domingo, 16 de agosto de 2015

UN CUENTO NORTEAMERICANO /4TA ENTREGA






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Así que se metía la cuchara llena de Froot Loops con leche en la boca, sin mover ni un otro músculo. Su cara pálida y las eminentes ojeras que llevaba no eran de notar para el resto de los Applebaums; ya habían terminado de comer y uno leía el periódico —la sección de yates— , la madre el suplemento sobre vida saludable que traía el periódico, y Matt…Matt la miraba.
El señor Nash se levantó de su silla, y dirigiéndose a todos les dijo, frotándose con una servilleta la boca, que iría a comprar al Supermarket. Eso quería decir que si alguno quería algo especial para comer o beber sólo tenía que hacérselo saber.
No recibió respuesta. —Bah, bueno, entonces voy—. Cogió las llaves del automóvil y se le oyó, ya en el pasillo, ponerse su traje de agua y las botas, entre varios casi inaudibles oh, mierda (oh, shit en inglés) pues sus proporciones de sumo no le ayudaban mucho.
        Matt Applebaum, inocentón, seguía mirándola.
— ¿Qué mierda miras? ―le dijo frunciendo el ceño.
—Nada Sylvia –como un eructo– no seas tan amargada. No sé cómo te aguantas verte todas las mañanas, eres como una bruja enana —se metió un brownie de una zampada en la boca, y mientras lo masticaba, siguió— además eres aburrida. No hablas. Sólo te pones como bruja.
—Dejen de fastidiarse niños –dijo de espaldas la señora Applebaum, sin mucho ahínco, mientras lavaba los platos.
—Es Sylvia Ma –acusó el gordo– dijo mierda (shitt en inglés) Ma.
La señora Applebaum no dijo nada. Refregaba absorta una sartén con restos de hamburguesas quemadas.
Sylvia siguió con sus cereales, y Matt, no satisfecho con sus odiosidades, y con una expresión indefinidamente obscena, por provocarla, le hacía gestos con su lengua como si fuera un perrito sediento.
De pronto, cuando era lo convenido un ataque de ira como los de entonces, a Sylvia parecióle que la indignación amainaba. La indigestión que le provocaba ese ser repulsivo y canalla, ya pronto a convertirse en un sucio y cochino ciudadano americano —si su mínima inteligencia se lo permitía— se esfumaba, y en su lugar aparecía la más graciosa de las comedias negras. Podía contemplar como ventajosa espectadora el espectáculo mismo del absurdo humano, en el ejemplo más que sintomático que era su propia familia. No podía creer el nivel de maquinal inconsistencia al que habían llegado los cerebros de una familia promedio del condado de Queens. Aparentaban ya no razonar.
Afuera, a pesar de la intensidad del Sol, aún llovía raudo.
No había motivos para desesperarse.
—En fin hermanito— le dijo Sylvia repentinamente, con un tono en la voz que nunca había tenido —simplemente me das pena, ya no puedo hacer nada más por ti.
Siguió lentamente, y con aires de satisfacción, comiendo sus Froot Loops.
Cuando se retiró de la cocina, su madre la siguió con la mirada hasta perderse su cuerpo subiendo la escalera.







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