Lo que hace Deleuze es vindicar el
conocimiento esotérico como lente de interpretación. La concatenación de
máquinas como mapa o plano de la realidad, y a su vez su fenómeno de
fragmentariedad, expresan por sí mismos la existencia de un vacío
plausible, es decir: el espacio constatado entre las máquinas, el lugar
no-máquina. El encierro deja de existir como tal, pues todo es superficie en
contacto. «No hay psicología, sino una política del yo. No hay metafísica, sino
una política del ser», sentencia Deleuze. Y lo que nos quiere dar a entender,
quizás, sea que no exista la especificidad, el comportamiento-tipo; existe, más
bien, el movimiento por entre la hierba, las barreras franqueables, un modo de
conducirse por lo desconocido. Aquí retorna el ello como una pulpa inamovible, imaginariamente imponente e infranqueable, que aterra y
fascina; el sentimiento esotérico por excelencia.
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