Buscando
pdf’s de Raymond Queneau (los cuales afortunadamente encontré luego de arduas
búsquedas por sitios cual más escabroso y virulento) me topé con este libro de
un autor que desconocía y cuyo subtítulo me obligó a descargarlo inmediatamente,
me refiero a Centuria: cien pequeñas
novelas-río de Giorgio Manganelli (publicado, supe después, en 1982 por
Anagrama; Herralde en los 80’ tenía un gusto refinadísimo). El concepto de
novela-río se lo escuché a alguien, creo que a Bolaño, y nunca me quedó muy
claro a qué se refería. Ahora que he leído parte de lo breves textos que
componen este volumen me doy cuenta que se tratarían de esbozos de tramas o
argumentos breves en aras de una novela más larga y compleja; como la
condensación total de las acciones que transcurrirían en novelones de cientos
de páginas. El ejercicio es una maravilla, y en el caso de Manganelli estos
trazos hechos como por despropósito (pues ninguno, hasta donde yo sé, se llevó
a cabo como novela) se presentan como obras acabadas, como pequeños relatos que
perfectamente podríamos denominar como tales, pero que no obstante tienen el
afán instructivo del propio autor para sí mismo para un eventual proceso
escritural más acabado; por ejemplo, el primer fragmento, titulado Uno (y así
consecutivamente el resto, hasta la centuria) comienza así: Supongamos que, en un determinado momento,
una persona que está escribiendo una carta a otra persona —el sexo o los sexos
son irrelevantes— tiene la sospecha, o tal vez simplemente descubre, que está ligeramente
bebida. Este nosotros, podría
deducirse, consistiría en el autor del esbozo quien le habla al autor de la
novela propiamente tal, inmiscuyéndolo en las directrices que debería tomar para
escribirla. Novelas imaginarias, también podríamos decir, pues no dejan de ser
meros esbozos. Este hecho también retroalimenta una dimensión meta-literaria y
conceptual, sin duda, en la que el autor presenta proyectos de obras que no
existen, y que no existirán jamás; siendo el proyecto mismo la obra (Duchamp
dixit).
Dejo
aquí el fragmento 56, una seguidilla de enamoramientos perturbados que en
página y media (¿Morábito habrá leído a Manganelli?) logra hacernos ver el
horizonte de historias más altas.
*
Aquel señor de aspecto irritable y al mismo tiempo nervioso, como
si estuviese siendo continuamente desafiado por una situación de insoportable
gravedad, está, en último término, enamorado; más exactamente, con estas
palabras se describiría a sí mismo en este momento, ya que son las diez de la
mañana y a partir de esa hora hasta las once, lo más tarde las once y cuarto, ama a una señora distinguida,
de noble espíritu, culta, ligeramente autoritaria, taciturna y delicadamente apesadumbrada.
Sin embargo, la situación tiene esto de irritante: que de las diez y cuarto —la
señora se levanta un poco más tarde que el señor— hasta las once y media la
señora ama a un culto, pero brutal, estudioso del tarot, que a la misma hora ama a una dama inglesa
que ha llegado a la lección treinta de sánscrito. En torno a las once y
treinta, todo cambia: la estudiante de sánscrito se enamora del señor
irritable, que durante una hora no ama a nadie, si bien siente una inclinación
inocua por una diseñadora de almohadones, procedente del campo, que hacia el mediodía
ama durante cuarenta y cinco minutos a un joven tenor de escaso éxito pero
cierto talento, que en realidad está enamorado, hasta las trece y treinta, de la
señora ligeramente autoritaria. Las primeras horas de la tarde presencian en general un debilitamiento de los recíprocos amores, excepto en el caso del tenor, que cultiva una veneración sin esperanzas por la estudiante de sánscrito.
A las diecisiete, se introduce en la situación un zoólogo de mediana edad, que
finalmente se ha dado cuenta de que la vida no tiene sentido sin la simple
naturalidad de la diseñadora de almohadones; acompaña al zoólogo su joven
esposa, que piensa, alternativamente, matar por celos al marido zoólogo, o a la diseñadora de almohadones
—que, en realidad, ignora hasta la existencia del zoólogo—, o bien, en el caso
de que sea viernes o martes, decide amar locamente al brutal estudioso del
tarot que, mientras tanto, ha escrito una carta de desesperado amor a una
jovencísima filatélica, carta que sin embargo no enviará porque mientras tanto se ha enamorado nuevamente de la señora ligeramente autoritaria, que ha decidido amar al señor
irritable, que sólo ahora tiene un presentimiento de felicidad, después de mirar a los ojos a la esposa del
zoólogo, mientras ésta se consagraba mentalmente a un barítono arruinado por el
hipo, ignorando que éste, rechazado por la filatélica, había decidido ingresar
en un convento y renunciar a una búsqueda de la felicidad que no parecía
compatible con la existencia del reloj.
Giorgio Manganelli (1922 - 1990, Italia),escritor italiano que ejerció también como crítico, periodista, ensayista y traductor. Podríamos posicionarlo en la vertiente de los excéntricos italianos, partiendo por Pirandello, Julio Torri y, como no, Italo Calvino. Entre sus obras más destacadas encontramos Hilarotragoedia (1964), A y B (1975) y Centuria. Cien breves novelas-río (1979).
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