miércoles, 7 de junio de 2017

APUNTES A UN FILM RUSO/ Voice over a "Elegiya Dorogi" de Sokúrov








Bueno, otro de los tantos ejercicios memorables que hemos hecho en el taller de Germán ha sido suplantar el voice over de algunos cortometrajes de cinearte y escribir otros encima, inspirados en la pura imagen, o en lo que se nos diera la gana —facciones, música, gestos. En un primer momento, precisamente, me hallé confuso, no en el fondo sino en la manera de abordar el film. Lo intenté primero tomando notas sobre el mismo. Elegí, de entre por lo menos cinco, Elegía de un viaje del director ruso Aleksandr Sokúrov. Me sobrepasó el hecho de ver la imagen, escuchar esa voz trémula y profunda, y además leer los subtítulos que me traducían esa poesía en ruso tan fina; por lo que la dejé ir, me concentré en el placer del telespectador dejando el moleskin y el lapicero a un lado. Comentario aparte merece la peli, que es una bomba, una maravilla que te sobrecoge como si te susurraran un poema al oído. Al segundo intento quité los subtítulos, pero —de nuevo— el predominio de esa voz que —se entiende— sostiene (o quizás, provoca) toda la película, no dejó que me concentrara. Finalmente decidí dejar todo en mute y tomar notas a mi aire, como un etnógrafo en una pieza vacía, de esas escenas tan soñolientas como alucinantes. Ya al minuto 20 no daba más del sueño (no por aburrimiento, se entiende), el fraseo se tornó incoherente, incluso vulgar. Lo dejé todo hasta ahí y es lo que pego acá, una consecución de frases a momentos de un lirismo meloso, pero que al menos cumplieron con la consigna del ejercicio. El texto está tal cual, a excepción de cierto detalle al final: una suposición acerca de la condición sexual del muchacho que le quiere meter conversa al protagonista, y que a Germán le pareció sumamente blasfema, pues se tiene a este film, entre los entendidos, como una de las grandes obras maestras del autor. Pero bueno, esto no lo discuto, el film es una maravilla, así que de paso les dejo después del texto el  link para verlo on line. 









Violines pesadillescos. El árbol seco, florido de frutos, decayendo iluminado, zombie.

Hay marea sobre la imagen. Es de ahí donde naces tú, el personaje; como de un naranjo sin hojas, olvidado al borde de una carretera.

Así el árbol, recrudo, florecido.

El vapor aparece como si el espíritu emigrara, y el devaneo de gaviotas, la divinidad misma, y el mar allá abajo.

¿Qué habrá sido primero? ¿El árbol o el otoño?

¿El texto o la imagen?

Despiertas de un sueño, y aparece ella yéndose, dejando la habitación y a ti, a solas, en medio de una explosión, una bomba en el barro.

Un hombre ―otro― oye explotar, alguien se va, el soldado sonríe, el camino pasa, casas viejas en tropel.

Has llegado a sentir que tu estadía en la milicia no te creará demasiados traumas, es más, parece que te comienza a gustar. Entendiste que es el invierno.

Perplejo bajo el ocurrir de la nieve, esperas a que el aire le dé más vaho a tu resoplido. Alguien te mira por detrás de esas ramas nevadas.

El vapor pasa, un hombre se acerca, va de negro, lleva algo en su bolsillo. Es de día, cae la nieve.

Viejas casas en tropel.

Cae la capa negra.

El rabino oscuro, te pide que le sigas. Arrastra el velo.

Se persigna frente a la sacristanía. Un hombre afligido lee en un rincón blanco, es un cuaderno desgajado. Lo manosea con manía. Al otro extremo, mientras, otro cura de pelo largo y amarrado mira, quizás, a un Cristo, desatado, con toda su crueldad innecesaria, como si quisiera consumirle.

Se bautiza a un niño.

Hay manos en el alféizar, el monje a un lado y la ventana dando luminosidades.

El cura te pregunta, no contestas.

No es que sea una confesión, sino, tal vez, un silencio inculpatorio que no necesita de palabras para dejarse oír.

El monje es una mancha.

Debe tener cuarentaialgos, una barba añosa, y una carrera sacerdotal demasiado precipitada, de un hombre maltratado ya a su segunda edad.

Se aleja, lo ves por la ventana en el mismo instante en que al niño lo bautizan con agua de la fuente.

El cura de pelo largo, el padre, el niño-bautismo mojado, el padre ido, mirando quedamente un desastre que sólo él logra contemplar.

La persignación,
por el cura,
el padre,
y el niño mojado.

Amén, pronuncia el monje.

Adiós, se despide el maniaco cargando su cuaderno blasfemo.

Los curas viven sus rituales como retos divinos, esas caras afligidas son tremendas a la luz de las fauces de Dios.

*

En la aduana, el timbre espera la señal de tu partida.

El mismo cruce de la frontera es un simulacro de la mirada atenta del aduanero.
Otras miradas: la de los soldados en los límites, cazando espías.

La nieve arrasa con la ciudad nueva.

Una maqueta pareciera, azotada por el plumavit.

Esa misma nieve de utilería que sigue sucediendo a lo largo de las escenas.

Un barco en la tormenta. Tus pies asomándose al borde, la nieve perpetrando la borda. El agua te recuerda que también la geografía respira.

El melancólico está en el barco. Pasa frío. El niño bautizado aún estila.

La ciudad a solas. En ella un foco se mece sobre la nuca de un hombre, otro, solo, en medio de la nieve.

Llueve de tantas maneras por la noche, como si se diluyera el agua en el caos.

La avenida a solas, donde la única señal presente es una luz roja.

La ciudad funciona a pesar de todo, hay algunas escaleras que llevan a los coches al cielo estrellado.

Los coches surcando esta nada de noche nevosa; el desastre.

Una flecha señala el más allá, hacia donde la neblina se desliza, serpenteando.

Molinos perdidos en la niebla. Industrias que van, coches que vienen transitando la misma nada.

Una mano recibe un vuelto. Negros espían a los paseantes. Paneras vacías. Cafés recién servidos, una mano que fuma.

Es cuando aparece el muchacho; espera a alguien, quién sabe.

Mira por el ventanal, tal vez a los mismos sapos negros, o tan sólo a sus recuerdos. Camiones detenidos a las afueras también.

Quizás, una gasolinera.

Mira bastante hacia ti, o hacia la cámara, quién sabe.

Quiere acercarse, coge su vaso de agua, fuma a la vez. Sorbe de su cigarrillo con una obscenidad que le perturba.


(20:16)







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