viernes, 7 de agosto de 2015

ESPECTROS DE UN FAUNO





Escribir es intentar saber qué
escribiríamos si escribiéramos.

Marguarite Duras[1]




Mal escritor. Mal imaginante. Mal lector. Mal hombre. Menos mal que sexo
 no le falta.
Hombres mono, locos, desahuciados, necróticos y benevolentes.
Aquel paseo mudo, en autobús, de Rulfo y Onetti.
Corriendo, no, aburrido de esperar la vertiginosidad; escrutas un pequeño espa
cio donde escribir, como en un hueco llovido, una simpleza. No es frustración, sino una manera de disponer de tu santa biología. Escribir mientras se duerme. Jerigonzas vergonzantes. Pero allí está, la obra de un hombre sin tiempo. Se pierde por las carreteras por donde se deslizan los fecundos centinelas de la poesía, o los mismísimos cornudos del arte moderno.  
Una cosa. Cosificación de ideas parlantes. Nada. Ni siquiera un aforismo va—
cuo, una limosna de texto. El degeneramiento obvio que significa escribir sobre la imposibilidad de la escritura (Walser dixit). Pero se escribe. Y se escribe bien. Buena puntuación, gramática coherente, sentido.
He vuelto a casa con la mochila llena de libros robados. ¿Hallar alguna satis-
facción en aquel acto impúdico? Cuesta bastante, pero luego de un reflexionar anárquico y, en verdad, práctico, se tiene ante uno la información necesaria para desarmar un palacio completo, una bomba o desmenuzar un discurso del Presidente. Menos mal que no he levantado sospechas, pues por este amor desfachatado a la literatura, y mejor dicho, al libro-objeto, podría arruinarme. Me figuro una redada. Alto allí, grita un tipo de corbata. Otro que me toma por detrás coge mi mochila, la revisa. Comienza a sacar ejemplares de libros de Anagrama, de Muchnik, de Visor; y mi corazón se acelera, mi rostro se compunge, y me pongo a llorar. ¡Y ahora con qué le voy a dar de comer a mi hija! Exclamaría. Esto de la paranoia es un purísimo teatro.
Nostalgia a todos nos da, incluso a los que no nacen aún
Oro. Oro quiero ahora ya. Me trae sin cuidado la revolución. Quiero comprar,
y comprar y comprar. Tener la libertad de comprar. Quiero comprar hasta venderme, hasta arrendarme, hasta consumirme, estropearme de mercado.



[1] En realidad esta frase es de Enrique Vila-Matas. Fue él mismo quien se la adjudicó a Duras, por vergüenza, según él. (N. de la E.)

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