Por raras circunstancias me he visto nuevamente entre manos con libros de surrealistas franceses; no recuerdo muy bien por qué, o en qué referencias me los habré topado para volver a coger sus libros, y más aún, leerlos. A mi modo de ver, este gesto puede esconder un síntoma de inmadurez, o mejor dicho, de querer "inmadurar", si se puede decir de algún modo, o de desear permanecer en el estado mental de un púber, la tierra más fértil para el arte como se jactaba Gombrowicz. Recuerdo que cuando comencé a leer, a leer de verdad (no hará mucho) leía a los franceses, bueno, en realidad solamente a dos franceses, que es básico, digamos: Rimbaud, el niño; y a Artaud, el momo. En ellos la imagen está por sobre la sintaxis, o el estilo -aunque el primero halla escrito el grueso de su obra en prosa, y el segundo no halla publicado más que dos poemarios (El Ombligo de los Limbos y El Pesa-nervios)- siendo significativo en sus correspondientes poéticas la transposición literal de la metáfora. Lo que Rimbaud profesaba como la alucinación voluntaria, que en términos más pragmáticos constaría de la eliminación del "como" (ya no es "el sol es como un incendio", sino "el sol es un incendio"); para Artaud es el padecimiento extremo de la poesía en la propia carne, o la puesta en juego de los cuerpos en circunstancias incorpóreas: la baba, la flatulencias, el cerebro conduciéndose por la abstracción: el juicio final, la eternidad, la razón.
El púber está enraizado en esta situación corpóreo imaginativa, por lo que tendía en mis comienzos a devorar todo lo que oliera a francés y simbolista. En algún punto me detuve. Ya no era la urgencia del cuerpo, no era la sensación (hay un poema de Rimbaud que me encanta que se llama precisamente Sensación, que leí en una traducción bastante precaria -al púber no le interesa la calidad de la traducción- y que termina con los siguientes versos, lindísimos, y corrí por los campos feliz como una mujer), sino la memoria. Por lo que terminé reconduciendo mis curiosidades a lo relatado, a las formas de narrar; lo que básicamente es la poesía norteamericana, y su ideología pragmática: lo que interesa es lo que sucede, la acción.
Esta sensación de púber, tan gombrowicziana, acudió como un eco de ultratumba a mí hoy, en que reabrí el libro Opium de Jean Cocteau.
Parece ocurrir algo similar con Jean Cocteau, pero no con su escritura, sino más bien con sus dibujos: el translúcido contraste entre los abstracto y lo corpóreo; llevado a su cenit cómico.
(No me sorprendería que otro humorista como lo es Copi se halla inspirado rotundamente en Cocteau para crear sus propias caricaturas. Si se hace la comparación, el parecido es evidente.)
No vale describir mucho teniendo los dibujos aquí mismo, así pues, sin tener más que decir les concedo la vista. Disfrútenlos como si fueran púberes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario