domingo, 23 de agosto de 2015

UN CUENTO NORTEAMERICANO /7MA ENTREGA










7






       
Ya era la hora del almuerzo. La habitación de Matt estaba cerrada con una liga que prohibía el paso. La alfombra mojada se asomaba por debajo.

El señor Nash procuró tapiar la gotera con un pegamento especial, que había comprado por televisión, y que suponía la panacea a las goteras. Como es de esperar se llamaba No More Leaks! ―con el signo de exclamación incluido―. Era una especie de silicona que podía utilizarse mientras el agua escurría. Por lo tanto, se podía aplicar directamente sin previo secado, y actuaría sin problemas deteniendo la filtración. Era la primera vez que la usaba, y se sentía ansioso.
El caso es que cierta composición química de No More Leaks! reaccionó con el poliestireno que recubría el techo por dentro. Éste empezó a consumirse echando una delgada estela de humo. El agujero se convirtió en un hueco en el techo, y ya no sólo caía agua, sino cualquier porquería que se estuviese pudriendo allí desde quizás qué tiempos. Como una corriente del alcantarillado, todo le caía en la casi calva cabezota al señor Nash.
―¡Oh, mierda!― gritó saliendo pronto de allí. Corrió la cama hacia un recodo de la habitación y, haciéndole el quite con saltitos al agua que la inundaba, llamaba a la señora Applebaum.
―¡Cariño, cariño! ¡Tráeme la bañera de bebé que está en el garaje! mierda carajo (esto lo decía mientras esquivaba el agua sucia) ¡Cariño! ¡Cariño! ¡Apúrate! ah, mierda (le había entrado agua en los calcetines) ¡Vamos cariño, me está entrando agua hasta por las pelotas!
La señora Applebaum le secaba el pelo a su bebé de 90 kilos en el baño, y el ruido del molinete le impedía oír.
        ― ¡Cariñoooo! mierda, perra sorda estúpida (fucking deaf bitch en inglés). ―no solía insultar a su mujer, pero claramente esto lo dijo en un susurro. Miró a todos lados desconcertado, y como en una repentina ocurrencia pensó en Sylvia.
―Sily! Sily! ―gritaba con una ternura maquinal, insulsa por la urgencia― ¿Puedes venir un momento? ¡¡Sily!! ¡¡Hey!! ¡¡Siiiilvyyyyaaaa!! ―gritó largo y agónico, haciendo pucheros― Niña estúpida, bastarda y maldita ―terminó por despotricar contra su hija, ya resignado.
La señora Applebaum en ese preciso instante apagaba la secadora de pelo, y le daba un cariñoso beso en la cabeza a su enorme hijo.
―Ya bebé (baby en inglés), vamos a prepararte algo de comer. Ven, vamos, vamos, arriba― intentó cogerlo de los sobacos, pero desistió casi de inmediato.
Iban por el pasillo ―el gordo Matt envuelto en una bata blanca que lo semejaba a un oso polar adulto― cuando el señor Nash salía como podía de la habitación, empapado, con restos de lodo y chucherías en su cabeza y sudadera ―para más colmo― blanca.
La señora Applebaum emitió uno de sus característicos espasmos. La miró:
―¡Pero es que en dónde mierda han estado! ¡Me estaba ahogando aquí! ―exclamó mientras se sacaba una especie de bola de pelusa, pelo y pequeñas mierditas de un pómulo.
―Pero, papi (daddy en inglés) no te escuchábamos ―le dijo Matt seriamente preocupado.
        ― Sí, amor, debe haber sido el ruido de la secadora. Lo lamento tanto (i’m so sorry en inglés), cariño ―se acercó a limpiarlo con una de las puntas de la bata de Matt.
―Ma! ―chilló el chico quitándole el trozo de bata― ¡Está asqueroso!
        ―¡Es tu padre Matt! ¡Dame eso! ―y le arrancó la bata de un tirón hasta dejarlo completamente desnudo. El niño hacía pucheros y tiritaba como si se muriera de frío, mientras la señora Applebaum abrigaba a su esposo con la bata blanca, ahora llena de inmundicias.
―Vamos bebé, corre a tu habitación, hay que vestirse ―dijo, volviendo a su tono matinal― Y tú cariño, ve, tómate un baño, te dejaré ropa limpia en nuestra habitación. Yo voy a buscar algo para retener la gotera.
―La bañera del garaje, eso es lo que estaba gritando ―dijo el señor Nash, paladeando sus palabras.
―Ok cariño, voy al garaje.

Entonces, los tres se separaron frente a la puerta cerrada de Sylvia.


















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