M. Paul Valéry propuso
recientemente la formación de una antología en la que se reuniera el mayor
número posible de novelas primerizas cuya insensatez esperaba alcanzase altas
cimas.
André Bretón
—Idiota
—exclamó Monsieur Teste—,
no me
compare con otros.
Paul Valéry
Señor
legislador
Señor
legislador de la ley de 1916 aprobada por decreto de julio de 1917 sobre
estupefacientes,
usted
es un castrado.
Antonin Artaud
I.- No estoy muy seguro que la incoherencia
en la literatura sea un recurso. Suelo pensar a menudo, sobre todo en el ámbito
de la poesía, acerca del límite preciso o, de alguna forma, el parámetro, para
clasificar algo de real peso literario. Si este formalismo se llevara a la
práctica (que, válgame god, no es el
ritmo de la industria editorial) varios humildes y medianamente megalómanos
artesanos del oficio serían expatriados, muertos, humillados y quemados en
vida. ¿Que si le haría bien a la literatura? ¡Ah!
II.- Utilizar exagerada y, a momentos,
patológicamente el epígrafe. Llegar incluso al énfasis teatral, es decir, hacer
dialogar al modo de parlamentos los distintos epígrafes. A la manera de los juegos esotéricos, se dará
cuenta uno que es la emulación de una discusión, no menos artificial, entre los
muertos.
III.- La humildad del escritor se efectúa en la
escritura misma, no en la consecutiva presentación de los textos. Me explico:
hay que tener la humildad de escribir sin otra pretensión que escribir, y
seguir escribiendo, y escribir. Lo que venga luego (que atañe más bien a otras
actividades características del rubro: lobby, marketing, difusión, felación
general, etcétera) no importa en absoluto. Con esto uno trata de justificar su
vanidad (que es inevitable), pero al menos es una forma noble de afrontarlo.
IV.- Sé que existieron tres grandes místicos
modernos el siglo pasado. Políticamente desiguales, pero con el afán terrible
de llevar al acto sus filosofías, sin detrimento ni compasión con ellos mismos
ni con el otro: Artur Rimbaud o el experimentalismo vital. Adolf Hitler o el
contenido esotérico de la raza. Y, Walter Benjamin o el pitonismo moderno, quien nos procuró las grandes rapsodias de
nuestro tiempo. La artesanía literaria, sin estos misteriosos y enigmáticos
personajes, estaría condenada a envenenarnos.
V.- Sobre
la ética del escritor: no estoy seguro de que la muerte de L. M. Panero me
halla dolido más que la de Günter Grass…la verdad es que estoy haciendo de
bufón con esta comparación: mil y trillón de veces me conmovió más la muerte de
Leopoldo María. Pues claro, ambos luchaban, pero uno dentro de los límites
seguros de la cultura, mientras que el otro en contra de la Cultura misma.
¿Quizás sea éste el concepto de valentía que sea necesario utilizar hoy en este
mundo sin bordes?
VI.- Es menester forjar una relación fraternal,
cercana, simpática, entre la escritura y el yo;
así como si la escritura fuera la cómplice de los desbarajustes y variopintas
pequeñas desgracias (y gracias y epifanías) que ocurren todos los días y que
pasan al ojo de Dios desapercibidas. A estas alturas lo que queda es sobrevivir
a esa pesadilla maravillosa de Dios llamada Cultura.
VII.- Pongamos disciplina a este asunto, aunque esto ya no
se vuelva más a leer. (La mayor parte de las obras maestras de la literatura
han sido tiradas a la basura por sus propios autores) Se debe escribir tres
hojas diarias, de la forma que sea: en agendas, cuadernos, computador, máquina.
Seis páginas por día, de lo que sea. Este es el método de trabajo. En la
escritura misma surgirá la ideología de los relatos y poemas venideros.
VIII.- Imponente mi biblioteca. La he construido billete a
billete, robo a robo, lágrima a lágrima. Tengo de todo y no he aprendido nada.
Estoy en ella y podría si lo deseara, de alguna ficticia manera, dormir entre sus
miles de páginas. La felicidad: un libro apareció hoy entre la mugre.
IX.- No estoy seguro que ser poeta sea tener la facilidad
para arranques de sinceridad. No lo creo así. El ser poeta es más bien
convertirse en una constelación en la que graviten tanto lo real como el ello, de una manera casi marital; y el deber, si es que a esto se
le puede llamar deber, del poeta, es que estos dos “personajes” se lleven de
maravilla.
X.-
[…] se abstuvo de sonreír.
Bruscamente bibliófilo o hebraísta, ordenó que le hicieran un paquete con los
libros del muerto y los llevó a su departamento. Indiferente a la investigación
policial, se dedicó a leerlos.
Jorge
Luis Borges
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