martes, 8 de agosto de 2017

N.Y. LE FOU/ 1 escena en prosa









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¿Qué? Frases inoperantes. El pan se quema —se va a negro— en el tostador de la cocina central; no es de noche aunque eso parezca. La poesía me parece una actividad dubitativa, hostigosa. El pan se quema. Yo lo que quiero es comer.



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Escucha e imagina a la vez la escena que la muchacha describe: la muchacha —otra— se desploma. Corte. De nuevo. Un anciano declarado hace un par de semanas muerto toca su puerta. Ella abre. El anciano dice hola, cariño. Ella se desploma. Una cámara filma la escena desde una de las capas de la estratósfera. Capta el momento exacto. Evacúa la imaginación: bienvenido al acto Nueva York.




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¿Viste Old Boy? Mi capacidad de reflexión ahora llena de pelos y liendres. Le taladraban un diente.



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El queso sabe mal. El piso de la cocina está mojado. Te pregunta seriamente si quieres ver una película. Te levantas de tu asiento como de una alfombra, te pican los ojos. Alguien ha despertado en el mesón contiguo.


  
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UN FILM, ESTA VEZ GODARDIANO APÓCRIFO. Deposita una toalla blanca roída y mojada sobre su rostro. Reposa al estilo de una hamaca en una sórdida bañera oxidada. Nubes subacuáticas le recuerdan a una tragedia leve.



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Desayuno en Nueva York. Una muchacha pelirroja, hermosísima, intenta formular una pregunta. Me regala conversación, charla. Los grumos apelotonados de café en el pocillo del azúcar. Olvido inmediato.



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Incapacidad para mantener conversaciones prolongadas. Sus labios son como los de un pez acongojado, pronto a ser devorado por un tiburón blanco. Torres enormes hacen cosquillas a los cielos. El agua del East River tiene una contextura de naranjas doradas. Tibetanas. El amanecer de fuego. La muchacha permanece, ahora, en silencio.


        

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Alguien relata el suicidio de alguien en alguna de las mesas de la cafetería. No recuerdo ni sus ojos, ni su cara, sólo su tono de voz, como de Madame Butterfly. Ahora el mismo sol, como una naranja dorada tibetana, pareciera atraernos así fuera una barca abandonada, hacia su centro: el mar muerto.



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El amanecer de NY tiene el aspecto de un diente blanco inspeccionado bajo la fiebre del oro. El café sabe a hojas. Hojas secas. Nueva York está ausente. La muchacha no está. ¿En el baño? ¿Un taxi? Dudas de ti, no de su existencia. El vaporcillo aún emerge de su taza.


  
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La muchacha dice un improperio. Lanza un alarido que nadie comprende. El camarero duda si acercarse o mantenerse distante. Es trabajo de psiquiatras. El pendenciero: intento de formular una oración. Ella la conoce. Entonces una línea trazada con tiza por el FBI nos separa a ambos del resto inerme de la cafetería. Tres viejos barbones, dos chinas, un agujero negro…





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FILMS FRANCESES, FILMS SUECOS, FILMS ESCANDINAVOS, FILMS UCRANIANOS. La nieve abunda como la espuma en una bañera de niño. Los personajes reflexionan sobre el vivir como si el tiempo les fuera propio, como si la comida apareciera por arte de una magia negra en la alacena todos los meses. El cigarrillo de Beckett parece cocinado al vapor. Te confundes. La película la has visto trece veces, como las trece posturas de la Luna. Buster Keaton cuelga el teléfono y dice por primera vez una oración, una sola: fatiga de material.


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Primer plano de queso fundido al microondas. Las tazas vacías. Un servicio disléxico. Ella pronuncia vocales, tú quieres escribir en paz; ella no termina de no comprender: sus temas de conversación varían desde las estaciones hasta Joan Báez, ambos extremos del espectro son en vano. Leer no es un mero acto contemplativo, ni mucho menos escribir. Que ella no lo note no es problema mío. Nueva York parece un sarcófago egipcio recién abierto a la intemperie.



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Las preguntas suceden como punzadas agridulces. Ella no está por quinta vez. La contextura de su espalda aún no desaparece de la hendidura momentánea del asiento de cuerina. Recuerdos que reaccionan ante la neurosis. Un currículum de iluminaciones. Su cara la desconocen los vaqueros esotéricos. El café ha hecho lo suyo, el lápiz corre como un caballo de carrera por un hipódromo siempre blanco.

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Las preguntas del Tao las contesta Ingmar Bergman cuando encierra a un par de niños (niña & niño) en una mansión carente de muebles, henchida de asesoras del hogar, dominada por un monje fascista que se acompleja frente a la violencia, y frente al amor.


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La cámara cae al barro. No sé qué relación existe entre Nueva York y este fracaso. Aventuro una respuesta: tal como Cecil Taylor, Nueva York es otro fracaso que sigue ocurriendo.


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¿Duerme en el baño? ¿Ha partido, ha cogido un avión de emergencia? El puente de Brooklyn se asemeja a una anguila de titanio bañada en caramelo. Hey! eso es real. La aurora de fuego, los cines, etc. Bellísimo. Quizás instala una bomba de tiempo en el baño de la cafetería.



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Miles de camareros nos rodean. El sexo y la autoridad se conjugan en una fórmula terrible. Ella no lo sabe y lo sabe. Hablen de los labios de Freud, o descífrenle el amor a Lacan. Labios que se besan a sí mismos. El café entra y sale de las vaginas. La escritura ya no tiene sentido. Shakespeare va a desaparecer, pero eso ya cuando no importe. Otelo se pierde en una librería de viejo de los bajos suburbios. Los camareros esta vez son los jefes.



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Woody Allen no estudió artes escénicas en NY, ni en ninguna parte. Tampoco dirigió una película en clave francesa llamada: Fatiga de Material. Fatigue des Matériaux. Tampoco escribió el libro de ensayos titulado: Las cenizas blancas espolvorean los labios de la contracultura. The White ash dusted the lips of the counter culture. Ni siquiera la nueva novela: Valles Centrípetos. Centripetal Valleys.



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Que hable o no hable no es la cuestión. La postura para escribir es autodestructiva. Sin conciencia del acto. Si me interrumpen me enfurezco. No estoy fuckiando, damita. El presidente es una alpargata comparado con esta gesticulación desconsolada, esta jerigonza de sagrada escritura. El presidente será recordado, sin duda, por efectos del imperativo categórico. A mí, en cambio, me olvidarán con artística dedicación.



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Nueva York, o New York (como reza la placa), es una ciudad en el sentido estricto del término. Y esto: un desayuno, a base de grasas animales y un café de otro planeta. La aurora ya es un poco más azulina. Asistimos al final ―sin una conclusión clara― de este poema. La muchacha siempre estuvo aquí. Yo no alcé la vista. ¿Has visto Reservoir Dogs? Apaguemos esto y vámonos de cines, apostillo.






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