Qué alivio tener a la literatura ahí donde
el saber científico no nos da ejemplos, sino mamotretos de fórmulas y tratados
que, como quien fuera Champollion, hay que entrar a descifrar. En el Totem y Tabú (1913) del viejo Sigmund
está todo lo que hay que saber sobre el tema. Es más, Freud, amador sobre todas
las cosas del método científico, también destacó, según algunos, entre ellos el
canonizante Harold Bloom, como un literato hecho y derecho. Basta leer sus
últimos escritos, o, por supuesto, la puesta en escena de sus casos clínicos
que no pasan desapercibidos por su evidente dramatismo; diálogos que
perfectamente habrían cabido en una novela de principios de siglo, pero que no
quiso (o no se atrevió) a escribir —y que sí lo hicieron algunos de sus
discípulos, entre ellos, el más destacado, Georg Groddek cuyo Escrutador de almas (1919) a Freud
divirtió. No me quiero extender hablando de la íntima relación entre literatura
y psicoanálisis, pues a mi modo de entender ya se han llenado suficientes
anaqueles con libros sobre la cuestión. A lo que venía: el tótem y el tabú,
cómo explicárselo a un niño de octavo básico con todo el dramatismo, como la
seriedad, que ello conlleva; cómo no caer en el sopor del academicismo y
hacerla corta, como se preciaría el más sintético haikú o una buena epifanía
joyceana; pues aquí hay un relato del gran paranoico, Philip Dick, que en un
cuentito deja más que clara la cuestión.
Agradezco al colega librero quien me lo
recomendó apenas nos conocimos, y que sustentó, claro, nuestro irrenunciable
dickianismo y afición a la mal llamada ciencia ficción.
Dejo el link con el pede-efe.
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