y
«Cuerpo del Destino», representan una suerte de ciencia afásica de respuestas
desprovista de preguntas, o una suerte de poesía que sólo es prosodia.
Mientras
Yeats escribía Una visión a principios de la década de 1920, Upward volvió al
vórtice en un ensayo titulado The Nehular Origin of Life [El origen nebular de
la vida]: «La característica más destacada de la célula es su energía celular».
Esta energía proviene de la «energía química de sus materiales constitutivos»,
pero también de algo más: una «energía orgánica» o «materia viviente» que es la
«rotación» del remolino de Upward. Estas rotaciones fueron establecidas durante
la creación del universo como algo que se denomina «vorticelos», vórtices de
energía fluidos y en constante cambio que se desarrollaron hasta convertirse en
vida. Lo que una vez fue imaginado ya está demostrado. Los dobles giros de
Yeats y los vorticelos de Upward pasan a ser la doble hélice del ADN de Crick y
Watson tres décadas más tarde. La base primordial de la vida es, en efecto, una
tromba, las serpientes entrelazadas de la energía kundalini, o las que rodean
el caduceo, símbolo de la medicina. Pound, en su ensayo Vorticismo de 1914,
había escrito: «Uno no quiere ser calificado de simbolista porque el simbolismo
se ha relacionado por lo general con una técnica sensiblera». Sin embargo,
profesar «la creencia en una especie de metáfora permanente es, a mi entender,
“simbolismo” en su sentido más profundo».
X
Para
los observadores contemporáneos, el Parlamento Mundial de las Religiones de
1893 fue el acontecimiento de la década, o del siglo, o incluso, para el
indólogo Max Müller, «uno de los acontecimientos más memorables en la historia
del mundo», aunque él no asistiera. Fue la mayor reunión mundial de las
religiones del mundo —la única comparable la había convocado el emperador mogol
Akbar en el siglo XVI— y la primera vez que en Occidente eran ampliamente
expuestas las religiones asiáticas por los propios asiáticos. (Los
trascendentalistas habían conocido la India a través del Romanticismo alemán;
los informes posteriores procedían sobre todo de teósofos estadounidenses,
conversos e híbridos.) Además, los asiáticos solían representar versiones
reformistas, «modernas», de su fe. Swami Vivekananda definió la meta del
hinduismo como la unión de un alma humana con la conciencia universal de un
dios universal: «El hombre ha de volverse divino, comprender lo divino, y por
lo tanto el ídolo, el templo, la iglesia o los libros son meros apoyos que lo
ayudan en su infancia espiritual, pero debe progresar continuamente». El sueño
del Parlamento era que el mundo estaba a las puertas, en el siguiente siglo, de
una religión mundial única que uniría Oriente y Occidente, ciencia y tradición.
El budista cingalés Anagarika Dharmapala presentó el budismo como una
«metafísica trascendental que envuelve una psicología sublime», y el nirvana
como «la paz eterna en el vórtice de la evolución».
La
estrella fue el bengalí Vivekananda, apuesto, elocuente con su acento inglés y
vestido con unas ropas y turbante naranja que paraban el tráfico. Gracias a sus
extensas giras de conferencias y a la fundación de su Sociedad Vedanta, se
convirtió en el primer gurú indio en alcanzar fama mundial. Pero su mensaje no
sólo era un nuevo hinduismo universal que fundamentalmente eliminaba los dioses
hindúes, sino que (como nacionalista indio) también era antibritánico y se
mostraba contrario a los misioneros y sarcástico con el cristianismo: «Si el
fanático hindú se quema a sí mismo en la pira, nunca enciende las llamas de la
Inquisición».
Más
gurús siguieron a Vivekananda, y los misioneros y otros grupos protestantes se
defendieron alimentando el clima general contra la emigración, en particular
contra la asiática. En 1914, un libro de Elizabeth A. Reed inofensivamente titulado
Hinduism in Europe and America [El hinduismo en Europa y Estados Unidos] se
hizo muy popular. Reed —siguiendo una pauta recurrente— pasó de una reputada
erudita a paladín: «Los swamis están propugnando constantemente el krishnaísmo
tanto en suelo europeo como americano. Saben que sus obras personifican al niño
ladrón, al indigno guerrero, al amante licencioso y toda la indescriptible
indecencia vinculada incluso a su pública adoración». A tenor de los relatos
sobre esposas y madres cautivadas por sus gurús hasta el suicidio, la locura,
la depravación y el abandono de sus familias, Reed advirtió: «Que la mujer
blanca se guarde de la influencia hipnótica de Oriente». (Un año más tarde,
como prueba contraria a la situación más extendida, Pound incluyó el poema
anglosajón «El marino» en su volumen de traducciones del chino Cathay, a fin de
contrastar la barbarie de los britanos con los refinamientos de sus
contemporáneos de la dinastía china T’ang.)
El
libro de Reed fue un solo en el coro que llevó a la Ley de Inmigración de 1917,
a crear la Zona Asiática Vedada que prohibía la inmigración a Estados Unidos a
cualquier asiático, salvo los filipinos cristianos. Permaneció en vigor hasta
196 5, y junto con los asiáticos prohibía la entrada a «todos los idiotas,
imbéciles, personas con debilidad mental, epilépticos, dementes; a las personas
que hayan sufrido previamente uno o más ataques de locura en cualquier momento;
a personas con inferioridad psicopática constitucional; alcohólicos crónicos;
indigentes; mendigos profesionales; vagabundos; personas que padezcan cualquier
tipo de tuberculosis o enfermedad contagiosa, repugnante o peligrosa; personas
que hayan sido condenadas o que reconozcan haber cometido un delito grave,
crimen o falta que implique depravación; a los polígamos o personas que
profesen o defiendan la práctica de la poligamia; o a los anarquistas», entre
otros muchos. «Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores
/ rebosan intensidad apasionada.» O para ser más exactos, los mejores carecen
de intensidad apasionada, mientras que los peores rebosan convicción.
XI
El
Huai Nan Tzu, libro taoísta del siglo II a.C., señala que «antes de que el
Cielo y la Tierra se formaran, había un abismo amorfo y vacío, la Luz Suprema.
El Tao se inició con el Vacío, y el Vacío engendró el universo. El universo
engendró el ch’i (aliento vital), y fue como un remolino rotando entre dos
orillas», Como sostenían al mismo tiempo los presocráticos —el Huai Nan Tzu
proviene de fuentes más antiguas—, los elementos más ligeros ascendieron para
convertirse en el Cielo, y los elementos pesados se condensaron para
convertirse en la tierra.
En
China, sin embargo, el cielo y la tierra se combinaron para convertirse en el
Yin y el Yang, los cuales, como en el consabido símbolo, son una rueda o
espiral que gira. En China, sin embargo, el principio no fue el principio. El
Huai Nan Tzu repite a Chuang-Tzu, que a su vez repite a Lao Tzu, que repite
a... nadie sabe... que hubo un principio, y que hubo un tiempo antes del principio,
y que hubo un tiempo antes del tiempo anterior al comienzo. Antes de que
hubiera Ser hubo No Ser, y hubo un tiempo anterior al principio del No Ser, y
hubo un tiempo antes del tiempo anterior al comienzo del No Ser.
Wyndham
Lewis: «En el corazón del remolino hay un gran lugar silencioso donde se
concentra toda la energía». Los sufíes de Mevlevi, los llamados «derviches que
dan vueltas», recrean la creación del universo a partir de planetas rotatorios
que giran alrededor del Sol: la mano derecha con la palma hacia el Cielo recibe
el espíritu de Dios y la mano izquierda con la palma hacia la Tierra lo
transforma en materia. Cada cual cree que el eje sobre el que gira es su propia
Kaaba interior, la Piedra Negra de La Meca, que a su vez ha de ser circundada.
Wyndham Lewis ilustró el vórtice en la revista vorticista Blast con una
perinola, un cono con el eje vertical. Pound tradujo el título del libro de
Confucio, el Chung Yung (normalmente conocido con el título de la Doctrina —o
la Práctica— del Medio), como The Unwobbling Pivot [El pivote que no oscila].
Cada vórtice tiene un eje, un árbol o, incluso, en el mito védico de la
creación, una montaña con la que se batió el Océano Lácteo y se transformó en
el universo.
Yogui
Ramacharaka, en su pequeño libro de fragmentos El espíritu de los LJpanishads,
cita el Atmapurana (que no es un Upanishad, pero no importa): «El nadador, tras
haber llevado a muchos sin percances al otro lado de la corriente, se acerca al
remolino y es arrastrado sin remedio. Aquéllos que, al otro lado, sienten
gratitud por su ayuda, lo compadecen; otros pasan indiferentes. El Sabio
atrapado en el remolino de las palabras y los tecnicismos recibe la compasión
de los que, tras haber alcanzado la otra orilla de todas las palabras y de todas
las formas, aún sienten gratitud por su ayuda».
XII
El
torbellino, el torbellino desde el cual Yahvé habla a Job, y lleva a Elias al
cielo, y en la visión de Ezequiel da vueltas y hace aparecer querubines
monstruosos, es en sí mismo invisible, se hace visible en su giro; es pura
fuerza. Entre los indios de las llanuras se creía que un búfalo, antes de
luchar, piafaba, levantaba el polvo como una plegaria al torbellino para
pedirle fuerza. El torbellino es un capullo, el capullo es un torbellino: en
los tocados se llevaban capullos de verdad, y los capullos ornamentales están
hechos de gamuza y cuentas. En la lengua arapaho, se emplea la misma palabra
para torbellino y oruga. El torbellino es un capullo; un capullo es
transformación; los torbellinos son las almas de los muertos recientes que
ascienden; los chamanes montan en los torbellinos; el camino fuera del mundo, o
a otro mundo, atraviesa el vórtice.
Blake:
«La naturaleza del infinito es ésta: Todo tiene su propio Vórtice / y una vez
que un viajero a través de la Eternidad / ha pasado su Vórtice, lo percibe
rodar hacia atrás más allá / de su senda, cerrándose en un globo como un sol, /
o como una luna, o como un universo de estrellada majestad...».
Blake
dibujó la escala de Jacob como una escalera de caracol que atraviesa la luna y
conduce al cielo. El infierno de Dante era un vórtice, mientras que su
contrario, la senda en espiral a lo largo del Monte Purgatorio, conduce al
cielo. El peregrino de Bunyan avanza por una senda en espiral hacia la Ciudad Celeste,
y el héroe de la India, Shaktideva, navegando rumbo a la Ciudad de Oro en el
Océano de historias, es el único superviviente de su navio tras agarrarse a una
rama de baniano que crece misteriosamente de un vórtice en medio del mar.
Los
pliegues de la corteza cerebral se denominan gyri. Pound concluye uno de sus
últimos Cantares (CXIII) con el verso: «mas la mente, como Ixión, inquieta,
siempre girando». No es una imagen de la curiosidad inquieta, sino de las
ruinas de la propia vida. Se consideraba que Ixión había sido el primer griego
en asesinar a un pariente: colocó una trampa sobre un hoyo de carbón encendido
en el cual cayó su suegro, que venía a cobrar la dote. Zeus le permitió entrar
en el Olimpo para purificarse del crimen, pero allí intentó seducir a Hera, la
esposa de Zeus. Píndaro dice: «Su arrogancia lo condujo al extremo delirio».
Zeus lo ató a una rueda de fuego que gira para siempre en el averno.
XIII
En
algún lugar alejado al este del mar de Japón y al norte de los caladeros
ecuatoriales —es difícil saber exactamente dónde, pues Ahab había destrozado el
cuadrante y una tormenta eléctrica había invertido los compases —, el Pequod
halla su destino: «Entonces círculos concéntricos atraparon también el bote
solitario, a cada hombre, a cada remo fluctuante, a cada palo, y haciendo girar
en el mismo vórtice las cosas vivas junto a las inanimadas, se llevaron hasta
el último resto del Pequod». Lo último en hundirse es, por supuesto, el árbol
celestial del palo mayor, «dejando aún visibles algunas pulgadas del mástil», y
con éste el indio americano Tashtego, y con él, simbólica aunque
increíblemente, un águila pescadora que el indio ha clavado en la madera sin
darse cuenta.
Es
probable que el Pequod se hundiera ya en los márgenes del Giro del Pacífico
Norte, una vasta extensión de océano creada por la corriente de California que
se dirige al Sur, la corriente Ecuatorial del Norte, que se dirige al Oeste y
luego al Norte, y la corriente de Kuroshio, que se dirige al Norte y luego al
Este. El Giro es uno de los lugares muertos del planeta, situado en la misma
latitud que los desiertos del Sahara y el Gobi, y el mar de los Sargazos,
igualmente sin vida. Los pescadores comerciales no se molestan en ir; los
buques mercantes casi nunca lo cruzan, ya que no conduce a ninguna parte. El
Giro está lleno de basura a la deriva, proveniente de Japón y la costa
occidental de Estados Unidos. Una expedición científica lo barrió durante
varios días y extrajo una tonelada de desperdicios: perchas de plástico,
bidones de residuos químicos, neumáticos, televisores, pelotas de baloncesto.
Hay bolitas de plástico de colores brillantes dentro de las medusas
transparentes que por allí proliferan; casi tres kilos de plástico por cada
medio kilo de plancton. En las deshabitadas islas de nidificación, los
estómagos de los albatros en descomposición son una masa de tapones de botella
y trozos de envases de lejía, soldaditos, cordel de plástico, cacahuetes de
poliestireno, celofán y astillas de los estuches de discos compactos.
Edgar
Allan Poe comienza su «Libro de Verdades», Eureka: un poema en prosa, con la
imagen de un hombre de pie en la cumbre del volcán Etna girando sobre sí mismo
lo más rápido que puede, para así ver de una sola vez, y como una totalidad, la
magnificencia del panorama. Poe propone que su libro hace lo mismo, en una
vertiginosa sucesión, con el «universo material y espiritual». Para finalizar,
en 1848 inventó la idea del agujero negro. A causa de los «movimientos
vorticiales» de las «porciones individuales del Universo», resulta «demasiado
evidente» (la cursiva es del propio Poe) que, en última instancia, todo en el
universo se colapsará en una sola entidad, que, al igual que Empédocles,
imagina como una esfera. Todas las estrellas y los planetas serán uno, toda la
gente será una y todo será uno con el «Espíritu Divino». El vórtice es el final
de los tiempos. T. S. Eliot, «East Coker»: «Giraron en un vórtice que traerá al
mundo / ese fuego destructivo ardiente / antes del reinado de la capa de
hielo».
El
vórtice es el principio de los tiempos. En una versión del mito de la creación
azteca, Quetzalcóatl, como dios del Viento, sopla por una caracola sobre un
montón de huesos para crear la humanidad. Una caracola es un vórtice que se
puede sostener en la mano. En náhuatl, una misma palabra significa «dar
vueltas» y «dar vida». Creían que algunos poemas habían nacido de un árbol
florido en el paraíso, y que llegaron hasta la tierra girando.
En: Las Cataratas, Duomo ed.,
2012
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