El Camarero, el joven protagonista de
esta historia, es un muchacho de 26 años y aspirante a escritor. Vive en una
pequeña pieza en los bordes del Central Park, en la 602 de la 44th Street. No
se le conoce familia ni pareja, ni pasado ni biografía, por lo que podríamos hablar
de un Soltero por antonomasia. Tras largas y hostigosas temporadas de trabajos
de la más baja alcurnia al fin comienza a ganar dinero con su labor de
escritor. Todo comienza con la escandalosa publicación en The New Yorker de su primer relato, de desmesurado contenido
demencial y abyecto, inspirado en el primer contacto que hiciera con la VALIS Philip
K. Dick, el escritor de culto de la ciencia-ficción. Ya excluido por ello de
los circuitos oficiales de la literatura neoyorquina se dedica a publicar
relatos y artículos en diversas revistas baratas o en fanzines, las que les
convidan su precario sustento, y que le permiten seguir escribiendo.
A medida que van ocurriendo sus
peripecias se va topando con diversos personajes, cual más soltero y excéntrico,
que lo acompañan en sus desvaríos existenciales, y sobre todo, en sus exploraciones
e investigaciones acerca de la naturaleza de la Novela. Entre ellos encontramos
a James Treepine, crítico literario de cuarta categoría e íntimo amigo del
Camarero; Sergei Pitoniev, trasunto del escritor mexicano Sergio Pitol,
políglota, diplomático y aficionado a la literatura soviética; Dave Oliphant,
traductor al inglés de la moderna poesía chilena, en particular Enrique Lihn,
el mejor poeta de América del siglo XX según el Camarero; Alex Samsa, un
novelista en ciernes con debilidad por lo rufianesco; y Móscar Jaar, el gran sinvergüenza
y núcleo oculto de toda esta historia.
Estamos frente a una novela en la que
la trama, sin dejar de ser ella misma, se rinde ante los juegos y ejercicios iconoclastas,
y la reflexión sobre el género mismo se muestra como protagonista. Es pues, a
su modo, un libro-máquina que se piensa a sí mismo y que, además, mira a través
de él, impregnando todo lo que ve con esa aura propia de los textos
ensayísticos y, cómo no, de los poéticos y líricos. Deudor de los íconos más fulgurantemente
excéntricos de siglos pasados (Boris Pilniak, Raymond Queneau y Lawrence Sterne,
sobre todo) lo que aquí se busca es la confabulación o conjuración de todos los
géneros en pos de una nueva forma de narrar.
Ambientado en una Nueva York alegórica,
todos sus fantásticos personajes —y no por ello irreales— van y vienen, se
esconden y resurgen, siempre con alguna anécdota o máxima que entregarnos
respecto al arte de leer, o al oficio de escribir. Finalmente el Camarero
experimentará en carne propia los devenires de la maquinaria editorial y de la
imaginería cultural que no siempre contentan a la verdadera literatura con sus
favores, y como es resabido, a las circunstancias que llevan a grandes escritores
a morir sin ser siquiera leídos.
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