El suicidio es algo planeado
en el secreto del corazón como una obra
de arte.
Lo extraño es crecer.
Pero llegó la vieja. No sé por qué.
Golpeó la puerta, como si fuera el
cartero.
El sol, y cartas amarillentas desperdigadas.
No existen escenarios en Chile para
escribir.
En calle Lautaro con calle Santiago,
allí, allí vive un miserable.
Y entonces la vieja entra contando malas
noticias,
y abriendo refrigeradores y despensas,
devorándolo todo. En Chile no hay de qué
escribir.
Un holograma elástico que se tensa
oscureciéndolo todo.
La vieja sea quizás la Historia.
En esta casa no se conversa, se
gesticulan imaginaciones,
la poesía es una mierda y el resto son
noticias.
No vale salir con lápiz y papel, coger
la micro,
bordear el mar hasta Horcón, solamente
para beberse una cerveza cogido de un
árbol enclenque,
en el patio trasero de un matadero de
máquinas oxidadas.
No hay de qué escribir, ni en Chile, ni
en Villa Alemana.
Alguna vez fue escribir sobre la
escritura;
luego, pocos años después, escribir
sobre la lectura,
y en ello quedó todo, en una lagartija
que pierde la cola
y que con ella se pierde a sí misma en
la cosmología
provinciana. Están los amigos, están los
santos bebedores,
están los fumetas, y las mujeres que
silban en la noche.
Pero de poesía ni hablar. Llegó la
vieja.
Y quizás quede escribir dejándolo de
hacer,
descubrir otro país, otro tono, aguzando
el oído,
y acabar con la farsa; ya que aquí no
hay de qué hablar,
y no es que sea todo dicho, sino el
silencio bárbaro
del miedo…y nada se oscurece, todo
cuelga
asomándose en las orejas, el tono, el
ritmo,
en Chile, donde no queda llaga ni
sangre,
sino donde está echada la vieja,
achicándose,
secándose, sin amor ni verso, desposada.
Y en la casa
que no entran ni mis dedos, en Villa
Alemana donde
se escribe al revés y sin puntos.
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