Escrito
en 1920, “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires” figura entre los
primeros textos de Roberto Arlt. En todos los sentidos podría leerse como un
ensayo general. El título descriptivo no deja adivinar el carácter de protonovela
ideológica de estas páginas donde se cuenta un tramo de biografía intelectual.
Como en El juguete rabioso, Arlt
habla también aquí sobre la iniciación de un adolescente.
Mezcla
de ficción y de panfleto, “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires”
oscila entre la exposición de saberes clandestinos, secretos, despreciados
desde la perspectiva del discurso “razonable”, y la historia casi fantástica de
un muchacho poseído por las maniobras de sectas orientalistas y
parapsicológicas. Arlt cita, parafrasea, comenta y critica una bibliografía underground (una especie de filosofía y
psicología para pobres, para muchachos sensibles y para mujeres, que también
fascinó a algunos intelectuales). Mucho de lo que dicen los personajes de Los siete locos, Arlt lo aprendió en los
libros que leyó cuando escribía este texto.
“Las
ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires” relata un viaje intelectual que
tiene mucho de iniciático. La locura acecha al adolescente que, intoxicado por
Baudelaire y De Quincey, cae fascinado ante un joven pálido al que, con
adjetivación modernista, Arlt describe como “un hiperestético extenuado”, es decir,
un sensitivo, que posee las capacidades del médium: “Cuando desenvolvía esas
tesis extrañas y oscuras, descubría, en el fulgor de sus negras pupilas, no sé
qué misteriosos arcanos seductores”. En la biblioteca de ese joven pálido, el
narrador de “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires” descubre libros
de alquimia, de magia, de teosofía.
Por
lo que se ve, el narrador ha caído en una red de saberes iniciáticos. El
vocabulario exótico (faquires y yoguis, selvas de Bramaputra, Tibet, Magos
Negros, Sutras, Hatha y Raja Yoga), que aprende velozmente, ofrece, como toda
palabra iniciática, un camino de ascenso hacia los poderes psíquicos: “Por
medio de esos poderes se era clarividente al igual que Swedenborg, se escuchaban
las misteriosas voces de los pianos, de los caos más distantes, como Hermes
Trimegistus, o Isaías, se descorría el velo de Isis, se desenmascaraba la
Esfinge y se penetraba en la Suprema Razón, en el espacio de las N dimensiones”.
Este léxico extravagante, muy difundido en Buenos Aires a través de libritos de
kiosko y de la prensa, constituye una enciclopedia.
Trastornado por los libros, el narrador se
convierte en médium y delira en soledades pobladas de “pigmeos espantosos y
simios blanduzcos, obscenos y corcovados”. Las notas al pie de página
reduplican las alucinaciones y las visiones extrasensoriales señalando sus
fuentes eruditas. Se dibuja así un sistema de relaciones marginales con la
cultura. Arlt busca lugares por donde no pasarán otros escritores, encuentra
materiales de segunda mano, ediciones baratas, traducciones. Con eso, construye
una literatura original. Recorre esa biblioteca de saberes teosóficos y tiene
ante ella una posición doble de atracción y denuncia. Pero, sobre todo,
encuentra elementos de su narrativa futura. En “Las ciencias ocultas en la
ciudad de Buenos Aires” está esbozado Los
siete locos.
Pero
hay mucho más que un conjunto de saberes iniciáticos. La conspiración, la secta,
el complot y el secreto son el otro tema de “Las ciencias ocultas”. Ya lo dijo
Walter Benjamin: la sociedad secreta es la forma organizativa de la
conspiración y el espacio de acción del conspirador. Arlt denuncia esa red de
logias, pero también toma como modelo para inventar la organización delirante
de sociedades secretas tal como aparecerá en sus novelas futuras.
La
sociedad iniciática es la presencia de lo secreto en el mundo público de la
ciudad moderna. El conspirador es un audaz que sintetiza todas las revoluciones
posibles, de izquierda y derecha; es autoritario y anárquico al mismo tiempo;
propone una nueva moral de hombres fuertes como alternativa al fracaso de los
pobres diablos y la mediocridad de la pequeña burguesía. La sociedad iniciática
de Los siete locos remite a los
anarquistas pero también a los teósofos. Es la respuesta del pobre frente a las
sociedades a las que pertenece por linaje.
Foucault
afirmaba que el poder se caracteriza por “rituales meticulosos”. El Astrólogo
lo sabe; y el Rufián Melancólico también conoce el orden que los prostíbulos
necesitan tanto como las sociedades. Ese contrapoder de los pobres y los marginales
que se organiza en las sectas arltianas, es obsesivo en su método de acción, en
sus deliberaciones, en su respeto por las jerarquías piramidales de los jefes,
en su desprecio por quienes están demasiado hundidos en la necesidad de
liberarse por la imaginación. La trama conspirativa es una respuesta a la “vida
puerca”
Las
sociedades iniciáticas se definen por un saber que se traduce en poder. De allí
la fascinación de Arlt, que es un desposeído de saber y poder. En Los siete locos la sociedad es un instrumento
y un fin. Un instrumento que destruye y restaura identidades, donde cada cual
tiene la oportunidad de cambiar, de un solo golpe, una vida que resulta
intolerable. Pero esa posibilidad es también un espejismo, que conduce a cada
uno de los iniciados al fracaso. Y es un fin porque la sociedad aparece como el
único escenario posible de una fantasía de poder a la medida de marginales y
derrotados.
La
sociedad iniciática tiene como presupuesto la constitución de un mundo
diferente y los personajes de Arlt, esa especie de desajustados incolmables,
sólo podrán vivir en el imaginario de una revolución que lo cambiará todo, tan
deseada como imposible.
1998
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