sábado, 14 de noviembre de 2015

DECÁLOGO DEL PORNÓGRAFO









M. Paul Valéry propuso recientemente la formación de una antología en la que se reuniera el mayor número posible de novelas primerizas cuya insensatez esperaba alcanzase altas cimas.

André Bretón


—Idiota —exclamó Monsieur Teste—,
no me compare con otros.

Paul Valéry


Señor legislador
Señor legislador de la ley de 1916 aprobada por decreto de julio de 1917 sobre estupefacientes,
usted es un castrado.

Antonin Artaud






I.-        No estoy muy seguro que la incoherencia en la literatura sea un recurso. Suelo pensar a menudo, sobre todo en el ámbito de la poesía, acerca del límite preciso o, de alguna forma, el parámetro, para clasificar algo de real peso literario. Si este formalismo se llevara a la práctica (que, válgame god, no es el ritmo de la industria editorial) varios humildes y medianamente megalómanos artesanos del oficio serían expatriados, muertos, humillados y quemados en vida. ¿Que si le haría bien a la literatura? ¡Ah!

II.-       Utilizar exagerada y, a momentos, patológicamente el epígrafe. Llegar incluso al énfasis teatral, es decir, hacer dialogar al modo de parlamentos los distintos epígrafes.  A la manera de los juegos esotéricos, se dará cuenta uno que es la emulación de una discusión, no menos artificial, entre los muertos.

III.-     La humildad del escritor se efectúa en la escritura misma, no en la consecutiva presentación de los textos. Me explico: hay que tener la humildad de escribir sin otra pretensión que escribir, y seguir escribiendo, y escribir. Lo que venga luego (que atañe más bien a otras actividades características del rubro: lobby, marketing, difusión, felación general, etcétera) no importa en absoluto. Con esto uno trata de justificar su vanidad (que es inevitable), pero al menos es una forma noble de afrontarlo.

IV.-     Sé que existieron tres grandes místicos modernos el siglo pasado. Políticamente desiguales, pero con el afán terrible de llevar al acto sus filosofías, sin detrimento ni compasión con ellos mismos ni con el otro: Artur Rimbaud o el experimentalismo vital. Adolf Hitler o el contenido esotérico de la raza. Y, Walter Benjamin o el pitonismo moderno, quien nos procuró las grandes rapsodias de nuestro tiempo. La artesanía literaria, sin estos misteriosos y enigmáticos personajes, estaría condenada a envenenarnos.

V.-      Sobre la ética del escritor: no estoy seguro de que la muerte de L. M. Panero me halla dolido más que la de Günter Grass…la verdad es que estoy haciendo de bufón con esta comparación: mil y trillón de veces me conmovió más la muerte de Leopoldo María. Pues claro, ambos luchaban, pero uno dentro de los límites seguros de la cultura, mientras que el otro en contra de la Cultura misma. ¿Quizás sea éste el concepto de valentía que sea necesario utilizar hoy en este mundo sin bordes?

VI.-     Es menester forjar una relación fraternal, cercana, simpática, entre la escritura y el yo; así como si la escritura fuera la cómplice de los desbarajustes y variopintas pequeñas desgracias (y gracias y epifanías) que ocurren todos los días y que pasan al ojo de Dios desapercibidas. A estas alturas lo que queda es sobrevivir a esa pesadilla maravillosa de Dios llamada Cultura.

VII.-      Pongamos disciplina a este asunto, aunque esto ya no se vuelva más a leer. (La mayor parte de las obras maestras de la literatura han sido tiradas a la basura por sus propios autores) Se debe escribir tres hojas diarias, de la forma que sea: en agendas, cuadernos, computador, máquina. Seis páginas por día, de lo que sea. Este es el método de trabajo. En la escritura misma surgirá la ideología de los relatos y poemas venideros.

VIII.-    Imponente mi biblioteca. La he construido billete a billete, robo a robo, lágrima a lágrima. Tengo de todo y no he aprendido nada. Estoy en ella y podría si lo deseara, de alguna ficticia manera, dormir entre sus miles de páginas. La felicidad: un libro apareció hoy entre la mugre.

IX.-        No estoy seguro que ser poeta sea tener la facilidad para arranques de sinceridad. No lo creo así. El ser poeta es más bien convertirse en una constelación en la que graviten tanto lo real como el ello, de una manera casi marital; y el deber, si es que a esto se le puede llamar deber, del poeta, es que estos dos “personajes” se lleven de maravilla.

X.-                                                                                         […] se abstuvo de sonreír. Bruscamente bibliófilo o hebraísta, ordenó que le hicieran un paquete con los libros del muerto y los llevó a su departamento. Indiferente a la investigación policial, se dedicó a leerlos.

Jorge Luis Borges







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